Estos son los motivos por los que ‘Verano 1993’ debería arrasar este año en los Goya
Hace ya un año, en el Festival de Berlín, se comenzó a hablar muy bien de la ópera prima de Carla Simón, sin duda una de las obras más importantes de 2017
En el Festival de Berlín de 2017, hace un año, se habló menos de la ganadora del Oso de Oro, el brillante drama húngaro En cuerpo y alma, de Ildikó Envedi, que de la película que se llevó un premio, en principio, más modesto como es el de mejor ópera prima. Ese galardón fue a las manos de Carla Simón, una directora catalana de treinta años, que se formó en Londres y Nueva York y que debutaba en el cine con una película libre, honesta, hermosa y que toca, de forma muy directa, al corazón. Desde ese momento, Verano 1993, rodada originalmente en catalán, comenzó su viaje por los festival internacionales consiguiendo premios en Málaga, Estambul y en el prestigioso BAFICI de Buenos Aires. Hasta que fue elegida para representar a España en los Oscar.
Cuando llegó a los cines, el efecto estiu había tomado la forma de una ciclogénesis. Todo el mundo comenzó a catalogar el film como algo más que una pequeña sorpresa. Término despectivo que se suele utilizar hacia las óperas primas realizadas con humildad, los medios justos y actores no muy conocidos. Un error cuando se está hablando de cine. En este caso de cine con mayúsculas. Ya desde el certamen berlinés, la directora dejó claro cuál era el origen de su historia. Ella misma, siendo a una niña, perdió a su madre en el verano de 1993, víctima del sida. Tres años antes, su padre también había fallecido por esta enfermedad. Al quedarse huérfana, fueron sus tíos los que se hicieron cargo de ella y la llevaron desde su casa en Barcelona a una casa en el campo en la provincia de Girona.
Eso que le sucedió a Carla Simón y también le sucede en pantalla a la pequeña Frida (Laia Artigas). Tiene que abandonar su hogar cuando su madre muere y comienza una nueva vida con sus tíos (David Verdaguer y Bruna Cusí, ambos nominados a los Goya) y con su prima pequeña (Paula Robles). La cineasta retrata este desplazamiento físico y emocional con la verdad que le otorga haber experimentado las mismas sensaciones y contradicciones que su protagonista.
Hilvana secuencias perfectamente rematadas para acabar completando una cartografía emocional en la que el espectador puede ir encontrando el camino que conduce de la alegría a la más profunda tristeza. De la esperanza de futuro que otorga la niñez al desconsuelo del que comienza una nueva vida sin sus referentes más cercanos. De la pérdida de una madre a la esperanza de encontrar un nuevo hogar.
Todas estas cosas pasan por la cabeza de la pequeña Frida y todas quedan retratadas en su mirada que recuerda a la de Ana Torrent en Cría cuervos o El espíritu de la colmena, dos películas que retratan la infancia y con las que Verano 1993 tiene conexiones temáticas y emocionales. Sin embargo, el estilo de Carla Simón es más cercano, casi naturalista. Y tiene la habilidad de construir los planos secuencia a través de la verdad del momento, de captar las emociones de las dos pequeñas actrices, a las que dirige de una manera casi mágica, y contrastarlas con la supuesta racionalidad de los personajes adultos, perfectos en su papel de contrapunto.
Carrera por los premios
Verano 1993 figura en la lista de candidatas a los Goya con 8 nominaciones, si sitúa solo por detrás de Handia (13), La librería (12) y El autor (9). La película sobre el gigante vasco dirigida por Aitor Arregi y Jon Garaño fue una de las que mejor sabor de boca dejó en el pasado Festival de San Sebastián, donde se llevó premio. La pareja de directores ya estuvieron presentes en la gala con la nominación de su anterior trabajo, la también muy notable Loreak, sin duda es la gran favorita del año, si no estuviera entre las favoritas Verano 1993.
El gran hándicap para que la película obtenga el premio es que las óperas primas suelen quedar despachadas, por así decirlo, con el premio a la mejor dirección novel, donde Carla Simón compite con Sergio G. Sánchez (El secreto de Marrowbone), Javier Calvo y Javier Ambrossi (La llamada) y Lino Escalera (No sé decir adiós). Esta última, otra de las grandes sorpresas del año, y que si no estuviera Verano 1993 entre las candidatas merecería llevarse el Goya. Lo mismo se podría decir de la terrorífica y magistral Verónica, de Paco Plaza, en la categoría de mejor película. Alguna de sus siete nominaciones debería transformarse en premio.
La respuestas a estos interrogantes las tendremos el próximo 3 de febrero. En la historia de los Goya ha habido algunas sorpresas agradables que dejaron a los más clásicos, por no decir directamente retrógrados, con una mueca de asombro en la boca cuando del sobre salieron títulos como La soledad, de Jaime Rosales; Camino, de Javier Fesser, o Pan negro, de Agustín Villaronga. Nuestro cine necesita de nuevos nombres y de aire fresco, que sumen talentos y esfuerzos con los ya consagrados. Y los creadores jóvenes tienen que ver su trabajo reforzado ya que las taquillas suelen dar (tan injustamente) la espalda al cine español. Aunque ahora no es el momento de hablar sobre eso.
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