La ‘Lady Byers’ de la Antártida
La española Ana Justel, matemática y doctora en economía, trabaja desde hace casi tres lustros en la aislada isla Livingston: un enclave único donde desarrolla sus investigaciones polares
Conocí a Ana Justel el pasado mes de marzo en el comedor de profesores de la Universidad Autónoma de Madrid, en una comida que compartimos con Antonio Quesada, actual secretario técnico del Comité Polar Español. Yo por aquellas fechas no me podía imaginar que terminaría coincidiendo con ellos en una campaña antártica; un sueño hecho realidad. Recuerdo el entusiasmo con el que me hablaron los dos de sus viajes a la Antártida y también la desbordante simpatía de Ana, incluso cuando me hablaba de las penurias que ha llegado a pasar en la península Byers. Allí, en el extremo occidental de la isla Livingston, en una Zona de Especial Protección Antártica, tanto ella como Antonio vienen desarrollando desde hace años sus investigaciones polares; con frecuencia en el más absoluto aislamiento y sometidos a unas condiciones meteorológicas extremas.
Lo suyo es la estadística y el tratamiento de datos a través de complejos modelos matemáticos que desarrolla ad hoc, en función de las necesidades de cada campaña
Ana Justel es matemática y Doctora en Economía. Lo suyo es la estadística y el tratamiento de datos a través de complejos modelos matemáticos que desarrolla ad hoc, en función de las necesidades de cada campaña. Allí en la Antártida, los científicos toman fundamentalmente muestras y realizan observaciones con distintos instrumentos. Toda esa información forma un valioso banco de datos que, posteriormente, hay que procesar adecuadamente para extraer de ellos todo lo que se pueda, y es en esa fase donde Ana hace valer su condición de matemática, aparte de participar activamente en el trabajo de campo.
La de este año será su séptima campaña antártica, siempre en Byers, lo que le valió por parte de un compañero de su primera expedición –en febrero de 2003– el cariñoso nombre de Lady Byers. Allí, en el campamento científico que tiene nuestro país, en aquellos parajes de inconmensurable belleza, Ana, Antonio y el resto de expedicionarios hacen ciencia y, simultáneamente, ponen a prueba en cada campaña su capacidad física y mental.
A pesar de los malos ratos que llegan a pasar —azotados por las ventiscas, sin la posibilidad de tomar una ducha de agua caliente durante semanas y casi incomunicados del mundo exterior—, las sensaciones que experimentan, rodeados de esos prístinos paisajes polares, han marcado sus vidas y les han hecho crecer como personas.
Esas intensas emociones, las compagina Lady Byers con las tareas propias de su importante labor científica, alternando largas jornadas de trabajo, en las que tiene que cargar con muchos kilos a su espalda y termina extenuada, con otras en las que las inclemencias meteorológicas le obligan a permanecer atrincherada en el campamento junto al resto de compañeros. A lo largo de estos años han estudiado los ecosistemas acuáticos no marinos de la península, tomando muestras de los microorganismos que hay tanto en cuerpos de agua como en las cubiertas que tapizan las zonas húmedas.
En la presente campaña centrarán sus esfuerzos en estudiar cómo fueron los inicios de esas formas de vida, y usarán por primera vez un colector de partículas para comprobar si el aire pudo haber sido el medio de transporte de los microorganismos que colonizaron aquellos suelos cuando las condiciones climáticas en la zona se lo permitieron; una vez que los hielos glaciares se retiraron de Byers: circunstancia que hace tan particular ese enclave y que justifica su figura de especial protección.
El nuevo reto matemático que tiene Ana Justel encima de la mesa es la modelización de la conexión entre los microorganismos que encuentren en el aire y los estudios de biodiversidad que han realizado en Byers en los últimos años. Resolviendo retos difíciles como este es como avanza la ciencia.
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