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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el reino fulminante de lo instantáneo

Las cartas se han convertido en una extravagancia en un mundo gobernado por las nuevas tecnologías

José Andrés Rojo
Postales enviadas desde Francia en 1931, 1932 y 1907.
Postales enviadas desde Francia en 1931, 1932 y 1907.GETTY IMAGES

Todavía no se han pensado a fondo los profundos cambios que el mundo ha padecido en las últimas décadas, aún es pronto para valorar su sentido, su trascendencia. La revolución que han desencadenado las nuevas tecnologías asociadas a Internet está ahí, para qué darle más vueltas. Todo está disponible inmediatamente. Un pequeño movimiento en cualquiera de los dispositivos tecnológicos que forman ya parte de nuestro entorno más próximo y sabemos ipso facto lo que ocurre en cualquier parte del mundo. Estamos conectados, nos comunicamos, emitimos a cada rato señales exactas de dónde estamos, qué sentimos, lo que pensamos y se nos ocurre, y permanentemente nos pronunciamos sobre si algo nos gusta o no nos gusta.

El tema de portada de Babelia del último sábado estaba dedicado a las cartas. Claro que todo el mundo sabe lo que es una carta, pero ya son muchos los que no han recibido nunca ninguna, ni la van a recibir jamás. Así que no sabrán lo que significa la espera, ni tendrán ni siquiera una remota idea de los trastornos emocionales que provoca. En este mundo de comunicaciones instantáneas, y donde se nos dice con extrema precisión en qué momento se comió en Lima una papa a la huancaína la prima hermana de nuestro cuñado, y vemos además la fotografía del plato, los comentarios sobre su sabor y la algarabía o rechazo con que fue recibida la noticia, no hay duda de que una carta se ha convertido en una rareza, en una extravagancia propia de otras épocas.

Nada que objetar, son cosas que pasan. Cambian las tecnologías, cambian las costumbres, cambian las personas. Lo sorprendente es lo rápido con que esta vez se ha producido todo, tan rápido que no ha dado en verdad tiempo para poder ser conscientes de lo que se pierde y se gana, y de las profundas (e invisibles) transformaciones que se están produciendo en nuestra manera de percibir y de relacionarnos con los demás.

No, no ha pasado mucho tiempo. En una novela del escritor mexicano Juan Villoro, Arrecife, uno de los personajes comenta: “Pertenecemos a la última generación que conoció la espera, la posibilidad de perder un envío, la llegada de una caligrafía especial…”. Ese personaje había nacido en algún momento entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Así que conocía lo que pasaba cuando enviabas una carta y cuando la recibías. La voluntad de expresar lo que sentías o pensabas (en las guerras había personal específico dedicado a redactarles las cartas a los soldados a los que les costaba, o no sabían, escribir), la necesidad de dar una somera información del contexto, la descripción de lo que veías, etcétera. Y luego la espera, la larga espera de la respuesta.

Hoy todo va rápido. Y eso podría terminar afectando gravemente a la democracia. Como ha pasado con las cartas (con la comunicación con el que no está), también las elecciones tienen un tempo diferente. No opera ya el sosiego de meditar la mejor opción. Funciona el tuit más certero. E igual es el que te promete que vas a ser más grande (más rico, más listo). Y, claro, vas y lo votas. Al instante.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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