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Columna
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Refranes

Esta escalada de la confrontación busca evitar que ERC pacte un Govern efectivo

Enrique Gil Calvo
Un hombre con una careta de Puigdemont durante una manifestación en Barcelona.
Un hombre con una careta de Puigdemont durante una manifestación en Barcelona.LLUIS GENE (AFP)

Los Idus de Marzo nos han traído una cascada de acontecimientos que pueden significar un punto de inflexión en la crisis catalana y española: el procesamiento de la cúpula secesionista, el inicio del calendario para la repetición electoral y la detención alemana de Puigdemont. Con ello, el escenario ha dado un vuelco sustancial, aunque no sepamos bien hacia dónde. Pero podemos deducirlo de las primeras reacciones, que cabe resumir en dos refranes.

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En Madrid cunde el aforismo (hoy políticamente incorrecto) “muerto el perro se acabó la rabia”. Pues, con Puigdemont en la cárcel, la estrategia bicéfala hasta ahora implementada, con un poder títere en Barcelona teledirigido desde Waterloo, habría quedado definitivamente desactivada. Y, en cuanto los conjurados lo asuman, tras las lógicas reacciones de protesta, deberán plegarse al principio de realidad invistiendo un Govern legal y efectivo, quizá presidido por Torrent o Maragall. Así que el cuento de la lechera secesionista podría darse por terminado con un final relativamente feliz, capaz de desbloquear la crisis catalana y por ende la española.

Pero en Barcelona las cosas parecen verse de otra forma, que cabe resumir con el refrán o frase hecha “de perdidos, al río”. Si nuestros líderes ya están en la cárcel, ¿qué más podríamos perder? Lo único coherente es seguir con el procés hasta el final, caiga quien caiga y pagando el precio que haga falta, pues así al menos se llenará de sentido el martirio de nuestra jefatura erigiéndolo en sacrificio redentor. ¿Y qué significa echarse al río? Pues reemprender y realimentar la guerra de juguete contra el invasor mediante la toma del espacio público por las milicias de la CUP: los comités de defensa de la república (CDR) que van a desbordar a la ANC y a Òmnium situándose en vanguardia de la lucha callejera para no dar tregua al pérfido invasor. Todo ello con el suicida romanticismo de las bellas causas perdidas, de acuerdo al espíritu fundador de 1714, que es el equivalente catalán de la Numancia española o del Masada sionista (la fortaleza de los últimos defensores judíos caídos contra los romanos en abril del año 73 de nuestra era).

Ya sabemos que es todo teatro, que no se trata de una rebelión de verdad sino solo ficticia y figurada, una guerra cultural con violencia de baja intensidad que lo único que busca destruir es la reputación del adversario designado como enemigo del pueblo catalán, a fin de anular sus posibilidades de recuperación electoral. Pues esta escalada de la confrontación contra el Estado español está encaminada a evitar que los restos de ERC en libertad logren pactar un Govern efectivo en el lapso de dos meses, manteniendo tenso al electorado secesionista y al españolista desmovilizado. ¿Quién se impondrá, el ambiguo pragmatismo de Torrent o la airada vindicación de Puigdemont? Ya se verá, pero sabemos que en todo conflicto, cuando un bando beligerante se divide entre duros y blandos, estos suelen sucumbir ante la coacción de aquellos. Toca, pues, prepararse para las urnas de julio.

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