Lo que el Black Friday esconde
El vínculo entre la felicidad de baratillo que nos venden en el día por excelencia de las compras compulsivas y las múltiples formas de violencia que se ejercen contra las mujeres existe y es real
Por mucho que nos empeñemos en decirlo en inglés y nos dejemos llevar por el ambiente festivo, lo que el Black Friday esconde es un viernes negro real para las mujeres. No me refiero solo al eclipse que proyecta esta orgía consumista sobre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que se celebra el día 25 de noviembre, sino a la relación material que existe entre ambas cosas.
No. No me he vuelto loco, creedme. El vínculo entre la felicidad de baratillo que nos venden estas fechas y las múltiples formas de violencia que se ejercen contra las mujeres, existe y es real. Cualquier lectora seguramente sabe de qué hablo, o lo intuye, porque es imposible cobijarse de esa lluvia fina de publicidad que empieza seduciéndonos y termina dictándonos cómo vestir, qué comer o, en definitiva, cómo vivir nuestra vida. Pero no me refiero a ese tipo de dominación simbólica que ejerce la publicidad sobre las identidades de género, sino a otra todavía más rudimentaria y directa. Más brutal. Es la violencia que se ejerce, no ya en el plano simbólico del consumo y los estilos de vida, sino en los procesos de producción globales cuya complejidad invisibiliza a menudo la historia que hay detrás de cada mercancía.
Pensaba en todo esto hace unos días, terminando de editar un breve estudio sobre mujeres y minería artesanal que encargamos desde la ONG ALBOAN a nuestras aliadas congoleñas de Synergie des Femmes pour les Victimes des Violences Sexuelles (SFVS). La suya es una red que agrupa alrededor de una treintena de organizaciones de mujeres de la provincia del Kivu Norte, al este de la República Democrática del Congo (RDC). Su labor consiste en el acompañamiento y la atención integral a mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual, así como en la defensa de sus derechos. Este, el de la violencia sexual, es un problema de primer orden en la RDC, donde la violación de las mujeres ha sido utilizada como un arma de guerra durante más de una década y las víctimas se cuentan por cientos de miles.
Synergie de Femmes Contre les Violences Sexuelles
Comenzamos a trabajar con ellas hace ahora casi cuatro años, en el marco de la Campaña Tecnología Libre de Conflicto para denunciar el contexto en el que se produce esa violencia y, sobre todo, tratar de atajar sus causas. Los determinantes de la violencia sexual en la región son múltiples y complejos, como lo es la realidad de los conflictos recientes que han asolado el país. Sin embargo, el trabajo de las organizaciones congoleñas para cambiar la situación topa con un elemento de fondo que, si bien no está en el origen del problema, dificulta su solución. Es la presencia de enormes reservas de minerales escasos, como el coltán, el wolframio, el estaño, el oro y el cobalto entre otros.
Lo que debería ser una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de la gente corre el riesgo de convertirse en el combustible que perpetúa la violencia y la corrupción de unas élites políticas que solo piensan en su propio enriquecimiento. Es cierto que las presiones internacionales, los movimientos sociales locales y las nuevas legislaciones comerciales que promueven el suministro responsable de minerales han permitido avanzar tímidamente en la desmilitarización y la certificación de las minas artesanales que existen en el este del país. Sin embargo, los desafíos son todavía enormes, como se pudo ver en un especial del programa de televisión Salvados, emitido el año pasado por estas fechas.
Si queremos romper este círculo vicioso entre comercio y explotación, es necesario empezar a consumir menos, y consumir mejor
Las compañeras de SFVS coinciden en su diagnóstico de la situación. Los avances en la gobernanza del sector minero en el este de la RDC son insuficientes. Sigue existiendo falta de transparencia y los ingentes beneficios que producen las minas apenas llegan a la población local. Los costes de la minería, por el contrario, recaen literalmente sobre sus espaldas. Los hombres les impiden trabajar en las minas, donde los salarios son más altos, alegando que lo prohíben las normativas internacionales, cuando no es así. Sin embargo, no les ponen trabas a la hora de realizar los trabajos más duros y meticulosos como porteadoras o en el procesado de los minerales y su lavado. Tareas que, además de su dureza física, entrañan serios riesgos para la salud. Si a todo eso le añadimos el agravamiento de otros males relacionados con la fiebre minera como el crecimiento desmesurado de la población, el colapso de los escasos servicios públicos o el aumento de la prostitución, es fácil entender su malestar.
Esta es la cruda realidad que se esconde tras la pantalla desde la que estás leyendo este artículo, puesto que tiene muchas probabilidades de contener en entre sus componentes minerales procedentes de zonas en conflicto. El año pasado se gastaron 1.267 millones de euros en el Black Friday, solo en España. La mayor parte destinados a la compra de televisores inteligentes, teléfonos móviles y ordenadores portátiles. La demanda de estos dispositivos no va a dejar de crecer y, con ella, la presión para obtener dichos minerales. Si queremos romper este círculo vicioso entre comercio y explotación, es necesario empezar a consumir menos, y consumir mejor. Piénsalo dos veces antes de tirar tu viejo móvil; valora las opciones más éticas antes de comprar; suma tu voz a las de los miles de personas que ya se están movilizando para demandar una Tecnología Libre de Conflicto.
Guillermo Otano es responsable de incidencia política de la campaña Minerales en conflicto de la Fundación ALBOAN
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