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Gene Sharp, el escritor que derrocaba dictadores

Gene Sharp, retratado en Boston.
Gene Sharp, retratado en Boston.Orjan F. Ellingvag (Getty)
Martín Caparrós

Gene Sharp fue guía de los serbios que expulsaron a Milosevic o de los egipcios que encendieron la mecha de la primavera árabe.

FUE UNA de esas cosas que, a falta de mejor nombre, todavía llamamos un azar: justo esa mañana me pregunté qué habría sido de él. Lo recordé porque hablábamos de Ucrania y la primavera árabe y otras revueltas que utilizaron sus métodos y recordé lo viejo que estaba y sus problemas de salud —y temí. Hace unos años me habría quedado en el temor, pero ya no hay lugar para la duda. La especulación, la conjetura, todo lo que sostenía la nunca bien ponderada charla de café ha caído bajo las garras de Google; no hay incertidumbre que tenga derecho a durar más de 0,67 segundos. Esta vez el dato me dejó sin aliento: Gene Sharp se había muerto el día anterior. Fue el 2 de febrero, hace un par de semanas.

Gene Elmer Sharp había nacido en 1928 en Baltimore, Ohio, hijo de un pastor protestante y un ama de casa; cuando cumplió 18 se fue a la universidad, se hizo sociólogo, lo quisieron mandar a la guerra. En 1953 lo condenaron a dos años de prisión por negarse a pelear en Corea. Ya libre quiso salir al mundo: fue obrero, lazarillo, militante social, secretario de un líder sindical pacifista. Después se fue: vivió unos años en Noruega e Inglaterra, siguió activando, retomó sus estudios, escribió su primer libro sobre las tácticas del Mahatma Gandhi. Poco a poco su mirada sobre la no violencia perdió idealismo y se volvió pragmática: le parecía la mejor manera de enfrentar a los que pueden ejercer una violencia mayor, los dictadores.

Con esa guía pensó, durante años, los tres tomos de su libro más ambicioso, The Politics of Nonviolent Action, que publicó en 1973 mientras enseñaba en la Universidad de Massachusetts. Pero hubo otro, que le daría sentido a su vida: De la dictadura a la democracia fue casi un folleto, 100 páginas que escribió para ayudar a unos exiliados birmanos; durante los años noventa se fueron difundiendo en fotocopias y ediciones pirata, por debajo.

Su tesis es que la resistencia a las dictaduras debe basarse en una estrategia muy pensada, organizada de antemano

Su tesis es que la resistencia a las dictaduras debe basarse en una estrategia muy pensada, organizada de antemano. Se necesita identificar, dice, qué instituciones sostienen el poder del dictador para tratar de impedir que funcionen, vaciarlas, desar­marlas, y acabar con ellas y con él. Para eso hay que aplicar tácticas varias: el libro ofrece un amplio recetario.

Y muchas veces resultó eficaz. Lo usaron los serbios que expulsaron a Slobodan Milosevic, los ucranianos de Maidán, los egipcios de Tahrir, tunecinos, georgianos, venezolanos, iraníes. Gene Sharp fue su guía a la distancia: pocas personas influyeron tan profunda y silenciosamente en nuestros días. Cada tanto lo postulaban para el Premio Nobel de la Paz; cada tanto algún dictador lo acusaba de trabajar para la CIA —y salían en su defensa intelectuales tan insospechables como Noam Chomsky o Howard Zinn. Él, mientras tanto, seguía pensando, escribiendo, ayudando a revoltosos, cultivando orquídeas. Hace cuatro años, cuando lo entrevisté para esta revista en su casa de Boston, ya estaba muy enfermo. Me recibió acurrucado en su silla de ruedas, chiquitito, sonriente, los ojos tan azules; hablamos como dos horas: hacia el final me dijo que a veces se preguntaba si su vida había servido para algo:

—Siempre pensé que cuando me termine debería dejar este mundo en una condición mejor que la que lo encontré.

Dijo, y me pareció tan verdadero. Hay un momento en que un hombre ya no pretende tener más respuestas que las dos o tres que ha conseguido a lo largo de su vida: cuando ya no simula y ya no espera.

—¿Y piensa que lo hizo?

—Creo que sí. No siempre, pero de algún modo sí.

—Debe ser una sensación muy tranquilizadora, ¿no?

—Ayuda.

Me dijo, aquella tarde.

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