Volver al cole con ilusión
Para llegar con alegría a clase hace falta seguridad y confianza, algo que solo se consigue cuando los niños se sienten protagonistas de su educación
Hace unos pocos días que regresamos de vacaciones, por lo que aún estamos debatiéndonos entre la pena de haber consumido ya esos días estupendos, una semana o dos al año en el mejor de los casos, en los que estamos nosotros cinco (mi marido, mis hijos y yo) a solas, sin más familiares ni amigos, y la alegría de regresar a casa, a dormir en nuestras camas, y a sentirnos cobijados por nuestro hogar, con todo lo que hace que sea precisamente eso, un hogar. El proceso por el que paso cada año al final de agosto es muy similar, cuando ya quedan dos semanas para que empiecen las clases de nuevo me siento impaciente.
La razón de esa impaciencia sin embargo ha ido variando a lo largo de estos once años de vueltas al cole que llevo vividos con mis tres hijos. Cuando estaban en la etapa de infantil, el verano se hacía muy largo. No podíamos pasar mucho tiempo con ellos, y como no teníamos a nadie con quien dejarlos en casa, siempre estábamos tratando de colocarlos en algún sitio, daba pena. Casi que estábamos deseando que empezaran las clases de nuevo para que al menos estuvieran en un sitio familiar y con personas conocidas, y no de campamento urbano en campamento urbano hasta cubrir buena parte del periodo estival, menos los pocos días de vacaciones que podíamos cogernos mi marido y yo.
Más adelante, pensar en volver al cole se empezó a parecer a una pesadilla, porque con tantas horas de deberes cada día después de las clases, el periodo lectivo se convertía en algo similar a un encierro domiciliario. Por aquel entonces no queríamos que empezara el curso de nuevo. Ha habido años también de cambios de colegio, de empezar la Secundaria y tener que ir por primera vez al instituto, de estar con un cosquilleo en el estómago desde tres días antes de que empezaran las clases, pensando en cómo sería el nuevo centro, los nuevos profesores, o los compañeros de clase. Este curso sin embargo, no hay cambios, y por primera vez la vuelta al cole se vive en mi casa con calma e ilusión renovada, algo prácticamente desconocido hasta ahora. Creo que así es como debería haber sido siempre, pero por desgracia no lo fue durante demasiado tiempo.
Lo vivimos así, con calma e ilusión, porque el curso pasado fue bastante relajado, porque mis hijos no tuvieron problemas de acoso, ni de exceso de deberes, ni sobrecarga de exámenes; porque tuvieron profesores justos y orgullosos de su profesión que se preocuparon por ellos y también porque no hemos tenido que gastarnos un ojo de la cara en los libros de texto del curso que empieza.
Afortunadamente hemos podido reutilizar la mayoría de los libros, en el caso de mis hijas, porque mi hijo, que es el que más ilusión tiene por empezar las clases, simplemente no tiene, ¿tendrá algo que ver? Seguro que sí. Tampoco tiene deberes rutinarios y aburridos, ni exámenes bulímicos, de los estudiar, vomitar y olvidar y en su colegio se cuida la inteligencia emocional, lo que le hace sentirse bien e ir a clase con ganas cada día. No se vuelve al colegio con la misma energía si tu mochila es pesada, o si tu agenda está plagada de exámenes semanales, ni si tus tardes se convierten en un tormento, o si tus compañeros de colegio no te respetan.
Para volver a las clases con ilusión hace falta seguridad y confianza, algo que solo se consigue cuando los niños se sienten protagonistas de su educación, de su aprendizaje, cuando saben que importan, cuando las familias cuentan, cuando somos comunidad. Yo antes vivía este proceso de vuelta a las aulas con resignación, sin ninguna motivación. Pero ahora es muy diferente, no me preocupa ya que empiece el colegio.
Lo que sí sigue siendo un dolor de cabeza para mí es pensar en las rutinas adicionales, en las idas y venidas a las clases extraescolares, a la escuela de música, a las revisiones del dentista, compaginando todo esto con nuestras propias obligaciones laborales, y de cuidado de nuestra salud. El primer trimestre se hace tan largo, sin vacaciones hasta las Navidades, que hace falta mucho ánimo para arrancar después de una parada tan extensa en la que se han perdido muchos hábitos, y se han olvidado tantas cosas.
A veces pienso que merecería la pena que las vacaciones de verano fueran más cortas y se repartieran algunos días más de descanso a mitad de trimestre, como ya hacen en algunas comunidades autónomas españolas y numerosos países europeos. Cuesta poco acostumbrarse a no tener que madrugar, dejar los agobios, las prisas y las rutinas, pero recuperarlas cuando uno está tan desconectado de todo es un horror. Este año sin embargo, la ilusión de volver a clase, de ver a los buenos amigos, de seguir aprendiendo, inclina la balanza a favor del deseo de empezar un curso nuevo, a pesar de lo demás.
Creo que todos los niños deberían volver al cole en septiembre con ilusión, no debería verse la escuela como una cárcel, como un lugar en el que te limitan, te coartan, o te hacen sentir desdichado. A nosotros nos ha costado, pero hemos conseguido que nuestros hijos se sientan a gusto en sus respectivos colegios, aunque esto haya supuesto que por un tiempo estén cada uno en un centro educativo diferente. Pero a pesar de lo que se pueda complicar la logística diaria, merece la pena. Oírles decir que tienen ganas de que empiece el cole de nuevo no tiene precio.
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