Malos tiempos
El arte y la cultura son nuestra única defensa duradera contra el fascismo
Hay razones para admirar a algún viejo político. Esta es una de ellas. Fue en junio de 1935. El Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura iba a concluir. Había sido peligroso y tormentoso. Los estalinistas habían amenazado de muerte a los trotskistas. La delegación soviética quiso impedir que hablara Victor Serge, un represaliado por Stalin. Cuenta Jean Cassou en sus memorias que allí fue cuando se percató de que los comunistas hablaban igual que los nazis.
Uno de los presidentes, Malraux, tomó la palabra para clausurar aquel temible augurio de la próxima guerra. Ante el pasmo general comenzó por definir la obra de arte. Dijo que las obras de arte tienen vida propia y su sentido cambia según quien las ve (o lee o escucha). “Una obra de arte —dijo— es un objeto, pero también un encuentro con el tiempo”. Creamos las obras de arte, añadió, cuando ellas nos crean a nosotros. Se dirigió entonces a los soviéticos para decirles que estaban allí para crear una nueva conciencia “con el milenario dolor de los humanos”. Para lo cual era imprescindible que las obras de arte resucitaran y nos miraran a los ojos y nos permitieran ver, porque eso era la cultura, volver a ver. Estupefacción soviética.
También comentó los discursos que días atrás habían aullado los fascistas franceses contra el congreso de escritores por ser “cosmopolita”. Entonces dijo aquella frase de tan perfecta actualidad: “La nación está en la naturaleza del fascismo y el mundo en la nuestra”.
Hay quien cree que esto del arte y la cultura es una pijada para ricos. No comprenden que es nuestra única defensa duradera contra el fascismo. Y no lo comprenden porque, aunque se crean todo lo contrario, son fascistas.
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