Las noticias me estresan
Las nuevas tecnologías nos permiten saber ahora lo que pasa en cualquier lugar del mundo casi al minuto. Pero el exceso de información nos puede generar una angustia continua. Hay que tomar distancia, entender los hechos y forjarse una opinión lo menos sesgada posible.
CADA UNO TIENE su opinión y sus propias preocupaciones. Las sociedades están configuradas por personas que sienten, viven y afrontan la realidad de forma muy distinta. Entonces, ¿cómo mantener la unidad que garantiza el orden dentro del sistema? El filósofo alemán Peter Sloterdijk sostiene en su libro Estrés y libertad (Ediciones Godot) que el grupo está cohesionado, en parte, por el estrés. Una agonía que brota, sobre todo, de las noticias, que casi siempre consiguen angustiarnos. Según Sloterdijk, al compartir temores los ciudadanos buscamos estar en manada. Quizá porque sabemos que como individuos aislados no podemos encontrar una solución a muchos desafíos. Pero así también nos convertimos en seres fácilmente manipulables. Si nos fijamos, siempre hay algo que vemos en el telediario que nos apesadumbra. Ya sea la crisis, las amenazas de Corea del Norte, el cambio climático o el terrorismo yihadista. Convivimos con situaciones o personajes que amagan con arrasar la paz social, sumirnos en el caos.
Hoy día uno tiene la obligación de posicionarse en cualquier tema, aunque no lo conozca bien, y compartirlo con sus seguidores
Hoy día, el nivel de ansiedad al que estamos sometidos por culpa del exceso de información es mucho más alto que el que tenían nuestros abuelos. La irrupción de las nuevas tecnologías ha multiplicado los canales de comunicación que nos bombardean a todas horas con todo tipo de historias. Es muy difícil desconectar de lo que acontece en el mundo. Así que ahora, a nuestros propios miedos hay que añadir los que comparte la gente en Twitter, Facebook o WhatsApp. Con el agravante de que uno ya no está seguro de si esa noticia es cierta o si se trata de una manipulación urdida por hackers rusos o por el loco de turno que hace viral un bulo por la Red. Si esto fuera poco, en la sociedad actual no se acepta que alguien no tenga una opinión sobre el tema que esté de moda en ese momento. Parece que tenemos la obligación de posicionarnos y compartir las ideas entre nuestros seguidores en redes sociales. Al final, cualquiera puede sorprenderse a sí mismo perdiendo los nervios y defendiendo a ultranza un asunto o incluso peleándose con un familiar o un amigo por cosas que verdaderamente no están a nuestro alcance. ¿Qué hacer, entonces? ¿Pasar de todo? ¿Tratar todas las informaciones por igual, es decir, como mentirosas y manipuladoras? ¿Ser, en definitiva, una persona cínica a la que nada le afecta y a la que solo le importa su bienestar? Sin duda, no. Pero lo que sí que está en nuestra mano es tomar distancia y controlar nuestras emociones. Podemos determinar si algo nos preocupa o si no nos interesa, del mismo modo que a veces no lo tendremos tan claro. No es fácil discernir entre las noticias que realmente nos afectan, así que propongo algunos puntos a tener en cuenta.
Contrastemos. La vida está llena de matices. Con la actualidad sucede lo mismo. Cualquier hecho se puede contar desde diferentes puntos de vista. Por eso lo más recomendable es tener varios periódicos de cabecera, escuchar unas cuantas emisoras de radio y no quedarse con un telediario. No debemos pensar que la opinión que más se parece a la nuestra es la mejor.
Dudemos. No hay que dar nada por sentado. Es bueno cuestionarse las cosas. Sobre todo cuando se trata de datos alarmantes que corren como la pólvora por las redes sociales. Lo primero que habría que hacer es no aventurarse, acudir a las fuentes oficiales y buscar las voces de los expertos.
Cambiemos. Ludwig Wittgenstein, uno de los pensadores más brillantes del siglo XX, decía: “El filósofo no es ciudadano de ninguna comunidad de ideas. Esto es lo que lo hace ser filósofo”. Tenemos el derecho a cambiar de opinión, a sentir que estuvimos equivocados o que, simplemente, nos han convencido con otros argumentos. Porque ser capaces de suscribir otras ideas significa que sabemos darle la importancia justa a las cosas.
Desconectemos. La actualidad se vive hoy al minuto. Cualquier evento se puede seguir en directo. Si hay un atentado, queremos saber desde ya el número de víctimas o el nombre de los terroristas. Por no hablar de cuando juega nuestro equipo de fútbol. Seguimos el encuentro con nerviosismo, ya estemos en la playa, en el cine o en el parque con los niños. En ocasiones estamos tan absortos siguiendo una información que cualquier detalle, por insustancial que sea, se convierte en novedad. Sin embargo, hay que tener claro que estar pendiente de la última hora no quiere decir que sepamos realmente lo que está pasando. Así que relativice, siga con su faena, intente dosificar las veces que mira el móvil y espere a que los medios hayan tenido tiempo de preparar una noticia más completa que le ayude a entender bien los hechos.
Hay que intentar que los sucesos no influyan mucho en nuestro estado de ánimo. Y menos en nuestro carácter. Si un tema no nos preocupa especialmente será mejor que evitemos discusiones acaloradas. En algunos casos no podremos evitar involucrarnos con algunas historias e identificarnos con las personas que sufren, pero tenemos que poner tierra de por medio. Si no podemos ayudar, centrémonos en nosotros y pensemos cómo podemos mejorar nuestra realidad. Generemos buen rollo, participemos en debates constructivos lejos del odio o el miedo a lo desconocido. Desconectemos, pero con mesura. No sea que nos pase como a aquel hombre que vivía al lado de una carretera, donde vendía unas rosquillas deliciosas. Aquel comerciante ni oía la radio, ni leía los periódicos ni hacía demasiado caso a la televisión. Pero el negocio le iba fenomenal. La demanda crecía y crecía. Todo cambió cuando vino a visitarle su hijo y le dijo:
—¿No te has enterado por los medios? Estamos sufriendo una enorme crisis. Esto se hunde.
El padre pensó: “Mi hijo tiene estudios. Está informado. Sabe de lo que habla”.
Así que compró menos ingredientes para reducir su producción de rosquillas, olvidó sus planes de ampliar su local y frenó el gasto publicitario. Las ventas fueron disminuyendo y todo se fue a pique. Llamó a su primogénito a la universidad para decirle:
—Tenías razón. Estamos inmersos en una crisis muy grande.
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