El proyecto que llevó luz a la Amazonía
La vida en la Amazonía gira en torno al verbo surcar. Para los habitantes de las comunidades más aisladas, además de navegar significa abastecerse, comunicarse, comerciar, ir a la escuela o buscar un médico. La cuenca del río más largo del mundo delimita un ecosistema que va más allá de su atronadora naturaleza y determina la rutina, las perspectivas y los hábitos de decenas de miles de personas que se dedican principalmente a la caza y a la pesca. Siguen ancladas en un mundo en el que la luz eléctrica aún es una teoría, una suerte de prodigio narrado por algún cooperante o misionero como los que en el pasado atracaron en Nueva Unión, una aldea con alrededor de 80 pobladores que ocupan 11 palafitos a orillas del Napo, uno de los principales afluentes peruanos del Amazonas.
La ciudad de Iquitos se encuentra a cuatro horas de navegación. Las fronteras con Colombia y Brasil no están lejos, pero la selva multiplica las distancias. Y no hay señal de teléfono móvil ni llega a la zona la frecuencia de ninguna emisora de radio. Hace nueve meses comenzó su revolución, cuando la Fundación Acciona Microenergía proporcionó a la comunidad paneles fotovoltaicos que permiten a cada familia contar con dos lámparas, una linterna recargable y enchufes de 12 voltios. La luz no supuso un mero avance práctico en una latitud con 12 horas de oscuridad diarias a lo largo de todo el año. La posibilidad de ver de noche dio un vuelco también a su forma de administrar el tiempo y relacionarse, ha modificado en menos de un año costumbres y prioridades. Y ha cambiado sus expectativas de futuro, empezando por la educación.
Lo explican Betty Nancy Cruz, maestra de la comunidad, y su marido, Manuel Hidalgo. “Es un gran apoyo que se siente en las familias y en los 16 alumnos. Nosotros muchas veces vamos a las viviendas por la noche y vemos a los niños hacer las tareas, y eso no pasaba antes”, señala la profesora, mientras su esposo resalta las ventajas para todos los habitantes: “Mejora las condiciones de vida, se pueden prolongar los quehaceres domésticos hasta la noche. La cena se puede cocinar con tranquilidad, los niños hacer sus deberes, incluso podemos celebrar una fiesta”.
“Es un gran apoyo para nuestros alumnos”, dice la maestra de la comunidad. “Ahora los niños pueden hacer sus tareas de noche”.
Nueva Unión es, junto con Vencedores de Zapote, Nueva Antioquia y Juan Pablo II, una de las poblaciones del Napo en las que Acciona puso en marcha la iniciativa Luz en Casa Amazonía, un proyecto piloto cofinanciado por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica de Perú (CONCYTEC) y coordinado por Jessica Olivares, que ya estuvo al frente de otro de electrificación en Cajamarca, cofinanciado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Pese al aislamiento de las cuatro comunidades visitadas en este viaje, sus vecinos son hospitalarios. No ocultan cierta desconfianza, quizá timidez. Pero una vez roto el hielo se muestran dispuestos a hablar de todo: de leyendas sobre formidables serpientes, desgracias familiares y de los pequeños electrodomésticos como licuadoras, lectores de DVD o neveras que podrán comprar en el pueblo de Santa Clotilde, el centro urbano más próximo, e instalar en sus casas.
“Eso es algo que se repite. Mientras más olvidadas están las poblaciones, creo que se vuelven más desconfiadas”, razona Olivares. “Porque cuando hay elecciones, se les promete todo. Luz y agua son temas de impacto. Lo hacen todos los candidatos, sean municipales o provinciales, y luego no lo cumplen. Es casi un mecanismo de protección”. En Perú, al menos 400.000 familias viven en condiciones parecidas, sobre todo en la selva. No tienen electricidad ni conexión a Internet y las empresas del sector consideran inviable cualquier obra de cableado. Muchos recurren a linternas de gas o velas, poniendo en peligro su salud y su seguridad. La electrificación sostenible a través de paneles fotovoltaicos constituye de momento la única solución.
Las 61 viviendas que participan en este proyecto tienen la misma estructura. Son de madera, se levantan sobre estacas para protegerse de las inundaciones durante la temporada de lluvias y tienen dos ambientes: una pequeña cocina y una especie de salón que de noche se convierte en dormitorio donde cuelgan hasta una decena de hamacas. Cada cuarto cuenta ahora con una bombilla, que permanece encendida seis horas de media y ha cambiado sus esquemas vitales.
Al llegar a Nueva Antioquia, poco antes del atardecer, la familia de Nicasio Hipa se encuentra en plena celebración. Parientes y vecinos consumen masato, una bebida de yuca fermentada, y su esposa, Dioselinda Alvarado, está a punto de comenzar a preparar la cena, un armadillo recién cazado. “Jamás volveríamos atrás”, dice ella, que es la tesorera encargada del pago de canon de la luz de su comunidad. Cada tres meses, en una oficina de atención al usuario de Santa Clotilde, cada familia abona 30 soles (menos de 8 euros) por el servicio eléctrico para que sea sostenible económicamente. Se trata, en palabras de Jessica Olivares, de una cuestión de sostenibilidad social y de crear una “cultura de servicios y de cuidados de algo que no es suyo”, en referencia a los paneles solares y al controlador del sistema. “Si no desarrollas esa cultura de pago, el proyecto se puede caer”, señala.
Por esta razón, antes de la instalación, el equipo de Acciona Microenergía tuvo que acercarse paulatinamente a cada población y a cada núcleo familiar, explicar el proyecto y dejar que los pobladores decidieran. Según las primeras encuestas, el 100% de los hogares estaba satisfecho o muy satisfecho con el modelo de electrificación, para el que la fundación de la compañía puso a disposición de los aldeanos el respaldo técnico de la oficina de atención al usuario de Santa Clotilde. La gran mayoría no tuvo problemas con el sistema de prepago ni manifestó quejas a pesar del viaje que tienen que emprender en sus embarcaciones los delegados de las comunidades para depositar ese dinero, que en el caso de Vencedores de Zapote es de casi un día. Al fin y al cabo, todo en el Amazonas supone navegar, o surcar, durante horas. Es la cotidianidad en el río, siempre lo ha sido. Y ahora también es la prueba de que la luz ha entrado en sus vidas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.