La guerra que llegó
La antigua hegemonía de EE UU en tecnología compite con marcas chinas como Lenovo
Seguramente, Mark Zuckerberg nunca pensó que su intuición sobre la importancia de fomentar la comunicación identitaria entre las personas abriría las puertas al Gran Hermano y auspiciaría el nacimiento de un nuevo mundo en un universo llamado Facebook.
A partir de ahí, las derivadas exceden con mucho la capacidad de los Gobiernos para controlarlas y dominar el monstruo creado por esa red social y por otras compañías tecnológicas que hoy acumulan gran parte de la riqueza mundial. En ese sentido, ni los políticos, ni los Ejércitos, ni las sociedades, ni los periódicos están preparados para enfrentarse a esa nueva realidad.
Desde hace muchos años, los Gobiernos de Estados Unidos, Israel, China o Rusia practican en su hegemonía del control mundial un hackeo institucional. Han entendido, como lo hicieron Goebbels y Stalin en los años 30, que la manipulación de las masas y la interferencia en los sentimientos de los pueblos es lo más importante.
¿Los rusos intervinieron las elecciones estadounidenses? A estas alturas queda claro que usaron el instrumento Facebook y el resto, la materia prima, la puso la condición humana. Todo ser humano alberga veneno y esperanza. Todos tenemos frustraciones, rencores y odios. Todos tenemos una lucha permanente, individual y colectiva, entre el bien y el mal. ¿Qué hicieron los rusos? Abrieron la puerta a la posibilidad de que una elección se pueda alterar no como antiguamente, robando los votos de las urnas, sino cambiando la percepción de los fenómenos políticos en las mentes humanas para influir en su decisión.
Y lo consiguieron. Rusia ha tenido la mayor victoria de todos los tiempos y Putin ha podido vengar al KGB, a la Unión Soviética y a la lucha que empezó un día en Port Arthur por la hegemonía mundial que terminó desencadenando la guerra ruso-japonesa.
Desde entonces hasta ahora, el problema ha sido el mismo: ¿quién domina a quién? Pero, además, se han encontrado con el arma de destrucción masiva que representa el dominio individual colectivizado en millones de expresiones a través de los nuevos medios.
Y solo cuando se constata la expansión internacional del canal de televisión Russia Today (RT) y el crecimiento de su presupuesto, sumado al hecho de que muchos países ya empiezan a considerar a los corresponsales de prensa como agentes de potencias extranjeras, se entiende mucho mejor la dimensión de la batalla propagandística en la que estamos metidos. Sería muy interesante hacer una comparación entre el actual presupuesto de RT y demás añadidos para la manipulación con los presupuestos de los Ministerios de Defensa de los países que son potencias mundiales en este campo.
¿Los rusos pueden intervenir en México? Por supuesto, ya están interviniendo. ¿Pueden intervenir en Cataluña? Por supuesto, ya lo están haciendo. La intervención consiste en la manipulación y la reconducción de los sentimientos en pro del derribo de las instituciones o el cuestionamiento de la organización social.
Trump se irá y el mundo en algún momento pondrá un límite a la ignorancia, la altanería y la inconsciencia de esa presidencia. Pero lo que no se irá tan fácilmente será la posibilidad de convertir a gente honesta en demoledores del sistema institucional. Lo que no se irá es el hecho de que, así como hizo Hitler con los charcuteros de Sajonia o con los sastres de Baviera, los ciudadanos serán los deseosos ejecutores de una política impuesta. Lo que no se irá es el mundo de la sospecha y la duda, unido a la certeza del fin del sistema.
La guerra ha empezado y las tecnologías compiten de manera clara y abierta, solo hay que recordar que la antigua hegemonía tecnológica estadounidense compite ya con marcas chinas como Lenovo.
¿Cómo lucharán los Gobiernos? No lo sé. ¿Cómo luchar contra un retrovirus? No lo sé. ¿Cómo se puede evitar el derrumbe íntimo y colectivo de las instituciones? No lo sé. Pero lo que sí sé es que la batalla y el mal anidan en el interior. Eso es lo que han hecho, entre otras cosas, los algoritmos de Zuckerberg y esa burbuja llamada Silicon Valley, un lugar donde esos nuevos magnates viven como impulsores de la capacidad de expresión, algo que otros han aprovechado para cambiar el curso de la humanidad.
Buscar a los agentes que hackean está bien, pero el principal agente destructor es el fracaso institucional y la frustración social sumados a la capacidad de hacer creer a la gente que, por primera vez su vida, su destino y su historia, les pertenece.
Si a eso le sumamos la ausencia de credibilidad, confiabilidad y capital moral en el Gobierno de las sociedades, la rebelión está servida, aunque sea solo como algunos virus epidémicos que generan malestar, pero que no cambian el origen de la enfermedad.
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