Una horterada
EL PENE ESTÁ sobrerrepresentado, especialmente en el ámbito militar. Kim Jong-un no hace otra cosa que mostrarnos el suyo (quizá el que le gustaría poseer) cada vez que lanza un misil con el aparato mediático que se estila en Corea del Norte. Nos recuerda al bebé que se exhibe desnudo ante las visitas en medio de la cena. Quienes hicimos la mili nos pasábamos el día sacando brillo al cañón del tanque, que venía a ser el pene del coronel o del teniente general. Cada mando tenía el suyo, al que atendíamos de manera obsesiva. Y al terminar la guardia nos revisaban el cetme, que era un pene de soldado raso al que había que mantener también impoluto por el bien de la patria.
El de la fotografía, que a fuer de realista subraya obscenamente el glande, es un cohete espacial porque hemos decidido que a Marte solo se llega por cojones. Ya está bien, ¿no?, de tanto pene erecto. Relajémonos un poco, demos un respiro a la hombría, concedámonos una pausa, abracemos la flacidez. ¿No hay otros modos de asustar al enemigo o de llegar a Venus? Debería haber cundido el modelo del platillo volante, de formas suaves, apenas hormonado. Aquellos platillos, al decir de los ufólogos, procedían de dimensiones alejadísimas de nuestra realidad, pero nos tocaron el alma con su dulce forma de plato sopero invertido. He ahí un modelo carente de agresividad, agradable al tacto y a la vista y por el que nos dejaríamos abducir con mucho gusto. Pero lo que ya clama al cielo del pene de la fotografía es que aparezca tatuado en toda su longitud, como el de un marinero. ¿Cabe imaginar horterada mayor?
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