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CLAVES
Columna
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Lo llaman democracia

Mientras las élites progres siguen debatiendo proyectos de emulación nacional, los pueblos se construyen bajo un enemigo común

Máriam M. Bascuñán
Cartel roto con las banderas española y catalana, en Gran Vía de les Corts, en Barcelona.
Cartel roto con las banderas española y catalana, en Gran Vía de les Corts, en Barcelona.© Samuel Sanchez

Por fin comenzamos a compartir las mismas hipótesis básicas sobre la realidad. Incluso el partido de Puigdemont, centinela patriótico, reconoce que lo de mañana será una “movilización social” y que difícilmente se producirá el referéndum. Habrá carteles de protesta, ondearán banderas, retumbará la música al son del mambo, se escucharán los vítores. La congregación tendrá un tono arrebatador, tal vez tan cautivador que será difícil sustraerse a él. La embriaguez de una fuerza misteriosa terminará con la fusión de una ardiente masa fraternal para sentirse pueblo.

Los “otros”, esta semana, sucumbiendo a la repentina borrachera patriótica y al triste proceso de reforzar la autoestima identificándose con la grandeza de la nación, gritaban el bochornoso “a por ellos” flameando su propia bandera. Es más realista buscar la redención nacional, su superioridad moral y espiritual, mientras se construye con tono profético una identidad colectiva sobre agravios históricos. Porque hablar estos días de la histeria de los muros y las banderas es, al parecer, de una extrema bisoñez. ¡Y cuidado con las equidistancias! Dos nacionalismos rasgándose las vestiduras ante la “irracionalidad” del otro. En fin, ¿qué esperaban? ¿Acaso los nacionalismos no se alimentan entre sí?

Pero hacerse esta pregunta es pecar de esteticismo e ingenuidad. Mejor seguir jugando a la retórica patriótica, incluidas las izquierdas. Porque ese nacionalismo atávico de los ultras se combate con el patriotismo “bueno” que, curiosamente, cultiva la misma narrativa religiosa y tribal. Uno es esencialista; el otro, consciente de que “se tiene que reproducir todos los días” (Errejón dixit). Articularlo pensando en términos de amigo/enemigo es un detalle menor, aunque esa lógica se traduzca sin matices en lealtad sectaria frente a traición; o en la idea de un pueblo sencillo convertido en el guardián de las virtudes frente a la desorientación moral de las élites corruptas. Lo dice Pankaj Mishra: “El odio separa y también une”. Mientras las élites progres siguen debatiendo proyectos de emulación nacional, los pueblos se construyen bajo un enemigo común. Y a esto lo llaman democracia.  @MariamMartinezB

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