No tinc por, pero dan miedo
Decíamos que no teníamos miedo, para conjurarlo, y resulta que desplegamos algo mucho peor, el frío manto del olvido
Han ingresado de urgencia a la tía E, grave, en el hospital público cercano. Comparte habitación con Ella, joven, hermosa, madre de dos hijos. Tuvo un accidente de tráfico, dice Él, el marido apesadumbrado, parco en palabras.
Ella lleva la cabeza rapada, tuvieron que drenarle. Cada tanto se le convulsiona el cuerpo, arracimado de tensión. Él la rodea, la acaricia, le susurra amores, la acompaña solícito, sin descanso.
La habitación es escueta y el ajetreo de enfermeras, intenso, continuo, sincopado. El hijo de la tía E, el primo P, hace la guardia nocturna. Como esto lleva tiempo, acaban turnándose con Él la vigilancia de las dos pacientes, ahora por ti, luego por mí.
Él se confiesa. Claro que nos ha reconocido, por periodistas, a mi mujer O, y a mí. No es que nos rechace. Pero rehúye contar qué ocurrió, quiere llevar su dolor en la intimidad. Nada de exhibirlo, nada de comerciar con la desgracia.
Nosotros, de natural expansivos, decidimos, sin palabras, no preguntar. Pero se ve de lejos, y lo sabremos, que a Ella la atropelló el 17-A, en la Rambla. Está claro por qué Él pugna por evitar un tropel de cámaras; y por qué las cámaras persiguen su historia.
Y también por qué este texto carece de nombres y apellidos, y de mapa de direcciones. La topografía del dolor personal tiene sus derechos, aunque a uno le carcoma no bautizar sus pliegues. Para que se sepa más, y se recuerde.
Reclamábamos la memoria. Todavía no hemos cumplido un mes desde el atentado que la aparcó en el lecho, a Ella y a otros iguales, y ya no recordamos. Decíamos que no teníamos miedo, para conjurarlo, y resulta que desplegamos algo mucho peor, el frío manto del olvido. ¿Cuánto dura el dolor ajeno y cuánto la bondad propia? ¿Bastan días para archivar desgarros que parecían imprescriptibles?
Vemos las imágenes del Consejo Nacional de ese partido. Preparan la Diada de hoy al grito de No tinc por, el que inventamos para Ella y las demás víctimas. Residuos políticos supervivientes, se lo apropian para lavar su era de ominosas apropiaciones. Esta inmoralidad da miedo. O náuseas. Ojalá que los muchos amigos indepes, Ricard y Albert, Carmen y Ari, y todos los demás, no sucumban hoy en la calle a la tentación de ensuciar ese lema. Por Ella.
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