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MIRADOR
Columna
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Verosímil

Los malos políticos en tiempo de paz lo que provocan es fatiga mental

David Trueba
Estelada en la plaza de Sant Jaume.
Estelada en la plaza de Sant Jaume. Massimiliano Minocri

Ha sido una decepción para sus seguidores descubrir que los constructores de la futura república catalana carecían de más plan que un plan de fuga tras la proclama solemne. Muchos critican al Gobierno español por aplicar remedios del siglo XX a un problema del siglo XXI, aunque la verdad es que el Gobierno español está aplicando soluciones del siglo XIX a un problema del siglo XIX. Así de triste es la cosa. Si algo nos enseñaron los buenos escritores del XIX es la importancia de ser verosímil. Se les llamó realistas, pero jamás renunciaron a su enorme capacidad inventiva, que servía para contar desde el tormento sentimental de una mujer adúltera hasta la peripecia de un funcionario que pierde su nariz.

En toda ficción siempre fracasa quien no sabe crear lo verosímil. Verosímil es aquello que goza de apariencia de verdadero. En esa sutileza creativa radica toda una pelea bastante pueril en la que anda metida la literatura contemporánea, que también haría bien en dejar de despreciar al siglo XIX desde la mirada de superioridad del siglo XXI. La única superioridad que tiene un tiempo sobre otro radica en el ejercicio de vitalidad, fácil victoria. Puede que 11 jugadores de fútbol vivos ganen con facilidad a 11 muertos, pero eso no significa que sean mejores. Si hay alguien a quien no puede batir Messi ya en ningún duelo es a Di Stéfano o Maradona. De la misma manera, despreciamos la política del siglo XIX sin caer en la cuenta de que ha venido a instalarse en España y en el mundo, por ahora solo provocando fatiga mental, que es lo que provocan los malos políticos en tiempo de paz.

Los defensores de una futura república catalana intuyen que para serlo tendrán que disponer de un texto constitucional que nadie podrá transgredir sin pagarlo judicialmente. Para ello nombrarán tribunales que abarroten sus cárceles, así como empresas que exijan vincularse a acuerdos internacionales para garantizar el negocio. Disfrutarán de una moneda para justificar que en su adoración se perviertan los principios, la moral y la hermandad. Igual que ensalzarán los símbolos patrios como intocables, con un ejército disponible y una policía presta a obedecer las órdenes del mando y hasta pequeños grupos ultras que espanten disidencias. Desde un sistema educativo desigual, una religión dominante y hasta las vacaciones reguladas, los máximos intereses serán preservados. Será un país como todos, en el que incluso nacerá un movimiento independentista que dará con una porción de pulsiones propias sobre la que tejer otra utopía para cuando se hayan malgastado las utopías anteriores.

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