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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ni tubos de escape ni monarquías medievales

Las ciudades intentan recuperar los espacios públicos y liberar sus calles de tanto motor de combustión

Gabriela Cañas
Concentración de vecinos en la calle Galileo de Madrid para pedir que se mantengan la peatonalización de la vía.
Concentración de vecinos en la calle Galileo de Madrid para pedir que se mantengan la peatonalización de la vía.© CARLOS ROSILLO (EL PAÍS)

Cabe preguntarse cómo serán las ciudades del próximo futuro. La revolución del automóvil que tanta libertad de movimientos nos brindó ha terminado con el tiempo en convertir nuestras urbes en grandes aparcaderos de coches roturadas por autopistas humeantes que apenas dejan espacio al ciudadano. “Toda planificación urbana es para los coches; la gente no importa”, declaraba recientemente Carlos Dora, coordinador de Salud Pública y Medioambiente de la OMS. La revolución del automóvil se ha vuelto contra nosotros mismos si tenemos en cuenta que pronto hasta el 70% de la gente vivirá en la ciudad.

Pero ya hemos iniciado la contrarrevolución. El importantísimo fondo soberano noruego ya no invierte en empresas que explotan combustibles fósiles. Ahora, el país, productor de petróleo, quiere terminar con la venta de automóviles de diésel o gasolina en 2025. El ministro de Ecología de Francia Nicolas Hulot ha anunciado que tampoco en Francia se venderán esos vehículos a partir de 2040. Volvo, la antigua firma sueca hoy de propiedad china, ha asegurado que en 2019 dejará de fabricar coches solo con motor de combustión. Hoy circulan en el mundo unos dos millones de vehículos eléctricos. En 2040 serán 600 millones.

 Pero esta nueva revolución no se va a conformar con cambiarle los humos a los coches. Con gran esfuerzo, no hay ciudad moderna que se precie que no abra nuevos carriles bici y que no cierre al tráfico una calle tras otra, además de prohibir viejos y contaminantes motores. Ahora que tenemos asfaltado el planeta nos damos cuenta de que el trabajo que nos aguarda es volver atrás y desalojar un tanto a estos fantásticos ingenios técnicos de nuestras vidas; hacer un poco de espacio para la bici, para las zonas verdes y la convivencia en general al aire libre. No es una moda. Es una imperiosa necesidad de recuperar el aire limpio. El sucio produce enfermedades graves, millones de muertes prematuras y un cambio climático que amenaza con acabar con el planeta tal como lo conocemos.

La industria, gran empleadora de mano de obra, ya se está reconvirtiendo. El coche privado del futuro será eléctrico o híbrido y, sobre todo, compartido. El porvenir de las ciudades pasa por tupidas redes de transporte colectivo limpio que ayuden a liberar las calles de tanto automóvil recuperando la dimensión humana de la ciudad, más acorde con nuestros nuevos estándares de vida saludable.

Ese futuro no está tan lejano. Y sus primeros efectos ya son palpables incluso a nivel geoestratégico. ¿Acaso el bajo precio del petróleo no está relacionado con la reducción de la demanda y las pobres expectativas de consumo dada la nueva cultura y la mayor eficiencia de los motores de combustión? Imagine por un momento la ciudad del futuro: más limpia, más espaciosa, más verde, más silenciosa y sin tubos de escape. E imagine también a esos países que nadan en la abundancia por el monocultivo del petróleo y que casualmente albergan monarquías de corte medieval o gobiernos de tendencia tiránica. Imagine su transformación. Quizá sea para bien.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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