Balenciaga y Céline: diseñar con autoridad
Las marcas de Demna Gvasalia y Phoebe Philo se confirman como dos de las más influyentes de la conformista Semana de la moda de París
El de Balenciaga es uno de los desfiles más esperados cada temporada. Siempre polémico. Criticado y adorado por igual. Muchas veces incomprendido y otras tantas imitado. La prueba está a la vista. En los escaparates de cualquier ciudad. Sus botas-media y las americanas de hombros frankenstenianos que, hace un año, hicieron torcer el gesto a medio mundo colonizan hoy las tiendas de moda rápida y no pocas marcas de lujo. Los detractores de su director creativo, Demna Gvasalia, le acusan de hacer mucho ruido y poca moda, de defender un discurso banal y de vender bajo su propia enseña –Vetements– bolsas de Ikea reinterpretadas a 1.700 euros. Pero lo cierto es que el georgiano se ha convertido en uno de los hombres más influyentes de la industria del lujo actual. Y esto, por sí solo, dice mucho del sector, la sociedad y el diseñador.
Si su influjo no decae, en 2018 llegará al armario global alguna versión de sus faldas de tweed con cinturones de cadena, pantalones triplemente desmontables, abrigos rescatados directamente del archivo de Cristóbal Balenciaga, brazaletes hechos con vasos de plástico, Crocs con plataformas y zapatos punk que acercan las tachuelas al territorio del sadomasoquismo. Se trata de una propuesta más comercial de lo que viene siendo habitual en la marca, pero no por ello Gvasalia renuncia a sus ya clásicas y potentes piezas bipolares: chaquetones que son parkas tipo años sesenta por delante y chalecos reflectantes por detrás, gabardinas con espalda de cazadora vaquera, vestidos que cuelgan como una capa del cuello de otros vestidos. Y botas-media, en esta ocasión, estampadas con banderas, incluida la de España.
Céline es otra de las marcas que cada temporada marca el camino por el que debe transitar la moda con aspiraciones intelectuales. Su directora creativa Phoebe Philo puede presumir de tener un olfato infalible para responder a los deseos de la mujer contemporánea incluso antes de que ella misma sepa que los tiene. El arte de generar una necesidad. El domingo, la británica encerró a los invitados a su desfile en una gigantesca burbuja. Metáfora o puro despliegue escenográfico, el efecto era tan elocuente como su colección: un inspirador juego de patronaje donde las americanas de monumentales hombros se colaban dentro de faldas con plisados asimétricos; los cinturones de piel elevaban los vestidos de cuello chimenea, y bajo los magníficos ponchos rematados en cuero solamente se percibía la ropa interior. E hilvanando toda esta contundente colección, la gabardina, que en versión XL es, junto a los cortavientos en piel, la gran apuesta de Philo para la próxima primavera.
Se trata en definitiva, de una colección poco arriesgada. Pero igual que tantas otras marcas esta temporada, Céline quiere repensar cuáles serán los elementos esenciales del armario del futuro, los nuevos clásicos, según sus propios códigos.
El impresionante palacio de Justicia de París acogió ayer el primer desfile de la diseñadora Clare Waight Keller al frente de Givenchy. La exdirectora creativa de Chloé sucedió a Ricardo Tisci en el puesto el pasado marzo y el objetivo de su colección para la próxima primavera-verano no parecía ser otro que distanciarse de la provocadora visión de su antecesor y “empezar a escribir un nuevo capítulo” para la mítica marca. Bajo una solemne arcada, entre monumentos a magistrados y jueces muertos “por la patria” durante la I Guerra Mundial, en el mismo lugar en el que el capitán Alfred Dreyfus fue condenado por traición desencadenando el histórico J’Accuse..! de Émile Zola, en ese espacio cargado de historia, Waight Keller expuso un trabajo que giraba en torno al concepto de seducción, irónicamente uno de los axiomas del legado de Tisci. “A veces, las cosas más atractivas son las que no se ven pero se imaginan […] y generan intriga e interés por lo desconocido”, explica la creadora. Bajo su mando, Givenchy resuelve esta expectación presentado sus propuestas para el hombre y la mujer juntas: marciales gabardinas ceñidas con cartucheras, abrigos con cierto aire años setenta, blusas con mangas acordeón y amplias cazadoras de cuero. En definitiva y a excepción de los vestidos de volantes, piezas que pueden saltar perfectamente de un armario a otro y donde, lógicamente, todavía se deja sentir la sombra de Chloé, la firma que Waigh Keller capitaneó durante siete años.
El debut de Joseph Altuzarra en Paris resulta simbólico por varias razones. La primera es que ratifica el desembarco en la semana de la moda francesa de algunas de las firmas más interesantes de la pasarela neoyorquina. Hace tres meses, Proenza Schouler y Rodarte presentaban sus colecciones de prêt-à-porter durante la alta costura parisiense aduciendo que un cambio de fechas les permitiría llevar antes sus colecciones a las tiendas y mantenerlas durante más tiempo a la venta. Ahora Altuzarra confirma que la de Manhattan no es siempre y por defecto la plataforma más eficiente para una firma norteamericana por el mero hecho de serlo.
El desfile del sábado también tenía una importante significado personal para el creador. De padre vasco-francés y madre chino-estadounidense, nacido y criado en París, se trasladó a Nueva York con 18 años para estudiar diseño. Allí trabajó para Marc Jacobs –entre otros–, fundó su marca y diez años después regresa a su ciudad casi como un extranjero. Lo hace con una colección donde “sublima sus fantasías sexuales”, según confesó en una entrevista concedida a The Business of Fashion. “La mujer Altuzarra es la mujer que yo quería ser de adolescente. Segura de sí misma, seductora, un animal sexual”, explica. Esa depredadora viste una suerte de amalgama folk donde se solapan vestidos de rejilla, chalecos de borreguillo hippie-futuristas, faldas asimétricas rematadas por borlas y unas sugerentes sandalias. El resultado es un choque de texturas vehemente pero en el que se echaba en falta una narrativa más profunda y personal.
El director creativo de la marca francesa Acne Studios, Jonny Johansson, cuenta que siempre le ha interesado “lo que sucede al margen de la moda” y que su intención el sábado era trasladar esa dimensión a la pasarela. Pero lo cierto es que su colección vino a reforzar una tendencia que ha ido cobrando fuerza en las semanas de la moda de Nueva York y Milán: la vuelta a los noventa a través de los dos fenómenos musicales que definieron la década y sus consiguientes códigos estéticos: el grunge y la música techno. Ahí estaban los simples vestidos de tirantes y silueta longilínea, los pantalones pijameros y un chaleco verde que podría haber formado parte perfectamente del uniforme de una cajera de Alcampo. También desarrolló una interesante serie de cazadoras y petos elaborados en tela de jersey con acabado plástico. Un camino en el que a Johansson le habría convenido ahondar en vez de perderse entre chupas de cuero colmadas de abalorios como lámparas de araña.
La cuota sexy corrió a cargo de Mugler y Elie Saab. La primera marca jugó el sábado a elevar los bolsillos de faldas y pantalones creando volúmenes que exageraban las caderas y contrastaban con las cinturas estrictamente marcadas de estas piezas.También mostró bustiers en tejido vaquero, además de minifaldas y vaporosos vestidos con cortes asimétricos cosidos por cuerdas. Mucho menos agresivo, Saab utiliza el río Amazonas como excusa para servir una colección que no teme pecar de poco sutil. Microminifaldas de doble abotonadura, flecos y transparencias. Escotes y aberturas de falda tan pronunciados que terminan encontrándose en el ombligo. El Marbella Club a finales de los ochenta. Como hilo argumental de esta innecesariamente larga presentación, un estampado de pitón que desde las americanas de corte años noventa daba paso a vestidos con diminutas cuentas y lentejuelas cosidas en forma de escamas de serpiente. Porque si no hay bordados, no es Elie Saab.
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