La veterinaria de los devoradores de hombres
Una científica lucha en la jungla contra las pestes que infectan a los últimos tigres y a otros animales en peligro de extinción
El joven Rajan Sanu, todavía imberbe, muestra una fotografía que hizo con su teléfono móvil hace unos meses. En la pantalla, en un camino en medio de la jungla, aparece un cadáver dislocado, en una postura imposible, con vísceras asomando por su abdomen. “Tenía 28 años. Se lo comió un tigre”.
No es un suceso extraño en su pueblo, relata. Sanu vive en Sauraha, una localidad de unos 2.700 habitantes situada en las inmediaciones del Parque Nacional de Chitwan, en el sur de Nepal. El paraje es uno de los últimos reductos del llamado “devorador de hombres”, el tigre de Bengala. Aquí viven 120 de los menos de 2.500 ejemplares que quedan en el planeta, concentrados en India, Bangladés, Nepal y Bután.
Entre 1979 y 2014, los tigres han matado a 120 personas en el Parque Nacional de Chitwan, en Nepal
Los periódicos locales están acostumbrados a publicar la misma noticia, con diferentes protagonistas. El pasado 2 de octubre, una chica de 25 años fue mutilada por un tigre hasta la muerte, tras adentrarse en la selva para recoger forraje para su ganado. El llamado devorador de hombres, por supuesto, también devora mujeres. Entre 1979 y 2014, los tigres han matado a 120 personas en Chitwan.
El bosque, hoy considerado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, fue durante más de un siglo un coto de caza para la realeza nepalí. Las crónicas cuentan que, a lomos de su elefante, el marajá Jung Bahadur Rana tiroteó 31 tigres él solo en el invierno de 1861. Y la matanza continuó en el siglo XX, hasta que el ser humano exterminó más del 95% de los 100.000 tigres que pululaban por las junglas de Asia. Pero, en Chitwan, el rival del tigre ya no son las escopetas. Es un enemigo invisible.
A comienzos de mayo de 2017, la veterinaria estadounidense Deborah McCauley hizo un viaje histórico, desde la jungla nepalí al asfalto de la Universidad de Cornell, en Nueva York. Llevaba consigo muestras de 11 tigres de Bengala. Por primera vez, el suero sanguíneo de la especie salía de Nepal para su análisis. Y los resultados preliminares son alarmantes: los tigres están expuestos a enfermedades que comparten con humanos, perros y vacas.
“En todo el mundo, la fauna salvaje amenazada está muriendo debido a enfermedades que comparte con animales domésticos y humanos. Está ocurriendo a escala global”, alerta McCauley, nacida en Nueva York en 1968, pero residente en Madrid.
La veterinaria recita ejemplos de todo el planeta. Hace dos años, recuerda, más de 200.000 antílopes saiga aparecieron muertos en unos pocos días en las estepas de Kazajistán, víctimas de una bacteria. La infección acabó de un golpe con un tercio de la población mundial de la especie, en peligro crítico de extinción.
“Se dedican millones de euros a reducir la caza furtiva, pero no hay dinero para mejorar la salud de la fauna salvaje amenazada", lamenta la veterinaria Deborah McCauley
En América del Norte, el síndrome de la nariz blanca, causado por un hongo, ha matado a millones de murciélagos en la última década. En Rusia e India, han aparecido cadáveres de tigres infectados con el virus del moquillo, el mismo que afecta a los perros. En África, las poblaciones de leones sufren peligrosos brotes de tuberculosis.
“Se dedican millones de euros a reducir la caza furtiva y a proteger el hábitat, pero hay muy poco dinero, o nada de nada, destinado a mejorar la salud de la fauna salvaje amenazada”, lamenta McCauley. Hace cinco años, junto a su colega Gretchen Kaufman, la veterinaria fundó la Iniciativa Veterinaria para la Fauna Salvaje Amenazada (VIEW, por sus siglas en inglés), para abordar este frente olvidado en la lucha mundial por la conservación del medio ambiente.
Nepal es su campo de pruebas. Allí, el equipo de McCauley colabora con el Fondo Nacional para la Conservación de la Naturaleza (NTNC), una organización gubernamental en la que trabaja la que, posiblemente, es la persona que más tigres vivos ha capturado en toda la historia. “He capturado más de 100”, afirma Bishnu Bahadur Lama, un afable hombre de 62 años del que nadie diría que su empleo consiste en perseguir a tigres por la jungla.
La maniobra es un espectáculo. Cuando un tigre merodea las aldeas o ataca a personas, se activa la operación. Cientos de metros de cuerdas con sábanas blancas tendidas se distribuyen entre los árboles en el entorno del depredador. El color blanco funciona como una muralla para el animal. Al mismo tiempo, 10 o 15 hombres, subidos a otros tantos elefantes, empujan al tigre por la jungla hacia el improvisado tendedero. Y, una vez acorralado entre paquidermos y ropa de cama, Bishnu Bahadur Lama dispara un certero dardo anestésico a la musculatura del animal.
Antes de reubicar a los tigres peligrosos en zonas remotas, alejadas de las poblaciones humanas, el equipo de Lama toma muestras para que VIEW las analice. McCauley teme que aparezcan casos de parvovirosis, una enfermedad que provoca letales diarreas sanguinolentas a los cachorros de perro de los pueblos cercanos a Chitwan. También planea el fantasma de la leptospirosis, una infección bacteriana que en humanos puede ser mortal. Y el del moquillo, que ya ataca a los tigres al otro lado de la frontera con India.
McCauley ha documentado los casos de cinco tigres que han aparecido delgados y desorientados, con síntomas compatibles con el moquillo
En Chitwan, la fauna salvaje convive con los humanos y los animales domésticos, a causa de la conversión de la jungla en suelo agrícola. Al anochecer, por las calles de Sauraha, es habitual ver rinocerontes de dos toneladas paseando tranquilamente sobre el asfalto, rodeados de turistas boquiabiertos que salían a tomar una cerveza.
Esta convivencia es peligrosa para los dos bandos, alerta McCauley. Las muertes por ataques de tigre han pasado de una al año, antes de 1998, a picos de siete víctimas anuales en los últimos tiempos. VIEW, además, ha documentado los casos de cinco tigres que han aparecido delgados y desorientados, con síntomas compatibles con el moquillo. En las aldeas cercanas a Chitwan, el 27% de los perros han estado infectados por el virus, según los análisis de la organización. Vacunar a estos animales domésticos impediría que sus enfermedades saltaran a la selva.
“Nadie sabe la envergadura de estas amenazas porque nadie en el mundo está investigándolas”, sostiene McCauley. El 16 de febrero de 2015, los agentes del parque nacional observaron una hembra de rinoceronte indio aparentemente enferma. Estaba apática y no comía. Al día siguiente, los oficiales encontraron su cadáver. El veterinario nepalí Amir Sadaula, entrenado por McCauley, confirmó las sospechas: tuberculosis. Fue el primer caso detectado en Asia, donde viven los últimos 3.500 rinocerontes indios.
“Nadie sabe la envergadura de estas amenazas porque nadie en el mundo está investigándolas”, sostiene McCauley
No es la única enfermedad a la que se enfrenta Sadaula, que ahora trabaja para el NTNC. "Regularmente, vemos infecciones del virus del herpes en crías de elefante de menos de cinco años. La tasa de mortalidad es del 90%. Si un animal se infecta con el herpes, muere en seis o siete horas", narra el veterinario. El Gobierno nepalí mantiene en Chitwan a 200 elefantes en cautividad para utilizarlos en sus patrullas por la jungla contra cazadores furtivos. El herpes ha matado a seis de sus crías en los últimos meses. "Es un problema importante, en Nepal y en el resto del mundo", zanja Sadaula.
"En lugares como Chitwan, donde se ha hecho un trabajo excelente a la hora de reducir la caza furtiva y ofrecer un hábitat a la fauna salvaje amenazada, la principal causa de muerte es por causas naturales o desconocidas", subraya McCauley. La veterinaria habla a pie de obra, en lo que en los próximos meses será un imponente hospital de tres plantas para los animales silvestres del parque nacional.
"Podemos investigar estas enfermedades con técnicas de diagnóstico de la medicina veterinaria. Y podemos prevenirlas y tratarlas. Chitwan es un modelo excelente para mostrar al resto del mundo cómo la salud de la fauna salvaje se puede incluir en la conservación del medio ambiente", apremia McCauley. "Esto es una emergencia a escala global. Y el tiempo se agota".
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