Yonquis del amor
Pocos mitos nacidos en España son tan universales como el de Don Juan. El seductor insaciable ha inspirado a artistas y escritores, desde Tirso de Molina hasta José Zorrilla, sin olvidar a Prosper Mérimée, Albert Camus o Lord Byron. Llámese Don Juan o Casanova, el arquetipo ha sido objeto de innumerables análisis para intentar explicar el comportamiento de este tipo de personas. Aunque el donjuanismo se puede dar en ambos sexos, suele asociarse con los hombres.
Quien padece este síndrome es un seductor compulsivo, infiel e insatisfecho. Sabe bien cómo conquistar porque es un sabio manipulador de las emociones. Pero cuando enamora a una persona, la abandona sin más para comenzar a seducir a otra. El sexo es lo de menos para él, no es el prototipo de ligón que va de cama en cama. Lo que le importa, lo que verdaderamente le excita, es el cortejo sentimental, la pasión de los primeros días. Una vez que lo consigue, cuando se asegura de que ese alguien está dispuesto a todo por su amor, pierde el interés. Puede mantener una relación de años por presiones sociales, incluso puede que sienta afecto, pero no será fiel. Platón decía que solo se desea lo que no se tiene, y eso es lo que les ocurre a los afectados por el donjuanismo. Muchos especialistas han intentado explicar el porqué de esta conducta compulsiva e insaciable, su incapacidad para construir un amor estable y duradero.
Para Freud, este tipo de carácter inmaduro y narcisista está atrapado en la fantasía edípica de enamorar a la madre.
Para Freud, padre del psicoanálisis, el donjuán está atrapado en la fantasía edípica de enamorar a la madre. Es un hombre emocionalmente inmaduro, de perfil narcisista, que busca a la figura materna en cada mujer a la que seduce. Cuando consigue enamorarla, no puede sino abandonarla, huir de esa relación que, para su inconsciente, sería incestuosa. Así, jamás consiguen entablar una relación amorosa; viven presos en ese bucle de búsqueda y abandono, pasando de la entrega absoluta al desplante más desalmado.
Buen conocedor de Freud, Gregorio Marañón también estudió a fondo la figura de Don Juan y le atribuyó una personalidad narcisista con una homosexualidad latente bajo su carácter burlador. Si bien el escritor Albert Camus sostenía que este personaje se enamoraba de todas las mujeres, el psiquiatra y sexólogo Adrian Sapetti sospecha que solo “cree estar enamorado”, ya que después de la conquista ese sentimiento nunca llega a afianzarse. Si la presa se muestra indiferente o le rechaza, el seductor insatisfecho, valiéndose de todas sus artes, persiste hasta conquistarla. Se trata, pues, de un sentimiento muy primario, carente de profundidad.
Manuel de Juan Espinosa, catedrático de Psicología de la UAM y especialista en los mecanismos del amor, sostiene que lo que sienten sí es un tipo de amor real, aunque su esencia sea volátil y fugaz. “Es una clase de sentimiento que explota como fuegos artificiales; estas personas igual tienen un subidón que sufren un bajón”. El profesor explica que los seductores compulsivos son “depredadores amorosos que, en realidad, se enamoran del amor, de la sensación que les produce que se enamoren de ellos y de la idea de estar enamorados”.
Estas poéticas aseveraciones tienen una explicación muy prosaica: este tipo de personalidad se caracteriza por tener niveles anormalmente bajos de vasopresina, una hormona que se segrega en el momento inicial de la relación junto con la oxitocina, causante del bienestar que provoca el apego. Esta sustancia es la desencadenante de los sentimientos de fidelidad, cohesión y confianza, tres pilares sobre los que se asienta el deseo de que una relación perdure y que estos seductores tienen bajo mínimos.
Según la descripción de Manuel de Juan, el amor tiene tres etapas: una primera de atracción amorosa, no necesariamente sexual; otra de enamoramiento, y una tercera de apego y asunción de compromiso. Y lo que vive un donjuán es ese amor lúdico que ya describió Aristóteles. Entiende la primera etapa como una forma de rapiña. Únicamente activa la siguiente fase cuando percibe que la otra persona está enamorada. Estos sujetos viven intensamente los momentos iniciales: producen más dopamina y noradrenalina de lo normal y sienten el chute bioquímico del amor con más intensidad que el resto. Esto les produce una suerte de rápido embotamiento, lo que los expertos llaman “saturación del estímulo”, que provoca que rápidamente se desenganchen y pasen a buscar una nueva presa que los sacie de nuevo. Sea cual sea la explicación psicológica o analítica que se le quiera dar a este comportamiento, lo que está claro es que estos individuos sufren una disfunción hormonal que los deja siempre a las puertas del “verdadero amor”, si entendemos como tal el amor duradero.
El donjuán es, pues, un adicto. Le pone ese cóctel de endorfinas que se segregan en los inicios de la relación; el vértigo que con la misma rapidez que viene se va. Puede enamorarse en horas y hartarse al día siguiente, o en semanas. Pero no mucho más: el tiempo que tarde en dejar de segregar opiáceos y equilibrar su nivel hormonal. Entonces, Don Juan, o Doña Juana, como todo adicto, sale de nuevo en busca de un chute. En su caso, de amor.
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