Llamando al universo: ¿hay alguien ahí?
Los terrícolas llevamos medio siglo enviando mensajes al espacio exterior en busca de señales, sin que la falta de respuestas nos desanime.
NOVIEMBRE DE 1962, Crimea. El socialismo soviético se autoproclama representante de la humanidad al completo y emite el primer mensaje de la historia con destino al espacio exterior. Dirigido en morse al planeta Venus, su contenido —las palabras Paz/Mundo (en ruso se dice igual), Lenin y URSS— distaba, eso sí, de lanzar un recado aglutinador de las aspiraciones comunes de la gente. En 1974, el astrofísico y divulgador Carl Sagan diseñó con otros colegas el más genérico mensaje enviado desde el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico), que aún hoy, y lo que le queda, prosigue su periplo hasta el viejo cúmulo de estrellas M13, a 25.000 años luz. La información que encapsula fue concebida para exponer a sus potenciales receptores algunos mecanismos de nuestro pensamiento, con datos como los números del 1 al 10 o un gráfico del sistema solar.
En este último medio siglo se han enviado una decena de comunicaciones como estas con destino al más allá (de nuestro planeta). Hoy día, esos esfuerzos se han traducido en un sepulcral silencio cósmico que retumba contra los recientes descubrimientos de numerosos planetas extrasolares con capacidad de albergar vida. Ya en 1950, la paradoja de Fermi planteaba la contradicción entre las aparentes posibilidades de existencia de otros seres inteligentes en el vasto cosmos y el hecho de que no hubieran dado señales de vida. “Por eso estamos intentando entablar relación con alguna civilización que pueda encontrarse en una estrella cercana y quizá esté escuchándonos a escondidas”.
Los esfuerzos se han traducido en un silencio cósmico que retumba contra descubrimientos de planetas con capacidad de albergar vida
Quien habla —vía correo electrónico— es el estadounidense Douglas Vakoch, director de METI International, una organización privada sin ánimo de lucro cuyas siglas en inglés se traducen como “enviar mensajes a inteligencias extraterrestres”. Escindidos de SETI, organización para la búsqueda (pasiva, a diferencia de la búsqueda activa de METI) de compañeros de cosmos, el pasado noviembre emitieron la primera señal jamás dirigida a uno de esos exoplanetas potencialmente habitables: el relativamente cercano GJ273b, a unos 12 años luz. Para abril, la iniciativa, que surgió del festival barcelonés Sónar, tiene previsto llevar a cabo una segunda fase de transmisiones. Escrito en código binario, este correo interestelar incluye 33 melodías electrónicas y un tutorial científico y matemático. Se espera que llegue al buzón del destinatario el 11 de marzo de 2030.
Según la lógica de Vakoch, de funcionar, este llamamiento solo podría desembocar en un feliz encuentro entre los humanos y nuestros homólogos en otras galaxias. “Cualquier civilización con capacidad para hacernos daño ya podría haber detectado las señales de radio y televisión que se alejan de nuestro planeta desde hace un siglo. Además, nuestra atmósfera lleva 2.500 millones de años dando pruebas de vida debido al oxígeno del aire”, razona. “Así que los extraterrestres han tenido tiempo de sobra para aniquilarnos. Y no lo han hecho”. Sin embargo, para sus antiguos colegas de SETI, estas conferencias interplanetarias podrían llegar a costarnos un buen día la supervivencia. Al lanzar esos mensajes, como apunta el director de la institución, Seth Shostak, se desencadenaría la posibilidad de enojar a una cultura susceptible y violenta que, encima, podría sacarnos millones de años de ventaja en términos evolutivos. Es decir, que estaríamos clamando al cielo por nuestra propia destrucción. “Además”, se pregunta —no sin razón— Shostak, “¿qué le dices a alguien a quien no conoces y que ni siquiera es de tu especie?”.
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