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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La hora del presidente bonzo

El porvenir carcelario de Turull depende del discurso de investidura: o sedicioso o prudente

Jordi Turull del PDeCat en los pasillos del Parlament de Cataluña.Vídeo: Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Más que investir, los partidos soberanistas podrían vestir a Jordi Turull de un uniforme de rayas blancas y negras horizontales, contrapeso cromático al fulgor de la estelada, pero expresión del porvenir carcelario que acaso compromete la efímera presidencia del candidato del caos.

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El Gobierno más breve de la historia de Italia lo protagonizaron los nueve días en que Andreotti fue primer ministro en 1972. Turull podría batir el récord y restringirlo a nueve horas, pero su martirio judicial habría servido de formidable testimonio victimista al relato del monstruo opresor.

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El Estado español estaría conduciendo a la cárcel a un honorable president, recién salido de la fábrica de héroes, nuevo a estrenar en su misión de fusible. Madrid profanaría la voluntad soberana del Parlamento. El acuerdo de investidura y la sesión exprés no obedecen a otra razón que escenificar el desafío, pero la credulidad de la grey soberanista, fomentada desde la propaganda mediática, transigirá con la frivolidad y la obscenidad de semejante degradación.

No ha hecho otra cosa el independentismo que maltratar y desacreditar sus propias instituciones. El Parlament queda subordinado a un artefacto de intimidación al poder judicial. Se trata de conmover al juez Llarena con los galones que relucen en el disfraz de Turull. Y de someterlo a la presión que implicaría una suerte de magnicidio político.

La clave reside en el discurso de Turull. No está claro si Llarena decidirá mañana conducirlo a prisión preventiva e inhabilitarlo, pero la duda podría despejarse si el nuevo president incurre en un caso flagrante de reincidencia. Cualquier manifestación fervorosa en la épica de la sedición o de la rebelión amenazaría la libertad del elegido, por mucho que quisiera esconderse o encubrirse en el traje de héroe accidental que le han hecho a medida sus amigos y enemigos íntimos.

Turull no accede al cargo supremo desde la convicción de sus aliados. Ni desde la urgencia de un proyecto político. Su papel instrumental responde a la dialéctica del antisistema. No se ha elegido al mejor candidato, sino al candidato que mejor desarrolla la expectativa de la colisión.  La prueba más concluyente al respecto consiste en la implicación de la CUP en la operación de emergencia. Deploraban a Turull y habían decidido vetarlo, en el tabú del pasado convergente, pero la transformación de Jordi en héroe bonzo e incendiario precipita un consenso en la dialéctica del enemigo unificador, siempre y cuando Turull se atenga a un discurso de investidura verdaderamente incendiario, digno de ser vitoreado con el puño en alto.

El soberanismo resolvía ayer en cinco minutos el enigma que no había resuelto en tres meses. Es una familia descoyuntada, enemistada. Y hasta parecía resignada a la eterna interinidad del 155, pero la guerra de clanes se ha concedido una tregua desempolvando de las cocheras el prosaico choque de trenes. 

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