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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rosa es una rosa es una rosa

Una de las consecuencias más lamentables de la crisis catalana es la facilidad con la que unos y otros ignoran que las excepciones son anomalías

Soledad Gallego-Díaz
Carles Puigdemont durante una entrevista con RAC1 el pasado viernes
Carles Puigdemont durante una entrevista con RAC1 el pasado viernes EFE

El Partido Popular celebró esta semana la retirada de la candidatura de Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat catalana "como consecuencia de la tenacidad y firmeza del Gobierno de Mariano Rajoy", pero, en realidad, lo que viene demostrando tenacidad y firmeza es el sistema judicial y el Tribunal Constitucional, en los que este Gobierno y este presidente han descargado brutalmente toda la responsabilidad de hacer frente a la crisis catalana. Es más, el hecho de que el PP y Rajoy proclamen el “éxito” de su estrategia, lo único que hace es debilitar la fortaleza de ese sistema, tras el que se han instalado tan cómodamente. De hecho, tendrá que ser una vez más el Tribunal Supremo el que decida sobre la improbable candidatura de Jordi Sánchez, propuesto por Carles Puigdemont, por mucho que Rajoy y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, lancen retóricas advertencias. "No toleraremos que la Generalitat esté en manos de un dirigente con cargas judiciales", truena la señora Santamaría, pero semejante decisión no está en su manos, porque esa, y todas las decisiones al respecto, han sido trasladadas cuidadosamente por ella misma a los tribunales.

En fin, una de las consecuencias más lamentables de la crisis catalana es la facilidad con la que unos y otros ignoran que las excepciones son anomalías, la facilidad con la que las excepciones van adquiriendo tinte de normalidad. Ya se ha dicho y hablado respecto del 155, pero el colmo de la excepcionalidad normalizada lo pretende llevar a cabo Carles Puigdemont con la creación de un Consejo de la República Catalana que residirá en otro país y "liderará el camino hacia la independencia efectiva en cooperación con el Govern". La anomalía puede parecer extravagante, pero conviene recordar que su partido, al que pertenecen personas experimentadas políticamente, está dispuesto a normalizar esa extraña idea y que se abstuvo cuando Catalunya en Comú presentó una declaración asombrosa que, parafraseando a Gertrude Stein y su "Rosa es una rosa es una rosa es una rosa", dice textualmente: "El Parlament se afirma en su representación de la ciudadanía de Catalunya y no puede ser sustituido por otros organismos". ¿Acaso está en peligro esa representación parlamentaria en Cataluña? Increíblemente, parece que puede estarlo y que un buen grupo de ciudadanos independentistas están dispuestos a aceptar que aparezcan otro tipo de entes creados no se sabe dónde ni cómo, pero que pueden actuar como simulacro de tribunal político de última instancia. El hecho de que Esquerra Republicana apoyara la declaración de En Comú puede aliviar la preocupación, pero no eliminarla.

No se trata de menudencias, sino de cuestiones radicales. La naturalidad con la que los políticos hablan de estas anormalidades (y los periodistas las recogemos, como si fueran aspectos secundarios de problemas principales y no lo contrario) recuerda al cuento de Kafka en el que los lectores vamos aprendiendo más y más sobre el funcionamiento de una máquina de tortura, su origen y su inventor, sin otro propósito que saber cómo funciona.

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Por su parte, el Gobierno de Rajoy sigue con su propia anormalidad a cuestas, sin pestañear. "Estoy muy contento con lo que hacen mis ministros", afirma Rajoy, pero la pregunta no es si lo hacen bien o mal sino si en realidad están haciendo algo. Una de las situaciones más cómicas de esta legislatura es la que provoca la continua exigencia de propuestas a la oposición, empezando por el PSOE. ¿Qué propone Sánchez, eh? Pero la buena pregunta es: ¿qué propone el Gobierno? Esa es la mejor de todas.

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