Divorcio
Rasgar a la brava el tejido entre Cataluña y España solo puede desembocar en la violencia o en la frustración y la melancolía
Cuando una pareja de mutuo acuerdo decide divorciarse, expone ante el juez los motivos reales o ficticios de su litigio y en menos de una hora el problema queda resuelto. Si previamente la cuestión de los hijos ha quedado clara, el divorcio es lo más parecido a una declaración de independencia y a la salida del juzgado la pareja se toma unas cañas en el bar de la esquina para celebrar su liberación. Pero si una de las partes no desea la separación y la otra se empeña en conseguirla a cualquier precio, en este caso la ruptura se convierte en un terrible fregado, que a veces desemboca en una violencia extrema. Este divorcio a contradiós, por las buenas o por las malas, que los independentistas catalanes pretenden alcanzar del resto de España se halla en la fase de los eufemismos dialécticos, democracia, referéndum, derecho a decidir, desafío, desconexión, choque de trenes, golpe de Estado, de los que se sirven los políticos y comentaristas para eludir o enmascarar un horizonte tenebroso, puesto que por las malas la independencia de Cataluña solo se puede conseguir mediante una revolución o una guerra civil, dos vocablos obscenos que nadie se atreve a pronunciar. Pero un choque de trenes tampoco es cualquier cosa. Se trata de una verdadera catástrofe que provoca muchos muertos y uno se admira de la frivolidad suicida con que de una parte y otra se barajan estos conceptos en busca de una imposible salida como si el problema de Cataluña fuera de una cuestión escolástica, que pudiera solventarse con declaraciones de los políticos y con sentencias judiciales. Entre Cataluña y el resto de España hay un tejido histórico formado a través de los siglos con millones de nudos económicos, sociales, culturales y sentimentales. Rasgar a la brava ese tejido solo puede desembocar en la violencia o en la frustración y la melancolía.
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