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Zurumbático, regreso a Macondo

'Abrázalo fuerte, incluso si quema'. Con el hielo arrancaba 'Cien años 
de soledad'.
'Abrázalo fuerte, incluso si quema'. Con el hielo arrancaba 'Cien años de soledad'. Luis Cobelo

El zurumbático es un lelo, pasmado, aturdido. También es el nombre de este proyecto fotográfico que rinde homenaje a Aracataca, el territorio colombiano que inspiró ‘Cien años de soledad’, de García Márquez, cuando se cumple el 50º aniversario de su primera edición

UNA MARIPOSA AMARILLA escapa del calor y revolotea sobre las aguas frías que bajan ruidosas de la sierra al romper por las grandes piedras en un costado de lo que era el ancho río Aracataca. Luego, se pierde entre los árboles de la orilla como si fuera a otro pueblo distinto a Aracataca.

Una mariposa, un río, unas piedras, unos árboles y un pueblo bajo un sol inclemente en el que vivió un niño hasta sus ocho años. Esas imágenes crecieron en su cabeza hasta colonizarla toda. Allí el niño alojó lo vivido, sentido e imaginado, a lo cual sumó el mundo de guerras contado por su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, que lo conectaba con la historia; y el de las historias de ultratumba de la abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, que lo acercaban al mundo de la ficción.

El finalpulsa en la fotoEl finalLuis Cobelo

En 1967, 32 años después, el niño ya conocido como Gabriel García Márquez se convirtió en demiurgo para dar origen a un universo inmortal llamado Cien años de soledad. Al pueblo le puso por nombre Macondo. Y a la familia la apellidó Buendía.

Unos Buendía con su prole y vecinos que abarcan el arco de la creación, colonización, desarrollo y desaparición de la faz de la Tierra. Macondo, ecosistema de la humanidad o espejo de la historia de Colombia o Latino­américa. Buendía soñadores, casi todos. Pasionales, casi todos. Aventureros, casi todos. Desamparados de afectos, casi todos. Anhelantes de amor, todos.

Y a todos, García Márquez los puso en un Macondo fabuloso envueltos en un rosario de historias con tres hilos creativos: lo real sublimado por la imaginación, lo imaginado enraizado en la realidad y los dos fundidos con la potencia de imágenes literarias. Un logro alcanzado por el milagro de un lenguaje que hace que una persona o hecho baste con aparecer una sola o pocas veces en sus páginas para quedarse en la memoria y crear recuerdos propios en el lector:

… hielo cuya primera visión desencadena la memoria de los cien años de soledad…

… piedras de un río descritas como “enormes huevos prehistóricos”…

… arboledas convertidas en selva tropical con un galeón español en medio…

… mariposas amarillas aparecidas en cuatro páginas como el aura de Mauricio Babilonia…

… pescaditos de oro hechos por el coronel Aureliano Buendía en su taller…

… hombres, guerreros y combativos muchos…

… mujeres, personajes determinantes del destino…

… dibujos de las cosas para conjurar la peste del olvido…

Huevos de oro. Luis Cobelo

Tras esas imágenes como ecos de realidad y ficción, o ficción y realidad, fue Luis Cobelo en su proyecto Zurumbático: “Un viaje sin final al lugar donde nació Cien años de soledad. Una historia contenida en millones de pueblos latinoamericanos, raíces de un gigantesco ­hemisferio, empírico, pasional, olvidado, voluble, violento, improvisado y, por sobre todas las cosas, feliz”.

Es Macondo emergido no solo de Aracataca, sino de sus alrededores y más allá. Medio siglo después de llegar a las librerías de Buenos Aires, el 5 de junio de 1967, Cien años de soledad no vive la peste del olvido de sus páginas, sino la de los recuerdos y su recreación.

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