Las orgías de Terry Richardson
El fotógrafo recibió las primeras acusaciones de abusos sexuales de modelos en 2010 pero la industria ha reaccionado ahora tras estallar el caso Harrey Weinstein
Fue en una fiesta en el club Le Montana en París. El mundo de la moda estaba reunido allí y, entre ellos, el fotógrafo neoyorquino Terry Richardson, que disfrutaba de la velada hasta que la supermodelo Rie Rasmussen se le acercó. “Le dije: ‘Espero que sepas que solo te acuestas con chicas jóvenes porque tienes una cámara, muchos contactos en la moda y publicas tus fotos en Vogue”, recordó ella en 2010 al New York Post. El runrún sobre los métodos de trabajo del reputado fotógrafo que llevaba años sonando por la industria, y acallándose, por fin salía a la luz pública.
Poco antes que Rasmussen, también en 2010, la modelo Jamie Peck había sido la primera en contar su experiencia de acoso sexual con Richardson, “después de seis años de silencio abochornado”. Ella tenía 19 y al ser desconocida no consiguió atención. En 2014, el boicot virtual #NoMoreTerry tuvo más repercusión, y le obligó a salir a defenderse, sin consecuencias entonces para su trabajo. Siete años después de las primeras acusaciones, esta semana, tras saberse que Condé Nast International vetaba al fotógrafo en todas sus publicaciones, y Valentino o Bulgari también anunciaban que no volverían a trabaja con él (tras sus campañas recientes fotografiadas por Richardson), en un editorial en The Guardian, Peck se preguntaba, “¿por qué les ha llevado tanto tiempo?”.
La respuesta está clara: Harvey Weinstein. El descubrimiento de décadas de abusos sexuales y de poder cometidos por el productor de Hollywood han despertado a los jefes de una industria, la de la moda, siempre puesta en duda sobre su trato hacia las mujeres y su retrato de ellas. Después de las primeras acusaciones, solo el Vogue americano dejó de trabajar con él. Ahora, en un mundo post-Weisntein, las acusaciones contra Terry Richardson que hablan de experiencias ocurridas durante más de dos décadas, empiezan a tomarse en serio. “Es una cuestión de marca, en la moda la marca lo es todo”, decía estos días Caryn Franklin, comentarista de moda que empezó a criticar a Richardson en 2013. “Todas estas brillantes revistas y marcas de moda quieren alejarse ahora del sucio olor”.
Sin embargo, esa suciedad u obscenidad, esa pátina de chico malo que ha rodeado siempre el trabajo de Richardson y su persona es lo que se ha celebrado siempre de él. Esa seña de identidad que se creó catapultando el heroin chic con jóvenes modelos ultradelgadas en los 90, y recuperando la estética porno de los 70 frente a la perfección ochentera fue lo que le llevó a protagonizar él mismo las campañas y ganar 135.000 euros en un día o tener en 2013 unos ingresos de 48 millones de euros anuales.
Su primera campaña de publicidad, en 1995, para la diseñadora Katharine Hamnett la protagonizaba una chica sentada encima de un chico con las piernas abiertas enseñando las bragas y vello púbico. Una fotografía hecha “por accidente”, que descubrió cuando revelaba. La casualidad, la imprevisión, ese ha sido su secreto y su excusa para sesiones que acababan en orgías sexuales reconocidas. “La gente dice: ‘¿Qué quieres hacer? Ir a una sesión sin saber qué quiero hacer, esa emoción es tan poderosa y consigue fotografías tan buenas”, explicaba él mismo en 2014, en un perfil de New York Magazine titulado “¿Es Terry Richardson un artista o un depredador?”. Su espontaneidad es lo que diseñadores como Tom Ford han celebrado porque capturaba “un momento muy real”. También su rapidez y eficacia es lo que revistas como GQ o Harper's Bazaar y marcas como Supreme o Sisley han elogiado siempre.
Para Richardson esa profesionalidad hacia sus clientes era la reacción a la mala actitud de su padre, Bob Richardson, influyente fotógrafo de los 60, que fracasó por ser un tipo complicado. Esquizofrénico, acabó en la calle, y fue Terry quien le rescató justo cuando se iniciaba en la fotografía. Su padre le metió en el mundo de la moda, empezaron trabajando juntos, y Terry acabó despidiéndole en la sesión para Vibe que le hizo despegar a él.
Su profesionalidad ha sido el pretexto para esconder sus acciones. Hasta ahora había dos Richardson. El que retrata a celebridades como Obama haciéndoles posar con su característico pulgar hacia arriba, gran sonrisa, y hasta con sus particulares gafas de plástico negro. Y el que, desnudo, fotografía a modelos también desnudas. El Terry Richardson amigo de famosos, “generoso y cálido”, como le define Jared Leto. Y el Terry Richardson que hace a las modelos llamarle “Tío Terry”. Desnudándose él dice que se libera de su “timidez”, por eso llama a su libro Kibosh, lleno de imágenes de su pene y con escenas sexuales explícitas, “el trabajo de mi vida”, que luego Terrywold continuaría menos explícitamente. Alega también que desnudándose delante de sus modelos les da tranquilidad y nunca ha reconocido que esa actitud, dado su lugar en la moda, “puede ser un abuso de poder tácito” como le planteó New York Magazine.
Casado de nuevo y con dos hijos, desde el #NoMoreTerry ha bajado su actitud sexualmente agresiva. En su web ya no está el anuncio de casting para modelos desnudas con una foto de habitación de hotel con un 69.
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