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Escritoras peruanas en la trinchera del feminismo

Marcha de escritoras celebrada en Lima el pasado 25 de noviembre.
Marcha de escritoras celebrada en Lima el pasado 25 de noviembre.Nicole Hurtado

Las escritoras peruanas se unen para abrirse paso entre el canon literario masculino y reivindicar que también existen

FUE VISTA por última vez en 2009, el año en que murió la poeta Blanca Varela. Con su muerte habría desaparecido esa rara especie llamada “escritora peruana”. Parece una exageración, pero no lo es. Durante décadas, la literatura de Perú fue representada por una selección masculina, siempre renovable en nombres pero nunca en género. En este tiempo, la figura de la escritora peruana fue una suerte de unicornio morado, una criatura mitológica que algunos habían conseguido avistar en el pasado, pero que hoy era inencontrable. A ver, preguntaban, ¿quién es la Clarice Lispector, la Isabel Allende, la Margo Glantz, la Alma Guillermoprieto, la María Moreno, la Piedad Bonnett, la Samanta Schweblin de Perú? Respuesta: Bolas de Paja. ¿Ves? No hay escritoras. De ellos sabíamos que eran editados, traducidos, antologizados, premiados, reseñados, alabados. De ellas, solo que formaban parte de la sociedad de las poetas muertas.

“Es el patriarcado, estúpido”, dicen hoy a coro y entre risas las escritoras con las que me tomo una cerveza en el centro de Lima. Esta tarde planeaban reventar la presentación de una antología, pero una de las activistas llega tarde por culpa de sus hijos. Solo da tiempo de hacerse un selfie con los carteles de su protesta fallida: “Existimos y escribimos”, “No somos invisibles”.

La poeta Victoria Guerrero creó hace unos meses un grupo virtual y real, el Comando Plath, junto a otras, hartas “de ser estereotipadas, invisibilizadas, violentadas y ridiculizadas”

La poeta Victoria Guerrero creó hace unos meses un grupo virtual y real, el Comando Plath, junto a otras, hartas “de ser estereotipadas, invisibilizadas, violentadas y ridiculizadas”, y ya lleva unos meses haciendo feminismo desde la trinchera literaria. Su último golpe ha sido publicar una lista de los mejores libros del año con obras escritas solo por mujeres para denunciar el desequilibrio en la prensa: como cada año, los suplementos culturales han difundido listados con míseras cuotas femeninas. Ellas aspiran a romper con la exclusión de un sistema que promueve que la “gran literatura”, las editoriales, la crítica, la gestión cultural y los medios se concentren en las mismas manos, un canon que se reserva el derecho de admisión de autoras (salvo alguna elegida).

En la lista del Comando Plath están algunas de las más vigorosas escritoras de Perú. Entre Amarilis —la huanuqueña anónima, admiradora de Lope de Vega, autora en el siglo XVI de la Epístola a Belardo— y la iné­dita Rosa Chávez Yacila —que en el XXI está escribiendo una novela autorreferencial sobre la joven chola, la indígena urbana del emergente Cono Norte, y no sabe aún si alguna editorial la publicará— hay varias habitaciones propias. Están las ficciones cavernosas de Irma del Águila. Las presencias fantasmagóricas de los relatos de Yeniva Fernández. La memoria de la violencia que recuperan en sus novelas Karina Pacheco desde Cuzco y Claudia Salazar desde Nueva York. Las revoluciones físicas y políticas de los poemas de Victoria Guerrero. La prosa virtuosa de la novela histórica de una directora de orquesta como Zoila Vega. El lenguaje roto de los cuentos de ­Ka­tya Adaui. La miniatura cotidiana de los post de Claudia Ulloa. La caótica y tierna lucha con la expresión lírica del muro de Facebook de Myra Jara Toledo. Las letras del rap feminista de L, Elena Mejía Julca.

Si hay algo que caracteriza a la literatura de las peruanas en 2018 es su diversidad de voces, su resistencia a seguir tocando las puertas del canon masculino y su descentralización —muchas escriben desde las menospreciadas provincias—. Ser desconocidas o mal valoradas en las élites literarias es el sello de identidad de muchas de ellas, pero continúan peleando por altavoz y espacio. “Como si no bastase ya ser”, verso de la gran poeta peruana Carmen Ollé, da el título a una reciente antología de narradoras que refleja este inevitable momento MeToo. 

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