No todo en Internet vale lo mismo
Deberíamos empezar por llamar a las cosas por su nombre, y en este caso 'regulación' es más adecuado que 'neutralidad en la Red'
En el debate sobre la neutralidad en la Red, como muchos otros en esta época de realidades emocionales, la semántica ha condicionado los argumentos opuestos. La decisión de la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos de acabar con las normas que garantizan que todo el contenido sea tratado igual por los proveedores de conexión de Internet ha generado una comprensible polémica, porque los defensores de esa neutralidad han advertido de que se abre ahora el camino a un Internet de dos velocidades e incluso a la censura de la Red. Sin embargo, hay matices que ese término, "neutralidad", no refleja fielmente.
En términos generales, ¿quién puede oponerse a que Internet sea neutral? Es más, ¿quién puede defender que cualquier tecnología, la que sea, no puede ser neutral? Por eso, muchos de los creadores de Internet, la gente que pensó la arquitectura digital que cambió el mundo, como Robert Kahn o David Farber, se oponen al uso de ese término y se refieren a ese principio como "regulación de la Red". Y a tenor de los argumentos a favor y en contra, es una expresión que refleja de forma más adecuada la naturaleza de este debate.
No todo el contenido en Internet es igual. La diferencia es evidente, y la recordaba Nicholas Negroponte, fundador del Media Lab del Massachusetts Institute of Technology, en una charla de 2014, en la que ponía en duda la máxima de que "todos los bits fueron creados iguales". Negroponte aportaba un ejemplo esclarecedor: un libro entero, una novela, pesa aproximadamente un mega; mientras, sólo un segundo de vídeo en streaming pesa ya más de un mega, y el impulso eléctrico de un marcapasos es una fracción de ese mismo mega. Es obvio, entonces, que no todo el contenido pesa lo mismo y por lo tanto no puede ser considerado igual.
Hay otras capas de sentido en esa afirmación. Desde el punto de vista de un periodista que trabaja en un medio de información generalista, con unos estrictos procesos de verificación de información, es lógico que no considere que todo el contenido tiene el mismo valor. Es un hecho que hay portales que publican noticias falsas, material plagiado o contenido delictivo y otros que no. ¿Deben ser tratados todos del mismo modo, en un Internet nivelado donde todos valen igual? Soy consciente de que es un planteamiento polémico y que además abre otro dilema, mucho mayor y para el que no tengo respuesta: ¿quién decide entonces qué contenido es lícito y cuál no lo es?
En cierto modo es lógico que las normas de la llamada neutralidad en la Red hayan tenido una vida tan corta en EE UU, porque suponen darle al Estado la capacidad de decidir sobre cómo tratan el contenido empresas privadas que ofrecen conexión a Internet, en un país genéticamente opuesto a cualquier tipo de intervención gubernamental. Los argumentos que han aportado los miembros de la Comisión norteamericana que ha acabado con esas normas de neutralidad se centran precisamente en el respeto al libre mercado y a la importancia de reducir la regulación en un sector que siempre se ha caracterizado por su dinamismo e innovación.
En este debate ha sido crucial la actividad en defensa de esas normas de las grandes plataformas de contenido en Internet, como Facebook, Google o Netflix. Todas han movilizado los recursos a su alcance para centrar el debate en torno al término de neutralidad, situándose como defensores de la libertad de expresión y la transparencia, reclamando que se les trate a todos por igual, y que el ancho de banda no discrimine sus contenidos.
Resulta llamativo que ese haya sido su argumento principal, dado el hecho de que prácticamente todas esas plataformas discriminan el contenido que los usuarios alojan en ellas por medio de opacos algoritmos que mutan constantemente y que son diseñados, en última instancia, para maximizar sus beneficios, normalmente generados a través de impresiones publicitarias. Piden neutralidad para unos servicios intrínsecamente desiguales, y están en su derecho de hacerlo. En el acalorado debate de las noticias falsas han sido esos algoritmos los que han provocado que todo tipo de bulos hayan tenido un peso desmesurado para ciudadanos de todo el mundo, que han dado credibilidad a las mentiras de los partidarios de Donald Trump, el Brexit o las campañas de desestabilización rusas.
No hay duda de que Internet debería ser barato o gratuito, que las conexiones deberían ser todas de alta calidad en todos los lugares del mundo, sin discriminar a los usuarios y respetando el derecho a la intimidad de estos. Pero también es cierto, un hecho incontestable, que no todo el contenido en Internet pesa o vale lo mismo. Y puede que fuera de EE UU, en mercados más dados a la regulación como el europeo, decidamos que es necesaria una mayor regulación de Internet. Pero para diseñarla y aplicarla correctamente deberíamos empezar por llamar a las cosas por su nombre, y en este caso regulación es más adecuado que neutralidad.
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