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Un baño de visitas para la Mona Lisa

Vista del baño-altar del narrador y académico boliviano Mariano Baptista.
Vista del baño-altar del narrador y académico boliviano Mariano Baptista.Álex Ayala Ugarte

EN EL BAÑO DE LAS VISITAS del escritor boliviano Mariano Baptista Gumucio hay algo más que toallas y jaboncillos. Sus paredes están llenas de postales y reproducciones sui generis de la Mona Lisa: con los dos pechos al aire, con la boina que suelen usar los fanáticos del Che Guevara, con la cara de políticos y comediantes. En la puerta hay una Mona Lisa muy de andar por casa, con rulos, y bajo el papel de váter, una con la cara de un gatito y otra con la de Monica Lewinsky, la exbecaria que tuvo un romance con el expresidente Bill Clinton durante su mandato en la Casa Blanca.

El periodista Marco Avilés asegura que “en el ámbito del aseo personal, los sanitarios demarcan dos países con ciudadanos irreconciliables: por un lado, millones de personas que disfrutan la visita al baño y la aprovechan para fines culturales como la lectura; y por otro lado, aquellos que condenan esta costumbre calificándola de poco higiénica”. En el de Mariano Baptista hay algunos textos con títulos hilarantes —La Mona Risa, por ejemplo— y hasta se puede tomar un café caliente: sobre el retrete hay tres tazas personalizadas con las luces y sombras y el paisaje rocoso de La Gioconda.

EL BAÑO DE LAS VISITAS del escritor boliviano Mariano Baptista Gumucio hay algo más que toallas y jaboncillos. Sus paredes están llenas de postales y reproducciones sui generis de la Mona Lisa.

Baptista ha publicado más de 60 libros y es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, tiene el peinado casi perfecto de los diplomáticos, la pronunciación masticada de un bibliotecario y un reloj barato con la cara de la Mona Lisa en la muñeca izquierda. Se enamoró del Museo del Louvre hace décadas. Ha recopilado un sinfín de historias relacionadas con la obra más famosa de Leonardo da Vinci y las repite emocionado cada vez que alguien se interesa por ella: “En 1911, un carpintero italiano la robó por patriotismo”, recita. “Y años después, el general De Gaulle se dejaría seducir por Jackie Kennedy y mandaría el cuadro en el camarote de un barco, con guardaespaldas, a una exposición en Estados Unidos”.

Alrededor de las escaleras que conducen al segundo piso de la casa de Baptista hay más de dos docenas de retratos firmados por artistas locales —­como Mario Conde o Mamani Mamani— que se han inspirado en La Gioconda. El primero que llegó a sus manos lo hizo un pintor que trasladó su labio leporino a la Mona Lisa; y en otros la musa de Leonardo se transforma en un arcángel, en una enana o en una Chola Lisa criolla.

Baptista, además, tiene matrioskas, vasos de chupito, collages, corbatas y cajas para vino con imágenes parecidas, y un recorte del periódico italiano Corriere della Sera protagonizado por un boliviano que le lanzó una piedra al cuadro original en 1957 porque quería pasar el invierno en la cárcel, con comida y techo. Hace media hora, el coleccionista me mostró una Mona Lisa con un casco de minero y otra con un bebé en la espalda. Y en el techo del baño, destaca un gran afiche de la Mona Lisa con un porro que podría explicar, señala, el origen de su enigmática sonrisa.

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