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MIRADOR
Columna
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Lo normal

Algunos de los genes del autismo, por ejemplo, están implicados en la generación de nuevas neuronas en el cerebro

Javier Sampedro
En la imagen un niño con síndrome de asperger.
En la imagen un niño con síndrome de asperger.© GETTY IMAGES

Una paradoja: ¿por qué 100.000 años de selección natural no han barrido los genes del autismo de nuestro genoma? Puesto que el autismo (o, técnicamente, los trastornos del espectro autista, que incluyen el asperger y otras condiciones de diversa intensidad) dificulta la relación social y, por tanto, reduce el éxito reproductivo, las variantes genéticas que aumentan su riesgo deberían haber desaparecido. Es lo que dicen la teoría evolutiva y el sentido común. De ahí la paradoja.

Y, por una vez, hoy podemos resolverla con un libro autobiográfico y una investigación científica. El libro es Mírame a los ojos (Capitán Swing). Su autor, John Elder Robison, es un asperger de 60 años y ha colocado varias obras en la lista de libros más leídos del The New York Times. Ya siendo muy pequeño, con solo tres o cuatro años, fue consciente de que no era como los demás niños, pese a que la medicina de la época no fue capaz de diagnosticar su condición. En vez de eso, cuando era adolescente le colgaron el sambenito de “socialmente desviado” porque estaba fascinado por la electrónica y no hacía más que desmontar radios y cavar agujeros en la tierra.

Pero esas extrañas manías se acabaron convirtiendo en la clave de la integración del joven Robison en una sociedad poco predispuesta a aceptarle. Desarrolló las guitarras eléctricas del grupo Kiss, por ejemplo, y fue pionero en la invención de los juguetes computerizados. En ese mundo, la “desviación social” de Robison ya no era tal. Allí esas cosas eran lo normal.

Una investigación de la Universidad de Yale con 5.000 afectados (PLoS Genetics, 27 de febrero) ha revelado que las variantes genéticas asociadas al autismo no es ya que se hayan mantenido en nuestro genoma, sino que muestran los signos inequívocos de la selección positiva, es decir, que han sido favorecidas por la evolución. Esto implica que, en ciertas condiciones y combinaciones, esos genes aumentan el éxito reproductivo. Y los datos de Yale también muestran por qué: son los mismos genes implicados en mejorar la cognición, la marca de fábrica de la evolución humana desde que nuestros ancestros se separaron del chimpancé hace cinco o seis millones de años. Algunos de los genes del autismo, por ejemplo, están implicados en la generación de nuevas neuronas en el cerebro.

No hay un gen del autismo, sino muchas variantes genéticas comunes en la población, y que solo producen autismo en ciertas combinaciones. En otras, parecen estar detrás de la evolución de nuestra prodigiosa mente.

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