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Volver a empezar desde la tierra

Una treintena de presos y exreclusos de la Prisión y Correccional de Abiyán buscan en la agricultura el camino para facilitar su reinserción social y evitar volver a caer en la delincuencia

Lanciné Traoré, Innocent Aumonier y Felix Agoua trabajan juntos en una ONG que intenta prevenir la delincuencia y acompañar a los expresos en su reinserción social en Costa de Marfil.
Lanciné Traoré, Innocent Aumonier y Felix Agoua trabajan juntos en una ONG que intenta prevenir la delincuencia y acompañar a los expresos en su reinserción social en Costa de Marfil.Ángeles Jurado
Ángeles Jurado
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Un viento amable y constante mueve las copas de los cocoteros y riza apenas la superficie verdosa de la laguna de Songon-M’Bratché, una pequeña y tranquila localidad que forma parte del cinturón de pueblos que rodea Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil. La mesa de madera, en precario equilibrio sobre la arena, se colma de platos de arroz y pescado en salsa picante. Felix Agoua, Innocent Aumonier y Lanciné Traoré se lavan las manos y se sirven mientras comentan la jornada.

Songon-M’Bratché se sitúa al oeste de Abiyán, en el inicio de la ruta que engloba varias pintorescas ciudades lacustres del sur del país: Dabou, Tiagba, Grand-Lahou. Los amigos mantienen aquí tres terrenos de varias hectáreas en los que cultivan mandioca, pimiento y otras verduras. Lanciné es funcionario de prisiones; Innocent, predicador; Félix, agricultor. Les une un pasado común en la Prisión y Correccional de Abiyán (MACA), donde Felix e Innocent cumplieron condena y Lanciné les puso en el camino segundas oportunidades que maquinó desde el otro lado de los barrotes.

Hoy los tres se sitúan en el corazón de un proyecto de reinserción social para expresos y de sensibilización destinada a las familias de reclusos y la sociedad marfileña en general: la ONG Apoyo a la Reinserción de los Presos (AREP, por sus siglas en francés). Traoré creó AREP en 2012, junto a algunos amigos del microcosmos de la cárcel y otros provenientes de diferentes ámbitos para organizar actividades de prevención, especialmente en el terreno de la delincuencia juvenil, y ejercer el acompañamiento y el apoyo a los presos que desean enderezar el rumbo.

La MACA cuenta hoy con unos 4.000 internos, entre hombres, mujeres y menores, aunque se diseñó y construyó en la década de los setenta del siglo pasado con capacidad para unos 1.500 reclusos. Lanciné empezó a trabajar allí en 2004, pero se le quedó chico el funcionariado. Su inquietud por convertir la cárcel en un lugar de "reciclaje" de almas y recuperación de ciudadanos le ha llevado a implicarse en todo tipo de proyectos, hombro con hombro con quienes mejor conocen las entrañas de la institución: los propios presos. Reconoce que no es fácil trabajar en un entorno con una reputación infame, enfrentado a los prejuicios de la mayoría de la gente.

La MACA cuenta con unos 4.000 internos, aunque se diseñó con capacidad para unos 1.500 reclusos

"La prisión es una construcción de los blancos", precisa. "No teníamos una institución así antes de la colonización. Siempre damos una visión negativa de la prisión, así que cuando acabas allí, tu familia no va a verte. Cuando sales, has perdido cuatro o cinco años de tu vida y tus padres no quieren saber nada de ti. Cuando eres libre, vas a tu casa, pero si no están preparados para acogerte, vuelves a la calle y a la delincuencia. Así que trabajamos con los presos, pero también con las familias y la sociedad. Todos estamos juntos en esto".

Reinserción agrícola

Felix Agoua estuvo trabajando en las tierras por la mañana, a solas con su daba (machete) de filo terroso. Primero, en el hueco de una hectárea que explota él solo y en el que mima tomates, pimientos, mandioca, berenjenas y gombo. Después, en otro pedazo de tierra de unas cuatro hectáreas, al que se llega tras caminar una media hora entre turbas y papayeros. Pertenece a la ONG y sirve para que se formen y se ganen la vida los expresos. La AREP desea ampliar los terrenos y también construir un centro de reeducación y acogida para exdetenidos, jóvenes con problemas con la droga y niños de la calle. Para ello, negocia la adquisición de otro terreno de unas siete hectáreas.

Felix es un hombre delgado, con el cráneo rapado y gafas de pasta negra cuyos reflejos le ocultan la mirada. Tiene barba y bigote bien cuidados y luce unas enormes botas de agua sellando los vaqueros desgastados y manchados de tierra. Felix habla despacio, arrastrando un poco las frases siempre breves. Sonríe con frecuencia, pero no es un gesto banal. El testimonio del vicepresidente de AREP y responsable de sensibilización y de prevención de la delincuencia ha sido clave en encuentros con universitarios y estudiantes o en la televisión. También es la pieza central del experimento en Songon-M’Bratché, donde nació hace casi 45 años. En su pueblo natal se ocupa de la formación de otros exreclusos y se gana la vida con el espinazo doblado sobre matas de mandioca y pimientos.

"Estuve tres veces en la MACA", rememora. "La tercera vez es cuando tomé conciencia y decidí cambiar. Ya hace tres años que trabajo la tierra. Mi mujer murió hace seis meses y tengo un hijo de cuatro años, que está con mi hermano. La idea de los terrenos es buena, pero no hay medios. No tenemos tractor, no hay dinero, ni una forma eficiente de irrigación. Me enseñó otra persona que conocía el trabajo de la tierra. Sigo su ejemplo, pero nos faltan recursos".

Felix Agoua es un caso de manual de vida presidiaria que se salió del guion que parecía estarle predestinado. Entró en la MACA por primera vez por tentativa de robo en 1990. Confiesa con sencillez que tuvo la desgracia de engancharse a la droga con apenas 19 ó 20 años. "Necesitaba una dosis de 20.000 francos CFA (30 euros) al día", reconoció en un programa de la cadena pública de televisión del país, RTI, en 2015. "No trabajaba, así que me convertí en ladrón".

Una treintena de reclusos y exreclusos se beneficia a día de hoy de la atención directa de AREP

Pasó cinco años en prisión, entre salidas y entradas. La puerta de la MACA se cerró en las narices de un Felix abandonado, solo en un entorno hostil, asustado, sin nadie a quien recurrir. Su padre le llegó a decir, mirándole a los ojos, que era irrecuperable y solo sus compañeros de fechorías le acogieron cuando abandonó su celda. "De ser un pequeño ladrón, pasé a convertirme en un gran bandido", reconoció. "Pasé a los robos a mano armada, me convertí en atracador. Lo único que me importaba era cómo conseguir dinero y drogarme". Con 26 años recibió su segunda condena firme: 20 años. Empezaba el año 2000 y calculó, con algo parecido al pavor helándole la sangre, que abandonaría la prisión abiyanesa siendo un viejo, desgastado, sin nadie que quisiera reconocerse en su nombre y su sangre. Innocent, hoy expreso y pastor evangelista, le ofreció una biblia. Felix reitera que ocurrió un milagro. Dos décadas de pena se convirtieron en tres años y salió de la MACA converso y decidido a cambiar de vida.

Humanidad

Innocent Aumonier (Abiyán, 1975) es otro ejemplo andante y parlante del trabajo de recuperación de dignidades y espíritus rotos en el que se embarca la AREP y de la fortaleza y capacidad de redención del ser humano. Entró en prisión a finales del siglo pasado tras una serie de atracos y allí le abrió las puertas a un nuevo futuro un asistente social que logró la revisión de su pena. De los 10 años que le correspondían, cumplió seis y siete meses. "En la prisión no hay formación y no trabajas. Creo que si puedes conseguir un trabajo para cuando salgas, eso puede limitar los destrozos en tu vida", señala. "Lo importante es que tengas una cualificación y algo que hacer. Sin reinserción, el individuo que deja la cárcel va a volver".

La AREP afirma que es necesario "humanizar" la prisión y "asegurar" la sociedad marfileña y cuenta con un recurso fundamental para lograr estos objetivos: el ser humano. Lanciné, Innocent y Felix se preparan para la lucha armados con su fe en la dignidad humana. También con palabras que recitan como mantras: reinserción, prevención y sensibilización. La AREP se nutre de gente como ellos, con diferentes credos y experiencias, todos hermanados al mismo nivel, ya sean presos, expresos, funcionarios de prisiones o voluntarios que jamás han tenido nada que ver con la prisión.

Felix Agoua e Innocent Aumonier.
Felix Agoua e Innocent Aumonier.Ángeles Jurado

"Una vez que están en prisión, hay ayudarles a los presos a tomar conciencia del comportamiento que les ha conducido hasta allí, que sepan que son responsables en parte de lo que les ha pasado y que decidan cambiar de comportamiento", razona Lanciné Traoré, presidente de la ONG. "Cuando el recluso comprende que se equivocó y decide cambiar, es más fácil ayudarle. Nos hacemos cargo de su reeducación e intentamos preparar su salida. Cuando es excarcelado, vemos de qué forma podemos apoyarle para que sea autónomo y para que pueda participar en la prevención también, utilizando la experiencia de los errores pasados. Todos somos personas y podemos mejorar".

Fueron los propios expresos los que localizaron los terrenos que hoy explotan en Songon-M’Bratché. La ONG estudió entonces la manera más efectiva de apoyarles técnica, material y financieramente para sacar adelante el proyecto. Una treintena de reclusos y exreclusos se beneficia en la actualidad de la atención directa de la AREP, mientras que centenares de jóvenes están en su punto de mira en lo que se refiere a las charlas de prevención. La organización colabora en la escolarización de medio centenar de hijos de presos cada año y sensibiliza a la sociedad sobre la situación de los niños que están en prisión con sus madres y sobre los menores encarcelados. De momento, funcionan sin subvención ni ayudas oficiales. Los miembros de la ONG ponen dinero de su bolsillo para sufragar los gastos, cuando no organizan colectas públicas y acciones para recibir donaciones. Ante tantas necesidades, se hace sentir la falta de recursos.

"También hay inocentes en prisión, gente que ha cometido pequeñas infracciones o delitos graves", remacha Lanciné. "Podemos pelearnos, te empujo, caes y sin quererlo, te mato. Todo el mundo puede acabar allí. Que hayamos cometido un error hoy no significa que no podamos cambiar. Hay muchos ejemplos". Para los miembros de la AREP todos merecemos una página en blanco y nunca es demasiado tarde para escribir una nueva historia.

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Sobre la firma

Ángeles Jurado
Escritora y periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África. Coordinadora de 'Doce relatos urbanos', traduce autores africanos (cuentos de Nii Ayikwei Parkes y Edwige Dro y la novela Camarada Papá, de Armand Gauz, con Pedro Suárez) y prologa novelas de autoras africanas (Amanecía, de Fatou Keita, y Nubes de lluvia, de Bessie Head).

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