Turbulencias en la tribu Puigdemont
El expresident humilló a sus jóvenes dirigentes, pero son ellos quienes controlan el partido
Si Cataluña se normalizará o no depende de varias incógnitas: de si el PP y el Gobierno, desplomados, recuperan aliento y son capaces de iniciativa; de la judicatura.
Y de la orientación estratégica que adopte el establishment independentista (Esquerra y PDeCAT/lista Carles Puigdemont). Constatado el fracaso de la unilateralidad y la ilegalidad ¿volverá al marco democrático, para perseguir, esta vez sin vulnerar la ley, el sueño de la secesión?
Indicios en contra en la primera resaca del 21-D: las enfervorizadas proclamas de victoria republicana y autolegitimismo lanzadas en Bruselas por Puigdemont y su adlátere Toni Comín.
Indicios a favor de recivilizarse: los profusos guiños a los comunes de Xavier Domènech para sumarlos a una nueva mayoría, prescindiendo del radicalismo cátaro de la CUP. “Sumar sensibilidades”, lanzar “políticas sociales”, insinuaba ayer Marta Rovira, la segunda de Esquerra. Moneda implícita de cambio: el apoyo del soberanismo a la minorizada (por indecisión propia) Ada Colau como alcaldesa de Barcelona.
Seguramente esto no fraguará de entrada en una primera investidura. Quizás para luego, aunque es difícil imaginar al senequista Domènech llevando la cartera de Jordi Turull, estrella del pujolismo transformista.
Lo relevante es el designio que abriga el intento de seducción: prescindir del abrazo antisistema cupero (abrupta ruptura sin reforma) y sustituirlo por el apoyo alter-sistema (reformas que aboquen a rupturas más suaves) comunero.
Estos escarceos determinarán la velocidad (y dirección) de la fragua del cemento que eventualmente cohesione la mayoría parlamentaria indepe. Si pura o escabinada, si alucinógena o con, al menos, un pie en el suelo. Involucran tanto a los de Puigdemont como a los de Oriol Junqueras.
Simultáneamente, se dirimirá otra turbulencia. La fricción entre el prófugo de Bruselas con su propio partido (de origen), el PDeCAT, la antigua Convergència.
Puigdemont humilló a sus jóvenes dirigentes (como Marta Pascal y David Bonvehí) distantes de la corrupción del 3%; les ocultó su plan de fuga; les recibió unos minutos; les impuso nombres de su círculo íntimo; les marginó de la lista; nombró coordinadora de la misma a Elsa Artadi, que acababa de romper el carné; fijó —como acendrado carlista— un ideario legitimista y fundamentalista.
Pero aunque su poder simbólico se haya acrecido, los jóvenes controlan el partido (lo que queda del mismo); las finanzas, que van a su nombre; los alcaldes; y buena parte del grupo parlamentario. Y son jóvenes.
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