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El ‘playboy’ Kramer y su palacio de los excesos

El que fuera alma de la fiesta en Miami Beach, Thomas Kramer se arruinó y perdió su mansión en Isla Estrella. Ahora su patrimonio está en venta

Pablo de Llano Neira
Rinoceronte de bronce en la antigua mansión de Thomas Kramer.
Rinoceronte de bronce en la antigua mansión de Thomas Kramer.GIORGIO VIERA

Las mansiones 4 y 5 de Isla Estrella de Miami Beach lucen hoy como la depresiva resaca de una orgía del exceso y el mal gusto. Su antiguo dueño, el millonario playboy alemán Thomas Kramer, las perdió. Las casas están en venta y la extraña miríada de objetos que dejó se subastará en un lote único al mejor postor este 14 de febrero. EL PAÍS paseó por este mundo excéntrico en fase de liquidación con el señor Noel, un venezolano que fue jefe del personal de mantenimiento. "Aquí se celebraron muchas fiestas", dice parco. "Quizás demasiadas". En un patio del palacete se detiene y señala la enorme figura de un velociraptor que emerge entre la vegetación. "En los buenos tiempos, se prendía una máquina que lo rodeaba de humo".

Comedor 'pole dance' en la antigua mansión de Kramer.
Comedor 'pole dance' en la antigua mansión de Kramer.GIORGIO VIERA

En los años noventa y primeros dos mil, Kramer (Fráncfort, 1957) fue el alma de la fiesta en Miami Beach. Corpulento, con su excelente mata de pelo rubio y una permanente sonrisa de Joker pasado de rosca, exprimió hasta la última gota el sueño de la frivolidad. Dan fe su cava de vinos todavía repleta de botellas, sus muebles de rancia inspiración europea, el rinoceronte de bronce que sigue en el jardín, bajo una palmera, con expresión de no haber comprendido nunca cómo llegó allí, o ese horterísima comedor principal, con su techo decorado con el fresco de un cielo por el que pululan angelotes y dioses griegos y, sobre la mesa, dos barras doradas de pole dance para el show de bailarinas con que gratificaba a sus húespedes tras la cena.

La abogada Latasha Hines, encargada de organizar la subasta, se mantiene en discreto silencio durante la visita pero no se ahorra un comentario concreto: "Si todo esto que vemos es una locura o no tal vez pueda considerarse una cuestión subjetiva. Lo que no es subjetivo es que el dinero que se gastó no era su dinero". La letrada del bufete Koyak Tropin Throckmorton representa a los herederos del fallecido industrial alemán Siegfried Otto. Kramer, casado con una hija de Otto, logró que su suegro le prestase una fortuna para proyectos inmobiliarios en Miami.

Escalinata interior del edificio central de la mansión.
Escalinata interior del edificio central de la mansión.GIORGIO VIERA

El incontenible bon vivant germano –"tauro por partida doble", se preciaba de decir– se ventiló los millones con alegría y los Otto acabaron llevándolo a los tribunales reclamando su capital. Aunque Kramer sostenía que el viejo Siegfried le había regalado el dinero, un juzgado suizo ha sentenciado que debe a la familia más de 100 millones de dólares.

La venta de las dos mansiones, que forman un conjunto de estilos "marroquíes, italianos y asiáticos" –según un librillo sobre la propiedad que editó Kramer–, será lo que más aporte a la liquidación de la deuda. No tienen precio de partida, pero la docena de propiedades construidas en la mínima y exclusiva Isla Estrella van de los 10 a los 60 millones de dólares. En ellas han vivido famosos como Don Johnson, Gloria Estefan o Shaquille O'Neal, y tiburones de los negocios como el ruso Vladislav Doronin, exnovio de Naomi Campbell.

Figuras de Alien y Predator almacenadas en un garaje de la mansión a la espera de la subasta.
Figuras de Alien y Predator almacenadas en un garaje de la mansión a la espera de la subasta.GIORGIO VIERA

Menos dinero rendirá la subasta de los objetos de Kramer. La firma de abogados no tiene una estimación de su valor, pero es un popurrí de cosas en el que a primera vista resulta difícil discernir qué puede ser valioso y qué, simplemente, cachivachería freak de un millonario perdido en una vorágine de compras absurdas.

Valgan como ejemplo estos disímiles elementos amontonados en uno de los garajes: dos figuras a tamaño natural de Alien y Predator –tan desconcertados de su lugar en el mundo como el rinoceronte de bronce–, la figura de un antiguo botones de hotel con dos obuses de guerra herrumbrosos a sus pies, un cabecero de cama de madera con grabados de dragones chinescos, dos cabezas de antílope disecadas, un globo de luces de discoteca cubierto de una melancólica pátina de polvo y, en medio de todo esto, un ataúd con interior de terciopelo rojo adornado con gárgolas. El bigotudo señor Noel, que contempla el panorama con el escepticismo de quién ha visto extravagancias hasta el hastío, explica que Kramer contaba que adquirió el féretro una vez que se hallaba triste.

Patio y edificio central de la mansión, construida en 1996.
Patio y edificio central de la mansión, construida en 1996.GIORGIO VIERA

Lo que queda del delirante mundo de Kramer es un interesante reflejo del tópico finisecular del broker multimillonario. Thomas Kramer recuerda al Jordan Belfort interpretado por Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street de Martin Scorsesse. Ganancias explosivas y vidas acelerando hacia un abismo de euforia. Kramer llegó a Nueva York en los ochenta y fue uno más de los jóvenes insultantemente ricos y exitosos de la bolsa. En su oficina de la planta 102 de las Torres Gemelas recibía a los periodistas alemanes que llegaban a contar la historia del que fue llamado entonces en su país Chico maravilla y ante las cámaras representaba con descaro el rol del inversor rodeado de teléfonos, gráficas picudas y en continua combustión.

En los noventa dio al salto a la especulación inmobiliaria y aterrizó en Miami. South Beach era un barrio degradado con fumadores de crack por doquier y edificios tapiados, producto de los perniciosos efectos del boom de la industria de la cocaína en los ochenta. Sobrevolando en helicóptero la zona, ha contado Kramer, generoso hagiógrafo de sí mismo, tuvo la "visión" de reinventar Miami Beach. Y si bien el desarrollo de la zona, ahora una meca playera del consumo con un carísimo mercado de bienes raíces, fue obra de muchos, el aporte del alemán aún es reconocido.

Figura de un velociraptor en el jardín de la mansión.
Figura de un velociraptor en el jardín de la mansión.GIORGIO VIERA

Kramer presume de haber superado el concepto de apartamento de lujo de su "amigo y competidor" inmobiliario Donald Trump al apostar por espacios más holgados que los de la Torre Trump.

A Kramer le apasionan los personajes poderosos, sobre todo los que ya son historia. Uno de los detalles más desopilantes de su perdido palacio miamense es un conjunto de medallones que adornan el techo de una cúpula con los rostros de figuras bien disparejas como Fidel Castro, Jesucristo, Stalin, Einstein o Satán. Acérrimo anticomunista, su delirio icónico no le impidó tampoco tener colgada –ahí sigue, arrugada– en los cuartos dedicados a oficina una gran bandera roja con la cara de Ernesto Che Guevara en el centro.

En los últimos años, desde que se fue de Miami, el carnavalesco especulador alemán ha afirmado en diversas entrevistas que se arruinó y que su fortuna personal, que algún día anduvo sobre los 100 millones de dólares –suya o afanada a su don Siegfried–, se redujo a polvo. Pero actualmente vive en Europa y pasa temporadas en Dubai, a donde llegó quebrado dispuesto a poner su experiencia de "emprendedor visionario" –así se define en su web– al servicio de los petrodólares.

Su Instagram lo muestra todavía en una enjundiosa vida social que lo lleva lo mismo a abrazarse a un jeque ante la maqueta de un campo de golf que a posar dichoso en la estación alpina de St. Moritz durante la Copa del Mundo de Polo sobre Nieve. En su página, un artículo de prensa explica que Kramer se ha asociado con un magnate pakistaní para desarrollar una "megaisla" junto a la ciudad de Karachi que suponga una inyección a la economía regional y que, según dijo el peregrino playboy, "probablemente pueda ayudar a erradicar el terrorismo en Pakistán". Desterrado de su paraíso, el Joker de Miami sigue sonriendo.

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