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'Lindy hop', un amor de dos minutos y medio

Los intérpretes Gene Kelly y Debbie Reynolds, en un ensayo preparatorio del filme 'Cantando bajo la lluvia'.
Los intérpretes Gene Kelly y Debbie Reynolds, en un ensayo preparatorio del filme 'Cantando bajo la lluvia'.Getty

FRANKIE MANNING, uno de los creadores del estilo lindy hop, decía que durante los dos minutos y medio que dura una canción permaneces enamorado de su música y de la persona con la que la estás bailando: un triángulo amoroso perfecto en el que no sabes a quién elegir. Manning hablaba del swing, ese género musical eléctrico, vivaz y contagioso que, como muchos otros, surgió del jazz.

El lindy hop, que tantas veces hemos visto bailar en el cine a Ginger Rogers, a Gene Kelly y a todo el elenco de bailarines clásicos de la edad dorada de Hollywood, nació en un concurso de baile que se celebró en una sala de Harlem, en 1927, para festejar el célebre vuelo en el que Charles Lindbergh había cruzado por primera vez el océano Atlántico sin escalas (el nombre, lindy hop, es un homenaje a él). Se extendió luego durante la Gran Depresión por todo el país y llegó a convertirse en un baile popular. Desde hace unos años, con la nueva Gran Depresión de 2008, ha extendido los tentáculos de su moda y ahora está explosionando, tal vez porque su espíritu exultante es adecuado para combatir las crisis. Se han abierto en todo el mundo escuelas, locales y asociaciones que lo promueven, y sus adeptos —en muchos casos sin experiencia dancística previa— se entregan a la música con pasión desbordante.

"El 'lindy' es un baile muy inclusivo. En el tango o en la salsa sueles bailar siempre con la misma persona, pero aquí se cambia continuamente de pareja".

Alejandro Floriano emigró a Chile en 2015 para seguir su carrera profesional, y allí, por azar, conoció el lindy hop: “Iba paseando por Santiago y me sorprendió la energía y la diversión que transmitía el grupo que bailaba en la calle, así que al día siguiente ya estaba apuntado a clases. Para mí lo más fascinante es ser capaz de comunicarme con la persona con la que bailo simplemente a través del cuerpo. Este lenguaje nuevo me permite bailar allá donde viajo: en el malecón de Lima, en las calles de Valparaíso, en locales de Buenos Aires o en Madrid Río, cuando vuelvo a mi ciudad. En todas esas ocasiones siempre fue con personas que conocí justo en el momento en el que sacaba o me sacaban a bailar”.

Esa idea de socialización es la que más recalca Lourdes Ibiricu, presidenta de la asociación madrileña Mad for Swing: “El lindy es un baile muy inclusivo. En el tango o en la salsa sueles bailar siempre con la misma persona, pero aquí se cambia continuamente de pareja, y eso facilita la relación entre los participantes y determina el espíritu abierto de nuestra comunidad. Algunos llegan hasta nosotros porque han visto vídeos de lindy o vienen de la mano de amigos que les hablan con entusiasmo de las sesiones. Pero muchos otros simplemente nos encuentran en la calle y no pueden resistirse”.

La calle es, en efecto, una de las mejores salas de ensayo de los aficionados al swing. A esas sesiones las llaman clandestinos porque se celebran en la vía pública sin autorización administrativa: hacen la convocatoria utilizando sus redes, llevan equipo de sonido y altavoces y se ponen a bailar. Cualquiera que pase por allí puede agarrarse al primer bailarín que encuentre desparejado y unirse a la fiesta. Algunas agrupaciones de vecinos han llegado a incitarles para que intervengan en sus calles y dinamicen los barrios.

En el baile está siempre la felicidad, pero en el swing —y en concreto en el lindy hop— existe un júbilo adicional que tiene que ver tal vez con su virtuosismo, con su nerviosidad, con la acrobacia sentimental de sus pasos. Se puede bailar también en solitario, pero la alegría que inspira, según sus devotos, nunca deja de recordar al amor. “Al amor más puro de la adolescencia”, concreta Floriano.

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