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Columna
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Salto al vacío

La crisis de Siria no es tan diferente a la de Venezuela: no hay capacidad de diálogo

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela
Nicolás Maduro, presidente de VenezuelaREUTERS

Venezuela es un país rico, tiene pocos habitantes y las primeras reservas de petróleo del mundo. Sin embargo, su pueblo muere de violencia en las calles, de hambre, de falta de medicinas y de caos institucional. Su crisis, en este mundo de paradojas, en el que todo está cambiando y que parece alumbrar un nuevo paradigma geoestratégico, pone de manifiesto la confluencia de varias carencias.

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Los organismos internacionales que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial están sometidos a una batalla de desgaste que terminará por convertirlos en instancias inútiles. Frente a la crisis venezolana ni la ONU ni la OEA han servido ni servirán para nada. Primero, porque el sufrimiento del pueblo venezolano, después del éxito histórico de Chávez de mantenerse en el poder durante 14 años con elecciones democráticas, ha dejado sin norte a Gobierno y oposición y por tanto seguirá. Y segundo, porque no se ha podido acordar una hoja de ruta que permita una salida que evite un baño de sangre y garantice la impunidad de los gobernantes a fin de que no ser llamados a una especie de Núremberg por los crímenes cometidos.

Estados Unidos se olvidó de América Latina desde el 11-S. No es que sus intereses desaparecieran en la región, sino que toda la capacidad económica y de guerra del imperio del Norte se concentró en la operación contra quienes los humillaron derrumbando las Torres Gemelas y en conflictos imposibles de ganar como Irak y Afganistán. Por eso, solo con Obama empezaron los primeros signos de recuperación de una política para la América que habla español y portugués. Aunque ya era tarde porque para entonces la región había generado una legión de populistas que le daban a sus pueblos petróleo barato, subvenciones y sueños imposibles en nombre de la dignidad nacional.

En sus dos últimos años del mandato, Obama comenzó a recomponer su presencia en la región con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, factor político de primer orden que tarde o temprano terminaría trayendo consigo la paz sobre el caso venezolano. Sin embargo, no será así porque nadie calculó que llegaría a la Casa Blanca alguien como Donald Trump, que necesita clases no solo sobre qué significa ser un imperio, sino conocer las obligaciones que implica tener una política para cada una de sus áreas de influencia y dónde se funden los intereses políticos, económicos y militares de un país como Estados Unidos sobre el resto del mundo.

Si a eso aunamos que el problema se ubica en su patio trasero y, además, está relacionado con las reservas mundiales de petróleo, no hace falta ser un genio para descubrir que la situación es tan complicada que ni los intereses económicos chinos de los últimos años en la Venezuela de Maduro ni las maniobras orquestadas por Putin en La Habana serán capaces de sustituir la ausencia de una política de Washington en la zona.

La revolución no sólo ha devorado a sus hijos. Se ha devorado a sí misma en una crisis combinada por la caída de los precios del crudo, la ausencia de un modelo político interno y externo, la incapacidad del Gobierno de Caracas y la desaparición de Estados Unidos.

Mientras tanto, que Trump haya recibido a la mujer del opositor venezolano preso Leopoldo López, Lilian Tintori, en la Casa Blanca ha servido por lo menos para matizar ese juego de inteligencias cínicas amparado por el anterior subsecretario de Estado, Thomas Shannon, que consistió en el fracasado intento de diálogo entre la oposición y el Gobierno de Maduro.

La crisis de Siria no es tan diferente a la de Venezuela ya que ambas ilustran la incapacidad para el diálogo de unos poderes que solo muestran la fuerza como su razón de ser y unas oposiciones incapaces de articular un cambio que comprometa a los que hoy están en el Gobierno.

El mundo de hoy ha dado un salto al vacío sin red y por eso la inestabilidad y el número de muertos irá aumentando si no se encuentra pronto una política que restaure el instinto de la supervivencia de los pueblos.

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