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¿Habla usted mi idioma?

El intercambio es una opción cada vez más popular: permite mejorar un idioma sin apenas costes.
El intercambio es una opción cada vez más popular: permite mejorar un idioma sin apenas costes.Getty

EN UN MUNDO globalizado, aprender idiomas se ha vuelto necesario para muchos trabajos. Si sumamos la crisis económica, que pese al optimismo oficial aún padece mucha gente, y el espíritu de la economía colaborativa, no es extraño que hayan surgido bares en muchas ciudades españolas en los que se fomenta el “intercambio de idiomas”.

La idea consiste en buscar a un extranjero que quiera practicar tu idioma y, en contrapartida, practicar tú el suyo.

La idea consiste en buscar a un extranjero que quiera practicar tu idioma y, en contrapartida, practicar tú el suyo. Dispuesto a mejorar mi inglés, me acerco a Lola09, en la madrileña calle de San Mateo, 28. Me recibe la encargada, Eva, que me explica cómo funciona. Hay que comprar dos tiques por cinco euros, que valen para dos cervezas. En una carpeta lleva hojas con pegatinas con diferentes banderas. Me pongo la que me corresponde. En la parte reservada para el intercambio apenas hay tres personas. “Hoy está flojo”, reconoce Eva. “Es que hay partido de Champions y, además, es San Valentín”. Pido una caña y me lanzo al ruedo. Para mi decepción, todos llevamos la banderita española. Hablo con Iván, un joven funcionario experto en estas lides. “Vengo para coger más fluidez con el inglés, porque lo necesito en el trabajo. Este sitio está bien, tiene mejor acústica que otros, pero está flojeando, antes venía más gente”. Pronto somos seis, todos españoles. Parecen viejos tiempos: una reunión de excombatientes, por las banderitas, o unos émulos de Pajares y Esteso esperando a una sueca. “¿Aquí vienen chicas?”, pregunta uno, ya madurito. “Bueno, bueno”, responde Iván, incómodo, “ese no es el objetivo”. Por fin aparece un irlandés, y nos lanzamos sobre él. Llega una chica. Miramos su bandera: española. Algunos optan por chapurrear entre ellos en inglés. Definitivamente, no es el día.

Derrotado, pero no vencido, voy un jueves al J&J Books and Coffee, una cafetería-librería en el número 47 de la calle del Espíritu Santo. El intercambio se realiza en la parte de abajo, donde hay miles de libros de segunda mano en inglés. Aquí se participa con una consumición, o comprando uno de esos libros. Me recomiendan una cerveza belga en oferta. Pronto somos unas 30 personas, la mayoría españolas. Pero contamos con un animator (host, me corrige), Kelly, un tipo simpático, que ha vivido sus primeros 20 años en Alaska y, después, en diversos países europeos. Lleva nueve en Madrid y domina el español. Incluso nos informa de que ahora hay 23 preposiciones (yo me quedé en 19), frente a las 150 del inglés. Me distraigo un momento viendo lomos de libros, best sellers entre los que se ha colado uno de Primo Levi, cuando de pronto se han formado distintos grupos y yo estoy solo, cerveza belga en mano. El adolescente tímido de las fiestas se ha vuelto a apoderar de mí, y me cuesta integrarme. Lo hago: si no pones de tu parte, no hay nada que hacer. En los bares, desde luego, nadie va a obtener un certificado de idiomas. Pero la idea es buena, una forma barata de soltarse y practicar esa lengua que se nos resiste.

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