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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rajoy, el PP y el síndrome del búnker

La convención de Sevilla tanto retrata la euforia exterior como la descomposición interior

Mariano Rajoy, en el discurso de clausura de la Convención de Sevilla.Vídeo: Paco Puentes (EL PAÍS). ATLAS

No cabe mayor evidencia de la agonía política que familiarizarse en el hábitat del búnker, cuyas paredes tanto acotan la claustrofobia de un espacio físico como implican la expresión conceptual de un repliegue junto al líder en la disciplina de la unidad. Y no por el convencimiento, sino por supervivencia y por el placebo de vitalidad que el patrón administra a una soldadesca descreída.

Ha sucedido en Sevilla con la Convención del Partido Popular, aunque el pormenor geográfico carece de valor en cuanto el PP no se ha reunido realmente en la capital andaluza. Lo ha hecho fuera o a pesar de Sevilla, instalándose en un territorio de excepción —La Cartuja— y abstrayéndose de la realidad, de la sociedad, en la fortaleza de un complejo hotelero al que solo podían acceder los delegados populares, los periodistas, los policías y algunos clientes desorientados que sesteaban en la piscina.

Es la expresión concreta y alegórica del aislamiento. Tanto podía haber convocado Rajoy a sus gentes en el rancho de Waco como en la cima de Masadá. Se trataba de cauterizar el territorio. De elaborar una burbuja. Y de prodigar un congreso de autoestima y de onanismo. Un ejercicio homeostático a los vaivenes de la crisis política. Un fallido ejercicio de fe o de superstición en la inmortalidad del presidente, cuyo hiperliderazgo no concede atisbo de alternativas ni capacidades de regeneración política.

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Rajoy se ha encerrado con el Partido Popular. Se ha esforzado en estimular a sus compañeros frivolizando con el peligro de Ciudadanos, pero las pretensiones de catarsis a las que aspiraba la convención se han malogrado por el desafío de Cifuentes y por la excursión alemana de Puigdemont, naturalmente desvinculados entre sí, pero determinantes en el contratiempo que ha atragantado la fiesta del Partido Popular.

Juanma Moreno, anfitrión de la desdicha, llegó a definirla como un rotundo éxito. Y se postuló como ganador de las próximas elecciones andaluzas, pero el esfuerzo de mirar hacia delante o de mirar hacia atrás —Rajoy lo hizo jactándose de sus hitos políticos— se antoja una vacua estrategia para desentenderse de las emergencias contemporáneas. El PP ha perdido a Cifuentes. El PP puede perder Madrid. El PP se resiente de un problema de proyecto y de nuevas ideas. Tanto alardeaba Rajoy de los principios de su partido que no parecía demasiado consciente de que se le acercan los finales.

El presidente del PP y del Gobierno ha decidido acorazarse con su gente. Y se ha ofrecido como única solución. No hay alternativas al marianismo dentro del PP, pero las hay fuera. Relativizar a Ciudadanos como un fenómeno de coyuntura demoscópica redunda no ya en la ceguera, sino en la hipocresía. El Partido Popular es un partido muy feliz hacia fuera pero se está descomponiendo por dentro. Y no cabe mejor prueba de la ambigüedad que el cierre en falso del caso Cifuentes. Las mismas manos que la aplaudían en la convención hacían vudú para sacrificarla.

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