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Tribuna
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Todos los días deberían ser 11 de febrero

La autora explica que lograr una composición equilibrada entre mujeres y varones en la investigación "no es solamente una cuestión de justicia para las mujeres sino que está ampliamente demostrado que también tiene que ver con la calidad de la ciencia"

Hero Images/Getty Images.

La conmemoración del 11 de febrero es una celebración pero es, sobre todo, una llamada de atención. La decisión de la ONU al instaurar este Día de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia hace dos años tenía como propósito precisamente ese: enfocar la atención del mundo entero sobre un problema grave que, además, puede llegar a convertirse en muy grave. El texto hecho público por Naciones Unidas con motivo de esta conmemoración dice: “Hace ya veinticinco años que la ONU es consciente de la brecha de género en la ciencia y, sin embargo, el avance de las mujeres y las niñas en este campo no solo se ha estancado, sino que se observa un retroceso”

Desde 1999, tanto en España como en la UE se han aprobado directivas y promulgado leyes con la intención de combatir esa la brecha de género en la ciencia. El objetivo de esas normas era la implantación de una cultura inclusiva, de equilibrio e igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres en todos los estratos de la investigación científica. Un ejemplo de ello es la “Ley 14/2011 de la Ciencia la Tecnología y la Innovación” aprobada en España. Esas leyes hubieran debido provocar los cambios estructurales necesarios para que las instituciones científicas y los centros de investigación dejaran de ser ambientes dominantemente masculinos, en gran medida excluyentes para las mujeres. Pero esos cambios no han ocurrido. Aunque sí se han producido algunos avances, no se puede negar, éstos han sido tan poco significativos con respecto a las expectativas que, como afirma Naciones Unidas, en algunas de las áreas con más futuro lo que estamos observando es, incluso, un retroceso. El hecho de que, por ejemplo, la matriculación de mujeres en las escuelas y facultades de informática de los países desarrollados haya descendido en diez años a la mitad, desde una cifra ya escandalosamente baja, debería servir para ponernos a todos en marcha sin tardar un segundo.

La participación mayoritaria de varones en el liderazgo de la investigación sugiere que las perspectivas de las científicas son menos importantes y refuerza la opinión de que las mujeres no estamos lo suficientemente preparadas para participar en él

Nuestra sociedad occidental está viviendo una revolución, las mujeres estamos consiguiendo el que puede ser el salto definitivo en la conquista real de nuestros derechos, aunque en gran parte reconocidos en las leyes, aún no implantados en la realidad cotidiana. Acabar con la brecha de género en la ciencia está dentro de esa lucha, por supuesto. Pero lograr una composición equilibrada entre mujeres y varones en todos los ámbitos de responsabilidad, dentro de la actividad investigadora, no es solamente una cuestión de justicia para las mujeres sino que está ampliamente demostrado que también tiene que ver con la calidad de la ciencia.

Además, la participación mayoritaria de varones en el liderazgo de la investigación sugiere que las perspectivas de las científicas son menos importantes y refuerza la opinión de que las mujeres no estamos lo suficientemente preparadas para participar en él. Así se refuerza el estereotipo de que la creación de conocimiento es una ocupación esencialmente masculina. La popularización de ese estereotipo origina un círculo vicioso que contribuye a la inexistencia de modelos femeninos de autoridad que sirvan para que las niñas y las jóvenes se decanten por las carreras científicas.

Joaquina Álvarez Marrón es presidenta de AMIT (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas).

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