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“Cariño, no sé qué hacer con los niños”: el ocio infantil se diversifica

Propuestas de actividades más allá del fútbol, el teatro o el cine

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Recuerdo mi infancia en Silla, un pueblo (hoy ciudad dormitorio) situado a escasos kilómetros al sur de Valencia. Allí, a finales de los años ochenta y principios de los noventa, los padres no tenían muchas más alternativas de ocio familiar para el fin de semana que los parques (siempre los parques), los polideportivos y alguna visita esporádica al zoo o al jardín botánico. Lo mismo pasaba entre semana: no había más alternativas extraescolares que el deporte en cualquiera de sus versiones, las clases de repaso, de mecanografía, de música o de inglés.

Hoy, sin embargo, y sobre todo en las grandes ciudades, los padres tenemos a nuestra disposición un catálogo de actividades cada vez más amplio, atractivo y diversificado, que ha sabido ir más allá del fútbol, el teatro o el cine. Cada fin de semana las agendas de ocio familiar se llenan de eventos para el disfrute de niños y de padres. Y esa oferta ha llegado, como no podía ser de otra forma, de la mano de la demanda: “Creo que los padres de hoy están más informados y sensibilizados con la cantidad de ofertas que existen para despertar y desarrollar competencias en los niños. Desde luego se muestran más abiertos a experimentar con nuevas propuestas y muchas veces nos dicen que ojalá hubiera existido una escuela o una actividad así cuando ellos eran pequeños”, afirma Aimée Duchamp, directora, realizadora, diseñadora audiovisual y cofundadora junto a Luisa Tenorio, diseñadora gráfica y audiovisual, de Petit Atelier, un novedoso proyecto emprendedor que abrió las puertas en abril de 2017 en Barcelona y que busca acercar el mundo del cine a los niños.

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En sus talleres, cursos extraescolares y campamentos, todos ellos impregnados por la filosofía de “aprender jugando” y “aprender haciendo” y dirigidos a niños de entre 4 y 19 años, enseñan a los alumnos los fundamentos del arte cinematográfico: desde contar sus propias historias mediante un guión, a dirigir, pasando por grabar varios tipos de tomas, desarrollar efectos especiales sencillos y complejos o editar sus creaciones tal y como se haría realmente en un set de cine profesional. ¿Qué puede aportar el cine a los niños?, le pregunto. “Los niños españoles pasan casi cuatro horas al día viendo la televisión o jugando con el ordenador y los dispositivos móviles, según datos de Kantar Media. Son unas cifras que preocupan a muchos padres y educadores, pero… ¿y si diéramos la vuelta a esta fascinación de los más pequeños por el lenguaje audiovisual y la convirtiéramos en un recurso educativo y enfocado al desarrollo personal? Ese el objetivo del Petit Atelier, hacer cine para niños hecho por niños”, responde Aimée.

Niños arquitectos...y escaladores

A mediados de 2011, tras convertirse en madre, la arquitecta urbanista Almudena de Benito fundaba en Madrid Chiquitectos. Lo hacía en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria y con la profesión en sus cotas de valoración más negativas: “Es algo que nos hemos ganado a pulso tras años unos años en los que se ha construido al margen de la sociedad, sin tener en cuenta ni sus deseos, ni sus intereses ni sus necesidades”, afirma. Consciente de ello, “de la importancia de la arquitectura en nuestras vidas, y del poco valor que se le da en nuestro país a muchos de los espacios que utilizamos y habitamos”, se puso a buscar soluciones. No encontró mejor manera de atajar el problema que hacerlo desde la infancia, “acercando la arquitectura a las niñas, niños y jóvenes, despertando su interés por el entorno construido”. De ahí nació Chiquitectos, un proyecto lúdico y educativo que acabó de tomar forma cuando Almudena descubre que otros países europeos, como Finlandia, ya llevan años trabajando en ese ámbito.

Sus talleres para niños, adolescentes y familias tienen en el juego y la diversión sus dos valores clave, a través de los cuales promueven el desarrollo de la inteligencia espacial y de la imaginación. “Observamos que los niños se vuelven más creativos, toman la iniciativa con más frecuencia y son capaces de concentrase en una tarea. También comienzan a ser mucho más críticos con su entorno, a observar con otros ojos. Y eso es lo que esperamos por nuestra parte, contribuir a crear ciudadanos participativos y responsables de sus propias decisiones, capaces de actuar para cambiar el estado de las cosas”, añade Almudena.

Con escalar edificios diseñados por arquitectos y sobre todo con escalar ochomiles, soñarán seguro los alumnos de Sputnik Climbing Center, un centro de educación y ocio en torno a la escalada inaugurado hace un año en la localidad madrileña de Alcobendas. Ofrecen retos infantiles, talleres, días sin cole y campamentos para niños en los que mezclan actividades de escalada y juegos infantiles, conectando a los pequeños con el deporte y, sobre todo, con sus valores y su forma de entender la escalada: “El objetivo de todas nuestras actividades es educar. La escalada es una herramienta fantástica para hablar a los más pequeños de valores. Ellos juegan y nosotros les hablamos de respeto por sus compañeros y por el medio ambiente, les hablamos de igualdad, de género, de superación, de no competición, de optimismo. Al final escalar es una excusa y un vehículo extraordinario para educar en valores”, explica Dani Castillo, responsable de comunicación del centro.

Para educar en esos valores, en Sputnik Climbing Center trabajan con los niños en tres niveles diferentes. El físico, porque escalar “requiere equilibrio, coordinación, conocimiento corporal, un poco de fuerza y elasticidad”; el mental, donde trabajan la confianza, la actitud positiva, la capacidad de concentración y la superación de retos y metas; y el social, donde inciden mucho en el compañerismo, la confianza en el otro y las actitudes no competitivas: “La escalada es un deporte muy especial, en el que la meta no es competir, ganar o perder, la meta es hacerlo mejor que la vez anterior”.

De huertos urbanos a pequeños chefs

También con conciencia medioambiental y ecológica surgió en Barcelona Arrels & Brots, el proyecto con el que Laura Baños, su fundadora, busca enseñar a los más pequeños de donde vienen las frutas y las verduras a la vez que les transmite que “cualquier espacio con unas poquitas horas de sol es bueno para empezar a cultivar un huerto pasándolo bien”. Y es que la idea de este proyecto emprendedor es precisamente esa, que los niños aprendan a hacer un huerto “de una manera lúdica y practica” empezando desde cero: “Les enseñamos cuál es el mejor sustrato para que las plantas del huerto crezcan sanas y fuertes, aprenden a sembrar y a plantar, a saber qué plantar en cada mes del año y a reconocer las plagas más comunes y cómo solucionarlas ecológicamente pensando en el medio ambiente y en nuestras queridas amigas las abejas”.

Ofrecen talleres infantiles de huerto urbano y de apicultura, pero también se desplazan a las casas particulares para poner en marcha en familia un huerto urbano. Todo con el objetivo de crear interés y respeto por la naturaleza, concienciar sobre la necesidad de hacer un uso sostenible de los recursos naturales, acercar a los alumnos a la cultura rural y agrícola, motivarlos para que incorporen a la dieta verduras y frutas, y potenciar valores útiles a lo largo de la vida como la paciencia, la sensibilidad, la observación, el razonamiento y la curiosidad. “En un mundo cada día más tecnológico formar parte de un huerto urbano, ya sea en la escuela, como extraescolar o en casa, puede llegar a ser muy necesario para estar en contacto con la naturaleza y el aire libre”, afirma Laura.

Las frutas y verduras cosechadas por los alumnos de Laura bien podrían ser utilizadas en las cocinas de Kitchen Academy, un singular proyecto de escuelas de cocina con una profunda vocación educativa y que ya cuenta con tres centros en Madrid y el País Vasco (Las Rozas, Alcobendas y Getxo). La actividad estrella de la franquicia, según su gerente Borja Ormazabal, son las clases extraescolares, “donde los niños encuentran, además de diversión, educación en alimentación, a través de su relación con los alimentos, y en valores como la empatía, el respeto, o la colaboración”, todos ellos derivados del trabajo en equipo. Pero no se quedan atrás en interés los talleres en familia que desde los centros ponen en marcha los fines de semana. “Son talleres de dos horas y media de duración donde los pequeños se convierten en cocineros y los adultos nos ponemos a sus órdenes como avezados pinches de cocina”, explica.

Para Borja cocinar es una actividad “de gran desconexión por su altísimo carácter lúdico, y por supuesto, una potente fuente de aprendizaje fruto de la diversión que la misma produce”. A través de esos aprendizajes intentan transmitir a los niños “los pilares de una vida sana”, esos asociados al estilo de vida mediterráneo que en España hemos ido perdiendo por el camino. “En los hogares el tiempo dedicado a la cocina es ostensiblemente menor, los conocimientos culinarios de los españoles nada tienen que ver con los de antaño y, sobre todo, la variedad en la alimentación de los niños genera serias dudas sobre su idoneidad. Vivimos en una sociedad dónde la cocina ocupa cada vez más minutos de parrilla televisiva, pero menos minutos de nuestro tiempo”, reflexiona. Ese impacto mediático de la cocina, sin embargo y tal y como reconoce el responsable de Kitchen Academy, ha reforzado el interés de los padres por sus actividades. Quizás ha llegado el momento de apagar la televisión y ponernos con los niños manos a la masa.

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