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“La prisión no es lugar para menores”

Indira Ranamagar ha rescatado a más de mil niños y niñas de las cárceles nepalíes

Indira Ranamagar
Indira RanamagarM. S.

Hace veinticinco años que Indira Ranamagar vio por primera vez a un niño entre rejas. En aquel momento decidió que su vida debía centrarse en proteger a los menores que viven en las prisiones de Nepal. Ranamagar nació en una localidad del este de este país asiático del Himalaya. Desde pequeña siempre soñó con ir a la escuela, como sus hermanos varones, pero su familia no tenía los recursos suficientes. Y además, las mujeres “solo servían para estar en casa y tener hijos”. Pero a pesar de todo, logró conseguir una beca y estudiar en la capital, Katmandú.

Allí conoció a Parijat, famosa escritora y activista de los derechos humanos, que la integró en Prisoner Assistance Mission, un proyecto para lograr el bienestar de las personas presas denunciando los casos de injusticia y las malas condiciones de las cárceles. “La mayoría de los reclusos incurren en un delito porque firman documentos que no entienden”, afirma Ranamagar.

En 1993 Parijat falleció. Y Ranamagar la relevó, centrándose en el rescate, cuidado y educación de los menores encerrados, especialmente los de aquellas familias más vulneradas. Desde entonces, la activista ha rescatado a más de mil niños. “Me llamó la atención ver a tantos niños y niñas en la cárcel”, comenta Indira. La joven decidió alquilar un piso y llevarlos allí. En el año 2000 fundó oficialmente la ONG Prisoner Assistance Nepal (PA Nepal).

Según la ley nepalí, si uno o ambos progenitores son encarcelados y sus hijos no tienen dónde quedarse, deberán vivir en la prisión con ellos. Preferiblemente con la madre, pero también hay niños en las cárceles de hombres. Ranamagar, en cambio, mantiene que hasta los cinco años, los infantes deben estar con sus madres salvo en casos excepcionales. La activista visita regularmente a las familias, creando un vínculo de confianza y seguridad hacia los padres. Una vez que saca al menor, le proporciona un hogar y una educación. “La prisión no es lugar para niñas y niños”, insiste.

Con el objetivo de no borrar el vínculo con las madres y los padres, Indira y los menores visitan regularmente las cárceles donde se encuentran. La frecuencia depende de los kilómetros de distancia. El contrato especifica que cuando los padres salgan a la calle, podrán llevar a sus hijos e hijas a casa. Esa relación de confianza es muy importante, ya que hay madres que se muestran reticentes a entregar a sus hijos debido a los numerosos casos de adopciones ilegales en el país. El documental Paper Orpahns relata testimonios así.

“La educación es un elemento vital para romper el ciclo de la pobreza, disminuir la delincuencia y luchar contra la discriminación de la mujer”

También es importante, resalta la responsable de la ONG, llevarse bien con los funcionarios de las prisiones. “En general, conocen mi trabajo y me abren las puertas. No estoy realizando nada en contra del Gobierno. Al contrario, estoy haciendo su trabajo”. Actualmente, PA Nepal tiene 10 casas repartidas por el país, en las que acoge a más de doscientos menores. También han abierto dos centros de día, uno en la cárcel de mujeres de Katmandú y otro en la del Jhapa, para que los más pequeños no tengan que separarse de sus madres. Y han instaurado una biblioteca en la prisión de Palpa.

En las dos escuelas que tiene PA Nepal y en las dos que colabora con el Gobierno, se proporciona gratuitamente a más de quinientos alumnos protección, comida y oportunidades. Y les recuerda la importancia de la familia y de la comunidad en la estructura de la sociedad. “No puedo ser una madre para todos. Por eso les recuerdo que tienen unos padres a los que deben respetar y querer, a pesar de que hayan cometido un error y estén en prisión” dice Ranamagar.

El sistema educativo de la ONG es especial y alternativo. Bajo el nombre Junkiri, que significa luciérnaga, se basa en la filosofía de que las personas tienen luz propia. “Todos los niños tienen algo especial y saben hacer algo de manera única”, afirma la activista. Sus clases se centran en el respeto por el ser vivo, el amor y la naturaleza, sin tener en cuenta la casta, la religión o el género. “La educación es un elemento vital para romper el ciclo de la pobreza, disminuir la delincuencia y luchar contra la discriminación de la mujer”, matiza Indira.

Las asignaturas del sistema tradicional que se enseñan son tres: matemáticas, para no ser engañados, leer y escribir en nepalí y leer y escribir en inglés, puesto que Nepal ha aumentado su turismo considerablemente en los últimos años. También tienen clases de artesanía, agricultura orgánica, música o arte. PA también tiene programas de educación para los padres y las madres en las prisiones, con el objetivo de desarrollar diferentes oficios y adquirir habilidades para el futuro. Cocina, jardinería, leer, escribir, musicoterapia o educación sanitaria son algunos de los talleres.

Aunque estos programas van dirigidos a mujeres y hombres, PA se focaliza más en ellas, por ser el colectivo más discriminado en la sociedad nepalí. Las cárceles de mujeres están más abandonadas, aisladas y en peores condiciones. Con el programa para las mujeres PA las empodera para que sean autónomas y puedan aumentar sus posibilidades de independencia. Indira sirve de inspiración. Fue la primera mujer nepalí en completar la vuelta ciclista de su país y en callar las bocas de quienes pensaban que las mujeres no debían montar en bicicleta.

Dentro del programa de empoderamiento a las más jóvenes, PA trabaja en el proyecto GEN (Girls Education Nepal), donde las chicas cuidan de las tierras y de los abuelos, mientras los padres están en la cárcel. De esta manera, la familia no pierde el terreno y las chicas consiguen independencia. El programa cubre la totalidad de los gastos en educación y les otorga una bicicleta para que puedan llegar a la escuela.

La financiación de PA depende de las donaciones y de colaboraciones de ONG que comparten su filosofía, como la catalana Kaliu Nepal, fundada en 2013 por Oriol Terrasa y Gloria Puyol que, tras un viaje por el continente asiático, descubrieron la labor de Indira. “Todo lo coordina Indira desde Nepal. Nosotras solo creamos el vínculo con la sociedad española y damos a conocer su labor”, afirma Terrasa.

Indira se define como una rompedora de reglas. Logró conseguir una educación a pesar de que la calificaron de mala vecina y habló en una sociedad silenciada para reclamar los derechos de las personas. “Si se trata de romper las reglas del control social de la población, soy culpable”. Esta es la filosofía que comparte en sus charlas por todo el mundo. “No se trata de acabar con todo el sistema, pero sí con las reglas que afectan al ser humano y a la humanidad”.

Indira ha estado dos veces en España. La primera en 2014 y la última en diciembre de 2016, cuando estuvo en la Casa del Tíbet de Barcelona y participó en unas jornadas en la ciudad alicantina de Novelda. En todas sus conferencias destaca la importancia de la defensa de los derechos humanos.El trabajo de Ranamaga rfue reconocido en 2014, cuando quedó segunda finalista del World’s Children’s Prize, junto a la activista pakistaní Malala y al ejecutivo estadounidense de Microsoft John Wood.

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