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Tribuna
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Las ilusiones del ‘procés’

El relato ha sido el de una Cataluña democrática frente a una España cerril, cutre e intolerante

Guardiola, entrenador del Manchester City, con su lazo amarillo en favor del independentismo catalán.
Guardiola, entrenador del Manchester City, con su lazo amarillo en favor del independentismo catalán. PAUL ELLIS (AFP)

Se ha dicho que una de las razones del éxito del procés es que cuenta con un relato potente. Ese relato descansa en la asunción de una supuesta y secular enemiga de España contra Cataluña; pero tal mensaje no habría logrado imponerse sin el concurso de dos artefactos retóricos: la ilusión de mayoría (somos más) y la ilusión de excelencia (somos mejores).

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La ilusión de mayoría radica en que una parte consigue ocupar una posición hegemónica de modo que un nosotros particular (independentistas) se convierte en el nosotros comunitario (catalanes). Tiene dos manifestaciones. Una es de naturaleza discursivo-comunicacional y establece que la visión independentista está avalada por el consenso social. Un buen ejemplo lo proporciona Íñigo Domínguez refiriéndose a TV3 (EL PAÍS, 12-11-2017): “Toda Cataluña sería una [...] La idea es siempre la misma: el deseo de independencia es abrumador, total, y no lo que es en realidad, no mayoritario, según las últimas elecciones. En ese sentido las posturas contrarias son residuales”. Es, en efecto, una música constante: la del clamor de la calle, el mandato democrático, la reivindicación popular.

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La otra manifestación es de naturaleza social: actores salientes ubicados en posiciones estratégicas se constituyen en emblemas comunitarios (Kristina Lerman y colaboradores: The ‘Majority Illusion’ in Social Networks). El procés cuenta con un factor determinante para conseguir ese efecto: la terna mediática Piqué, Llach y Guardiola.

La repetición desde los amplificadores audiovisuales y la prestancia de los influencers da cuenta de cómo posiciones minoritarias consiguen imponer sus definiciones de la realidad. La contrapartida de esta sobrerrepresentación es la espiral del silencio que invisibiliza al resto de la población. No es visible, luego no existe. De ahí la sorpresa ante las manifestaciones antisecesionistas de octubre (y el recurso a su descalificación expeditiva como de extrema derecha).

Hay actores convertidos en emblemas comunitarios, como la terna mediática Piqué, Llach y Guardiola

La atribución cuantitativa se completa con otra cualitativa. Es la ilusión de excelencia. El nosotros supuestamente titular monopoliza los referentes valiosos. Puesto que se trata de un contencioso diferencial, el resultado es una distribución simbólica asimétrica: a la Cataluña nórdica, democrática, dialogante y risueña se contrapone una España intolerante, cutre, malencarada y franquista. La etnicidad catalanista se constituye en identidad de prestigio, de ahí su poder de seducción y su distribución desigual en la pirámide social —bien ilustrada por la rareza de los apellidos comunes en la cúspide—. Hay una continuidad entre el procés y la nacionalización pujolista. La apropiación de la excelencia tiene su momento fundacional en el memorable: “De ética, moral y juego limpio hablaremos nosotros”.

La estrategia de acumulación de capital simbólico —una invariante de todos los supremacismos— que comporta la ilusión de excelencia no es mero narcisismo: se articula como instancia proveedora de derechos. A un pueblo (un término más apropiado que sociedad por su connotación organicista) portador de tales avales, ¿cómo se le va a negar el “derecho a decidir su futuro”? Pero ni ese supuesto derecho —un endemismo jurídico vasco-catalán— tiene aval en la normativa internacional, ni la mera adición de cifras es fundamento sólido de derechos, porque, como recuerda Félix Ovejero, “la voluntad y el número resultan irrelevantes para fundamentar derechos” (EL PAÍS, 13-11-2017).

Los acontecimientos de las últimas semanas son elocuentes por cuanto los propios protagonistas han acabado reconociendo el carácter ilusorio de los avatares terminales del procés. (También Junts pel Sí y la CUP anunciaron solemnemente que boicotearían unas elecciones convocadas por el Gobierno central). Sin embargo, ello no equivale a una impugnación de las ilusiones señaladas. Porque estas persiguen una doble finalidad: además de sostener el relato dominante, distraer la atención respecto a las prácticas y los mecanismos puestos en funcionamiento por los actores interesados con ese fin. Por eso la tarea de achicar los mitos, falacias, medias verdades, sofismas y posverdades vertidos cotidianamente demanda un esfuerzo que hace literalmente inaccesible el suelo epistémico para la explicación del procés. Sin que ello presuponga desde luego que las variables y los actores señalados expliquen todos sus recovecos.

Martín Alonso es politólogo y autor de El catalanismo, del éxito al éxtasis (tres volúmenes; 2014-2017).

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