Es el mercado, amigo
ESTE HOMBRE QUE se arranca la bufanda con ademán torero, como si se desprendiera del capote con el que se dispone a torear a sus señorías, se llama Rodrigo Rato. Durante las cinco horas que compareció ante la comisión del Congreso que investigaba la crisis financiera, hizo chicuelinas, verónicas, gaoneras, navarras, delantales y serpentinas, entre otros lances del llamado arte de Cúchares. José Luis Sastre dijo en Los pasos perdidos de Hora 25 que permaneció todo el rato con el mentón erguido, como si aún le molestara en la nuca la mano del policía que, tras su detención, le ayudó a introducirse en el coche. Pero no solo trataba de desprenderse de esa mano fantasma, sino de llamarnos patanes desde su posición de señorito a quienes tuvimos el mal gusto y la paciencia de seguir su faena.
Pese a todo, valió la pena el tiempo invertido solo por escucharle aquella frase que resumía su existencia:
—Es el mercado, amigo.
La corrupción no fue la corrupción, fue el mercado. Del mismo modo que el Todo por la patria aparece sobre la puerta de los cuarteles de la Guardia Civil, la frase de Rato debería figurar a la entrada de todos los poblados chabolistas, de todas las viviendas de clase media en las que no se puede encender la calefacción, en todas las oficinas de empleo cuyas colas dan la vuelta a la manzana, en las tumbas de los ahogados en el Mediterráneo intentando llegar a Europa, en los comedores sociales, en los albergues para indigentes… Es el mercado, amigo. Incluso en las paredes de su celda, si finalmente va a prisión, debería usted garabatear esta máxima.
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