Alessandro Sartori, el reinventor de la sastrería
AUNQUE NO vivía en Trivero, la madre de Alessandro Sartori decidió dar a luz allí. El hospital levantado por Ermenegildo Zegna tenía las mejores matronas e instalaciones de la provincia de Biella, en el Piamonte italiano. El centro sanitario conforma, junto a la escuela, la piscina, la Strada Panoramica y un parque natural de 100 kilómetros cuadrados, el Oasis Zegna: un complejo urbanístico que el empresario comenzó a construir para los trabajadores de su fábrica textil a principios de la década de los treinta. Hace poco más de un año, Sartori fue nombrado director artístico de la centenaria firma. “Parecía que estaba predestinado”, bromea. El diseñador recibe en la casa de los Zegna y preside la mesa. Sobre ella, reposa la vajilla de la nonna Nina, y desde la estantería, confinados en sus marcos de fotos, le observan los miembros de la cuarta y quinta generación de la familia, que aún siguen reuniéndose en el palacete para celebrar la Navidad y algún cumpleaños. Es la primera vez que una sola persona asume la responsabilidad creativa de todos los departamentos y líneas de la marca de moda masculina más grande del mundo —Z Zegna, Ermenegildo Zegna, Bespoke Atelier—. En sus manos está el futuro de esta firma familiar, emblema de la sastrería italiana, y, en parte también, del traje a medida, la prenda que pretende convertir de nuevo en objeto de deseo.
La principal arma de Sartori no es su habilidad como diseñador, sino una extraordinaria capacidad para captar las cambiantes sensibilidades del mercado del lujo, para leer las necesidades del consumidor actual: un hombre cada vez más exigente, informado, impaciente, sepultado bajo una oferta de productos inabarcable, que celebra la eficiencia de la compra online y, al mismo tiempo, la atención personalizada y analógica. Tan leal a sus clásicos como atraído por las novedades. Poliédrico y complejo. Imposible de encasillar en los estereotipos que funcionaban hace solo cinco años. Y Sartori ha sabido tomarle el pulso mejor que nadie. Al fin y al cabo, reflexiona, “el diseño no es más que una conversación constante”.
pulsa en la fotoLuca De Santis
Asegura que asistimos a uno de los cambios de paradigma “más relevantes” que recuerda en la industria de la moda. “Si tuviese que resumirlo en una frase diría que nuestro cliente es cada día más un coleccionista de piezas. No compra algo temporada tras temporada porque lo necesita. Lo hace porque busca una experiencia, una emoción, y que luego esa emoción pase a formar parte de su vida y de su armario, como les sucede a los coleccionistas de objetos. Eso nos obliga a proponer, diseñar y vender de una forma distinta”.
O más concretamente, de tres formas distintas. Porque Sartori ha decidido no tomar partido en la actual disputa entre el lujo clásico y forjado a fuego lento —ese que tan bien representa Hermès— y la estrategia del see now, buy now (lo veo, lo compro), que permite a marcas como Burberry poner a la venta sus productos inmediatamente después de mostrarlos sobre la pasarela.
La principal arma de Sartori no es el diseño, sino su capacidad para leer las necesidades del consumidor actual.
El diseñador cree que una compañía como Ermenegildo Zegna, con más de 520 tiendas en todo el mundo y cuyo volumen de negocios supera los 1.260 millones de euros, puede y debe trabajar en dos velocidades. Mantener sus colecciones semestrales no resulta incompatible con lanzar proyectos cápsula, ideados y producidos en solo dos meses. “No queremos que nuestros clientes entren en las tiendas y piensen que durante el próximo semestre van a estar viendo las mismas cosas. Hay que pensar a largo y a corto plazo para cubrir necesidades diferentes”.
Aunque el futuro del lujo y de su marca pasa también, en su opinión, por moverse a un ritmo decimonónico: el de la sastrería a medida. “Le sucede a muchos de nuestros consumidores y también de sus lectores. Y por supuesto a mí. Yo no necesito otro traje negro o azul. Ya tengo suficientes. Si me compro uno es porque tiene todo lo que estoy buscando: con una solapa concreta, un tejido precioso y unos pantalones un poco skinnies [ajustados]. Es una aproximación a la compra completamente distinta. ¿Y cómo la satisfacemos?”. Su respuesta ha sido la confección a medida. Un proyecto llamado Bespoke Atelier: el primero que ha puesto en marcha como director artístico y “la piedra angular” sobre la que espera construir la nueva Zegna.
Una declaración de intenciones que podría parecer insólita en 2017, pero no por ello inesperada: la sastrería ha sido tan determinante tanto en la historia de la firma como en la del propio creador. Mucho antes de licenciarse en ingeniería textil y diseño de moda, Sartori, de 50 años, aprendió a coser en el taller de su madre. Con solo 14 se empeñó en confeccionar su primer traje. Fue un desastre. Pero también el principio de todo. Tres años después, y superada la adolescencia, sentó estéticamente la cabeza: se compró un Giorgio Armani.
“Nuestro cliente es, cada día más, un coleccionista de piezas. No compra por necesidad. Busca una emoción”, dice Sartori.
La idea del Bespoke Atelier surgió en la misma conversación en la que Gildo Zegna, nieto del fundador de la firma y actual CEO, le ofreció que volviera a la casa italiana como máximo responsable creativo. Sartori había dirigido la línea Z Zegna — la más casual de su catálogo— desde 2003 hasta 2011, cuando el conglomerado de empresas del lujo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) lo fichó para capitanear Berluti. Bajo su batuta, la firma de calzado de alta gama expandió su modelo de negocio y se lanzó al mercado textil. Mientras, Stefano Pilati desembarcaba en la compañía italiana para ponerse al frente de una nueva y exclusiva línea, Ermenegildo Zegna Couture. Las críticas fueron excelentes, pero no así las cifras de ventas. Tres años después, la salida de Pilati certificaba la necesidad de otro tipo de cambios en la centenaria marca.
Tras el revés sufrido con este servicio premium, Gildo Zegna le ofreció a Sartori un control sin precedentes de la marca: de la comunicación al diseño de las boutiques. “Me dio todas las herramientas que le pedí. Me sentí como un niño en una juguetería”. Dijo sí, claro. Y su madre, la modista que le puso la aguja en la mano, “lloró de alegría” cuando supo que regresaba a Zegna.
En aquella primera conversación, diseñador y CEO imaginaron el apartamento milanés que albergaría el Bespoke Atelier: “Un espacio en tonos azulados, con mobiliario vintage y al mismo tiempo una sensación muy contemporánea, con un aroma a madera, flores y café por la mañana”, recuerda.
Dicho y hecho. En un primer piso de la Via Bigli, a escasos pasos de Montenapoleone —la principal arteria comercial de Milán—, Sartori da la bienvenida a los clientes. Lleva gruesas gafas de pasta, jersey de cuello vuelto, deportivas y, cómo no, un traje de corte perfecto. Es coqueto y no lo disimula. Con un espresso en la mano recorre un apartamento que parece hecho a su imagen y semejanza. Moderno y retro al mismo tiempo.
Apoyado sobre la mesa del sastre, entre tizas y metros, defiende que el mercado online resulta crucial para la venta de productos básicos. “Si necesito unos vaqueros y conozco la marca, el corte y mi talla, los compro a través de la web en cinco minutos, y eso también es una experiencia. Tengo muchos amigos que se sientan en un sofá escuchando música y navegan por tiendas comprando, o no, algunas cosas, y es como si estuviesen leyendo un coffee table book [libro de gran formato]. ¡Hasta yo lo hago!”.
Sin embargo, explica, para los productos de lujo “vuelve a imponerse el viejo sistema de las citas privadas” y la atención personalizada analógica. Si alguien va a gastarse 4.000 euros en un traje o en una chaqueta de piel, existe la posibilidad de hacerlo en un clic, sin necesidad de coger el coche ni aparcar, sin tener que hablar con nadie ni probarse siquiera la prenda. Pero comprar también puede ir más allá de obtener un producto. “Cuando entras en una tienda, sobre todo en una de lujo, no lo haces por razones puramente pragmáticas. Buscas una experiencia singular, dejarte aconsejar por el dependiente, tocar las telas. Y el Bespoke Atelier es la experiencia más exclusiva que puedes tener desde nuestro punto de vista: cada minuto que elijas pasar aquí es único y tiene un gran valor. No solo monetario, sino por el tiempo y el trabajo artesanal que el sastre emplea en hacer aquello que has elegido”.
La venta ‘online’ es cada vez más importante para los productos básicos; pero para el lujo “se imponen las citas privadas”.
Sartori apuntala su épico discurso con datos: un traje de prêt-à-porter como los que se venden en las boutiques de Ermenegildo Zegna tarda en fabricarse entre 15 y 18 horas. En los su misura (literalmente, a medida en italiano) se adapta un patrón preexistente a las necesidades del cliente (manga más corta, cintura más ancha…) y supone cerca de 25 horas de trabajo. El Bespoke “se elabora enteramente a mano a partir de un modelo concebido exclusivamente para el comprador” y requiere entre 70 y 75 horas. Además, exige “como poco” cuatro pruebas de una hora y media cada una para ir definiendo y ajustando la pieza. Por supuesto, se puede elegir la tela, pero también diseñarla: crear un tejido único, elaborado solo para esa prenda. Uno de los puntos fuertes de Zegna y que hasta ahora la firma no había explotado.
De hecho, la compañía nació como una empresa de tejidos y no fue hasta 1968 cuando se lanzó la primera colección de prêt-à-porter. En la actualidad producen más de 2,3 millones de metros de tela al año, según recoge el Financial Times. Junto a delicados cachemires y mohairs desarrollan materiales técnicos que repelen el café, el agua y hasta la tinta de los bolígrafos, o su ya famoso techmerino, una fibra de lana tan resistente como el nailon y lavable. Con esta producción, nutren sus propias marcas —incluida Agnona, una firma femenina de alta gama— y las de muchos de sus competidores.
Para ofrecer el nuevo servicio de tejidos Bespoke, Sartori ha recuperado 10 telares de los años cuarenta. Los únicos del lanificio de Trivero —la primera fábrica textil de los Zegna— capaces de tejer desde una vicuña finísima hasta denim, pasando por seda pura. “El problema es que funcionan muy despacio”. Al ritmo de este nuevo viejo lujo.
Su público potencial no tiene, según el diseñador, una edad determinada, sino un estilo concreto: “Son hombres que aprecian los productos bellos y lo hecho a mano”. Aun así, y para apelar a una nueva generación de consumidores que ya no necesitan ir al trabajo en corbata, el atelier realiza por encargo piezas de piel, vaqueros, adapta los abrigos del abuelo a la silueta contemporánea y elabora cualquier pieza que se vea sobre la pasarela, ya que algunas de ellas se presentan como un mero ejercicio estético, pero nunca llegan a producirse ni a venderse en las tiendas. El límite es la imaginación y la cuenta corriente del consumidor.
Porque mientras algunos competidores, como Hugo Boss, luchan por mantenerse accesibles, Sartori ha decidido potenciar la línea más exclusiva de la casa. No ha sido el único. Que Alessandro Michele, otro diseñador con una visión comercial incontestable, acabe de reforzar la sastrería a medida de Gucci demuestra que esta estrategia tiene visos de convertirse en tendencia.
Los encargados de hacer realidad este proyecto son Mario y su hijo Angelo Pecora. Dos sastres napolitanos que Sartori y Gildo Zegna seleccionaron personalmente entre un numeroso grupo de contendientes. El diseñador cuenta que fue un proceso muy difícil. Existen pocos maestros capaces de hacer lo que buscaban: un buen hombro, pero dentro de una prenda ligera; una silueta afilada, pero casi deconstruida. “Pedimos a cada uno que nos confeccionara una americana y yo hice de conejillo de Indias. Ellos fueron los mejores. Además son padre e hijo. Es un buen equipo familiar, como el de Zegna. Lleno de secretos e historias por descubrir”. La sastrería a medida será la próxima.
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