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Columna
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La nueva burguesía biempensante

Javier Marías

ME ESCRIBE un señor de setenta y cinco años, desesperado porque las instituciones financieras recurran invariablemente al tuteo para dirigirse a sus clientes. Cuenta que las cartas de su banco empiezan con “un desenfadado ‘Hola’” y siguen con “un irrespetuoso tuteo”. Cuando el contacto es telefónico, ocurre lo mismo, y si el señor les afea las excesivas confianzas, los empleados le responden que ellos “sólo obedecen instrucciones”. De poco le sirve a Don Ezequiel advertirles de que, si persisten en lo que para él es una grosería, retirará sus fondos. Y se pregunta: “¿Cuál será el siguiente paso, tratarme de ‘tronco’, ‘tío’ o ‘colega’?”

Hace ya años que observo cómo completos desconocidos que me escriben para solicitarme algo no tienen ni idea de cómo deben obrar para conseguir lo que buscan.

Hace ya años que observo cómo completos desconocidos que me escriben para solicitarme algo no tienen ni idea de cómo deben obrar para conseguir lo que buscan. O al revés, deben de estar convencidos de que el desparpajo y la ausencia de las mínimas formalidades los va a beneficiar y a allanar el camino. Nadie parece haberles enseñado a escribir una carta o email en condiciones. No soy tan estirado como para ofenderme porque se me tutee de buenas a primeras (aunque yo trate de usted a todo el mundo de entrada, independientemente de su edad: así llamaba a mis alumnos, quince años más jóvenes que yo, cuando daba clases), ni porque se me encabece una misiva con “Querido Javier” a secas. Me da lo mismo. Lo que no encuentro aceptable es que ni siquiera haya encabezamiento. “Hola, ¿qué tal va todo?”, me dicen a veces a modo de preámbulo, para a continuación pedirme una entrevista o una intervención en un simposio o un texto para una revista. No sé qué se pretende con esa pregunta (porque es una pregunta): ¿que le cuente mi vida al remitente? ¿Que le conteste, en efecto, sobre “todo”? “Hola, soy Fulanito” no es manera de dirigirse a nadie, y eso es lo más frecuente hoy en día. Tiendo a dar la callada por respuesta en esos casos, no me molesto en afearle la conducta a nadie, a diferencia del irritado Don Ezequiel.

Lo que me llama la atención de su queja es que los empleados del banco aseguren limitarse a cumplir órdenes de los banqueros que han sido rescatados con dinero de los contribuyentes —que no han devuelto—, a los cuales cada vez cobran más comisiones y ofrecen menos beneficios o ninguno. Eso me indica que el tuteo indiscriminado forma ya parte de la actual ortodoxia burguesa biempensante, no menos feroz que la del siglo XIX, prolongado en España hasta 1975. Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias o dominantes, sino por la virulencia con que tratan de imponérselas al conjunto de la sociedad. Hoy ya no se exige —como en el XIX, y aquí hasta la muerte de Franco— religiosidad, respeto a los símbolos y a los padres, amor a la patria y cosas por el estilo. Hoy ha cambiado lo “sagrado”, pero la furia y la persecución contra quienes no se adscriben a los nuevos dogmas adolecen del mismo fanatismo que las del pasado. La burguesía biempensante exige, entre otros cultos, lo siguiente: hay que ser antitaurino en particular y defensor de los “derechos” de los animales en general (excepto de unos cuantos, como las ratas, los mosquitos y las garrapatas, que también fastidian a los animalistas y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis, velar puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en rebaño, tener un perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona como miserables al llegar el verano y resultar un engorro), poner a un discapacitado en la empresa (sea o no competente), ver machismo y sexismo por todas partes, lo haya o no. (A eso ha ayudado mucho la proliferación del prefijo “micro”: hay estudiantes que ven “microagresión” cuando un profesor les devuelve los exámenes con correcciones; asimismo hay mujeres que detectan “micromachismo” en el gesto deferente de un varón que les cede el paso, como si ese varón no pudiera hacerlo igualmente con un miembro de su propio sexo: cortesía universal, se llamaba.) Ver también por doquier racismo, y si no, colonialismo, y si no, paternalismo. Lo curioso es que la mayoría de estos nuevos preceptos o mandamientos de la actual burguesía biempensante los suscriben —cuando no los fomentan e imponen— quienes presumen de ser “antisistema” y de oponerse a todas las convenciones y doctrinas. No es cierto: tan sólo sustituyen unas por otras, y se muestran tan celosos de las vigentes —con un espíritu policial y censor inigualable— como podían serlo de las antiguas un cura, una monja, un general, un notario o un procurador en Cortes, por mencionar a gente tradicionalmente conservadora y “de orden”.

Y, francamente, si los bancos —nada menos— dan instrucciones de tutear a todo el mundo; si lo hacen obligatorio como en los hospitales y Universidades y en demasiados sitios “respetables”, hay que concluir que también ese tuteo impostado forma ya parte de lo más institucional, reaccionario y rancio.

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