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En busca del eslabón perdido entre los dinosaurios y las aves

El catedrático de Paleontología José Luis Sanz, entre ejemplares de dinosaurios y criaturas prehistóricas en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

PARA JOSÉ Luis Sanz (Soria, 1948), el fime Los pájaros, de Hitchcock, encierra una genial ironía. “Es la mejor película sobre dinosaurios que se ha hecho”, asegura. Este catedrático de Paleontología de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales ha dedicado su vida a indagar sobre estas criaturas prehistóricas, demostrando con evidencias fósiles y publicaciones en las revistas Nature, Cretaceous Research y Scientific Report, entre otras, que las aves actuales son dinosaurios que se libraron de la extinción.

Su pasión por este oficio tiene que ver con otra película, El monstruo de tiempos remotos, gestada en plena Guerra Fría, y en la que una explosión atómica en el Ártico despertaba a una criatura extinguida, el Rhedosaurus, una especie de dinosaurio marino. A pesar de que el paleontólogo del filme muere por culpa del monstruo, y de que estos científicos tampoco son demasiado bien tratados en la mayoría de ficciones, Sanz supo que allí estaba su destino.

Sobre estas líneas, el Iberomesornis, un pájaro que vivió hace 125 millones de años.
Sus estudios sobre el ‘Iberomesornis’, un ave prehistórica, muestran que existen rasgos comunes entre pájaros y dinosaurios.

Nos encontramos en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, caminando entre esqueletos de bestias de tiempos remotos: un camarasaurio, un diplodocus, un tiranosaurio… Pero hay aquí criaturas más asombrosas y muchísimo más pequeñas. Una de ellas, el Iberomesornis, tiene el tamaño de un gorrión, dientes, plumas, vivió hace 125 millones de años en la serranía de Cuenca, y podría ser un eslabón perdido entre dinosaurios y aves. Su esqueleto comparte rasgos de los dos grandes grupos. La zona de articulación del ala y la posterior, donde está el abanico caudal de las plumas, es muy parecida a la de las aves que conviven con nosotros. El fósil no muestra una estructura llamada álula, es decir, plumas en el primer dedo de la mano, cosa que sí aparece en otra ave cretácica también estudiada por Sanz y su equipo, el Eoalulavis. Se trata de un penacho de plumas que sirve para frenar en el aire sin que se originen vórtices desestabilizadores detrás del ala. El Iberomesornis, el pequeño “gorrión” con dientes, es una enciclopedia del vuelo que se hacía por entonces. “Si uno lo viera volando por un bosque actual, podría advertir que se trata de un ave primitiva, planeando de ­forma más eficaz que la del Archaeopteryx, el ave más primitiva conocida, aunque quizá no de forma tan sofisticada como las aves de hoy”.

“La dinomanía se explica porque identificamos estas criaturas con el mito clásico grecorromano del dragón”, dice.

Sanz y los suyos son autores de otros hallazgos. Analizando el Concavenator, el terópodo carnívoro más completo encontrado en España, concluyeron que los pies de estos depredadores son en esencia ¡como los de las gallinas!, cubiertos de escamas.

El paleontólogo es también un observador de la fascinación que estas criaturas despiertan en la gente. Desde los años cincuenta, explica, la percepción ha evolucionado. Hoy, la cultura popular los contempla como animales, en vez de monstruos. Aparecen en forma de peluches, galletas y pizzas. Y esto tiene que ver con la tradición grecorromana y el mito del dragón. “La dinomanía se puede explicar por esa lucecita que se enciende en algún lugar de nuestra mente que identifica a un dinosaurio con el dragón clásico”. Y como no podía ser de otra forma, Sanz es un apasionado de Juego de tronos.

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