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Columna
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Siempre superándose a sí mismo

Hay cada vez más pruebas de que Moscú quiso interferir en la campaña y de que Trump lo sabía

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto a su hijo, Donald Trump Jr. en una foto de archivo.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto a su hijo, Donald Trump Jr. en una foto de archivo.BRIAN SNYDER (REUTERS)

Lo lleva inscrito en su carácter. Y en el de su entorno. Apenas ha conseguido enmendar un estropicio, cuando un nuevo desastre viene a corregir todo lo conseguido. Han pasado los cien días, se han superado ya los seis meses, y no hay forma de estabilizar esta presidencia, sometida a una trepidación que busca como una necesidad la liquidación de su titular.

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Quedan lejos las iniciales y vanas esperanzas en una corrección o un aprendizaje rápidos, habituales en sus antecesores más torpes e inexperimentados. Tampoco hay forma de obtener una división del trabajo en la Casa Blanca, que encapsule al presidente y limite su capacidad nociva. Constantemente aparecen contradicciones y cacofonías, entre un presidente que va a la suya y los colaboradores militares y diplomáticos, sobre todo los dedicados a la seguridad y defensa, que procuran un mínimo de estabilidad y orden, y en lo que sea posible mantener los compromisos internacionales esenciales, por encima de sus tuits alocados y sus declaraciones disruptivas.

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El último episodio de esta disparatada presidencia acaba de conocerse gracias a las revelaciones de The New York Times sobre los tratos entre el primogénito de Trump y una abogada relacionada con los servicios secretos y el Gobierno rusos para perjudicar a Hillary Clinton al inicio de la campaña presidencial, hace poco más de un año. El intercambio de mensajes y las explicaciones proporcionadas hasta ahora ilustran la voluntad rusa de interferir en la campaña electoral, la no menos clara conciencia del equipo de Trump respecto a las intenciones rusas y una sospechosa concatenación entre el contacto ruso de los Trump con las filtraciones a Wikileaks de los e-mails de Hillary Clinton y el ataque cibernético al cuartel electoral demócrata.

Contando al primogénito del presidente y a su yerno, son ya seis los personajes de su entorno sospechosos de actuar en favor del grupo de presión ruso. Tres comisiones parlamentarias y un fiscal especial se hallan trabajando sobre un asunto que crece en envergadura y suscita sospechas de la comisión de delitos de extrema gravedad, que pueden llegar hasta el espionaje e incluso la traición.

Respecto a las intenciones de Moscú, inicialmente se trataba como mínimo de promover el levantamiento de sanciones a las que está sometido el régimen de Putin, cuestión que una presidencia tan peculiar como la de Trump podía facilitar mucho más que la de Hillary Clinton. Es probable que el empuje electoral del candidato republicano sugiriera una capitalización geopolítica todavía mayor, especialmente de cara a debilitar la OTAN y dividir a los europeos. Esta es la situación en la que se encuentra ahora la Casa Blanca, con la sospecha de la interferencia rusa que sigue creciendo. De nada han servido la primera reunión de Trump con Putin, el propósito ilusorio de mirar solo hacia adelante en las relaciones bilaterales o el despropósito de una unidad conjunta para combatir los ciberataques, de tanta credibilidad como el centro para combatir la radicalización creado con los saudíes.

Trump, una vez más, sigue superándose a sí mismo y dando muestras de que lo más sorprendente todavía está por llegar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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