Una infancia sacudida por el terremoto
La escuela de Tepapayeca (México) sigue sin clases tras el sismo, convertida en refugio y centro de ayuda psicoemocional. Porque el impacto de la catástrofe para los niños va más allá de los daños materiales
Desde el patio de la escuela de primaria de Tepapayeca, una pequeña población cerca de Puebla (México), se ve la iglesia, el icono del pueblo, centro de la vida religiosa, pero también social; la campana de su torre es la que convoca a los 1.400 habitantes y también la que les alerta de los peligros. Sonó el 19 de septiembre, pero no porque nadie la tocase, sino por el terrible terremoto que sufrió la zona. Los niños del colegio, que unas horas antes habían practicado un simulacro, siguieron los protocolos de los sismos, salieron al patio desde sus aulas y, lo primero que vieron, fue su imponente parroquia destruida.
Semanas después, cuando se les pedía a los pequeños que dibujaran lo que se les antojase, había una imagen recurrente en los folios: la iglesia devastada. El impacto de una catástrofe como esta para la infancia va mucho más allá de los daños materiales: pierden clase, se altera su día a día, sienten miedo y perciben el de sus mayores. La necesidad de una ayuda psicoemocional que les ayude a enfrentarse a esto es crucial en los primeros momentos tras la catástrofe.
El colegio se convirtió en un refugio para las familias que tuvieron que abandonar sus hogares: unas 80 personas en primera instancia, algo menos de la mitad hoy. Es también la base de operaciones para la comunidad que, sin ayuda estatal, se organiza para distribuir y preparar comida a los vecinos y a los voluntarios que han acudido a la reconstrucción. Fueron cientos tras los primeros días y, todavía, cuando ha pasado más de un mes del sismo, quedan decenas que acuden diariamente a echar una mano. Las clases, mientras tanto, están suspendidas de forma indefinida.
¿Pero es que nadie va a pensar en los niños? Sí. Varias organizaciones trabajan para ayudar a los que viven en las zonas afectadas por los dos terremotos que se sucedieron en México en septiembre: dos millones en total. Una de las primeras en reaccionar fue la ONG Save the Children, que activó su mecanismo de respuesta para evaluar los daños e instalar Espacios amigables para la infancia en las zonas más afectadas (su plan es llegar a 32.000 menores) con la financiación de varias instituciones, entre las que está la Cooperación Española.
Unas 2.600 escuelas en todo el país han sufrido daños. Se calcula que un 10% de ellas tendrán que ser demolidas por completo
Uno de estos espacios está en Tepapayeca. Es donde los pequeños dibujan, entre otras cosas, su iglesia destrozada. La intención de esta respuesta no es sustituir las clases, pero lo cierto es que, además de prestar ayuda psicoemocional a los menores, les ayuda a mantener una rutina diaria y a no estar vagando por las calles sin saber qué hacer de la mañana a la noche.
Pero son mucho más que esto. La idea es que los niños expresen lo que sienten mediante la técnica Heart (siglas en inglés de curación y educación a través de las artes). Entre pequeñas sesiones de juegos y relajación, usan dibujos, esculturas y obras de teatro que les ayudan a procesar y comunicar sentimientos relacionados con sus experiencias. “El resultado es un niño que se siente menos aislado y más conectado y seguro entre los adultos y compañeros. Esto le brinda mayor seguridad, lo que deja a cada niño más probabilidades de aprender y de sentirse optimista con respecto al futuro”, explica Save the Children en su página web.
Los tres hijos de Lupe Fernández, de 34 años, estuvieron dos semanas compartiendo cama con sus padres tras el terremoto. Tenían miedo. Uno de ellos volvió a orinarse por las noches con nueve años, algo relativamente frecuente en sucesos traumáticos como este. “Los talleres [de los espacios amigables] les ayudaron a agarrar mucha confianza. Y a expresarse de una forma que conmigo no lo hacían. Yo les preguntaba cómo estaban y me respondían que bien. Pero en una de las actividades me dibujó a mí. Explicó que sentía que no me iba a volver a ver. Ahora cada vez están más seguros y confiados”, relata.
En los 'Espacios amigos de la infancia' los menores expresan sus emociones mediante dibujos y obras de teatro
La vida, poco a poco, va volviendo a la normalidad. Si en las primeras semanas tras el temblor prácticamente no salían de casa y ni siquiera permitían a los pequeños jugar sin supervisión, ahora corretean alegres por el patio del colegio tras terminar uno de los talleres. Mary Carmen Hernández, una de sus monitoras, explica que ese celo a salir para no ver la iglesia destruida se ha superado en la mayoría de los casos: “Si vemos que después de un mes siguen muy afectados, con mucho miedo, los remitimos a un psicólogo que les preste una ayuda más específica y personalizada, pero aquí prácticamente no hemos tenido esos casos”.
Ahora, el reto es que esta vuelta a la normalidad sea completa. No son una prioridad para el Estado, aunque la escuela ha sufrido daños, como les sucede a unas 2.600 en todo el país. Se calcula que un 10% de ellas tendrán que ser demolidas por completo. Pero no es el caso de la de Tepapayeca, que necesita reparaciones menores. Las clases, sin embargo, están suspendidas sine díe. La comunidad se reúne para buscar alternativas, solicitar infraestructuras provisionales que les permitan mantener un refugio para quienes lo necesitan y reanudar la docencia.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), instó la semana pasada a que las autoridades mexicanas centren el foco de actuación sobre la población infantil para que puedan volver a las escuelas. El representante en el país, Christian Skoog, explicó que cientos de menores todavía no han podido regresar a las aulas. La situación es todavía peor para 226.000 menores, que seguían durmiendo en las calles o en albergues un mes después del terremoto, según los cálculos de Save the Children. “Esta situación expone a la niñez a altos niveles de desprotección que podrían derivar en situaciones de abuso, violencia o explotación”, advierte María Josefina Menéndez, directora de la organización.
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