En contra
Me he convertido en una independentista de mí misma. Qué pena
¿Es posible estar en contra de todo? Desde que comenzó la crisis catalana experimento una sensación nueva, algo sorprendente a mi edad. Hace muchas semanas que no estoy de acuerdo con nadie. Salvo en algunos momentos, en aspectos concretos, y con un líder al que no puedo votar —Miquel Iceta—, no me identifico con ninguno de los actores políticos de la situación actual. Por primera vez en mi vida soy equidistante, por desgracia para mal, pero en los últimos días mi ánimo ha empeorado. En este momento estoy en contra de todo, de todos, por eso sé que es posible. Nunca he apoyado a los independentistas y no voy a hacerlo ahora. Tampoco puedo apoyar, y nunca lo haré, la actuación de la juez Lamela. La circense fuga de Puigdemont me parece, ante todo, un vergonzoso acto de cobardía. El abandono de los suyos, tanta gente esperanzada, ilusionada con un bello anuncio publicitario sin base real, llegó a conmoverme, pero nada más. Estoy muy lejos de los hippies posmodernos que predican la paz, hacer el amor y no la guerra, como si se pudiera proclamar la independencia en un territorio alegremente y confiar en que no haya consecuencias. Los independentistas no son unos indocumentados. Cabe suponer que sabían lo que estaban haciendo y la factura que iban a pagar por ello. Pero también cabía suponer que los jueces serían capaces de ver más allá de sus narices, y no lo han hecho. En la medida en que un magistrado puede interpretar la ley y escoger entre diversas maneras de aplicarla, creo que los ciudadanos teníamos derecho a esperar que la justicia cooperara con los intereses de la convivencia y el bien común, en lugar de contribuir a deteriorarlos. Y así, contra unos y otros, me he convertido en una independentista de mí misma. Qué pena.
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