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Columna
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Querido Loquillo

HOY HE recordado aquella serie inglesa de los ochenta que tanto nos gustaba titulada Blackadder. En ella aparecía un príncipe cretino (genialmente interpretado por Hugh Laurie, luego famoso por House) a quien tenían que impedirle asistir al teatro, porque cada vez que veía a Bruto asesinando al emperador en Julio César interrumpía la representación para llamar a los guardias y detener al actor por matar a un señor mayor. Lo he recordado a raíz de un desafortunado artículo periodístico titulado Guía del machismo que da el cante, donde se te tacha de sexista por haber interpretado una canción mía titulada La mataré.

Escribí La mataré en 1987 y creo que fue una de las primeras denuncias en el rock español del maltrato en pareja. Por aquellos días, hacíamos una gira con éxito por toda España y, con la enternecedora vitalidad de los 20 años, andábamos siempre locos por ligar. Como bien recordarás (¡quién podría olvidarlo!), nuestras contemporáneas se habían liberado sexualmente tras la ­Transición y no tenían melindres en pasar la noche en nuestro hotel. Pero muchas veces, sobre todo en los pueblos pequeños, nos comentaban que, aunque les gustaría hacerlo, no podían porque si se enteraba su pareja “la mataría”. Escuchamos tantas veces esa triste expresión que decidí escribir una canción sobre ello. Usé la primera persona para meterme en la mente de un maltratador y mostré un cuadro de desequilibrio emocional donde la mujer era la parte centrada y fuerte, mientras que el hombre se colocaba en una posición incapaz de controlar sus emociones, de­sembocando en delirio y violencia. El público de Radio 3, la emisora progre de aquella época, así lo entendió y esa temporada la eligieron canción del año.

Mostré un cuadro de desequilibrio emocional donde la mujer era la parte centrada y fuerte.

Te gustará saber que me puse en contacto con la autora del análisis en que se sustentaba el artículo para entender cómo una denuncia se puede interpretar como apología. Me encontré a una persona joven, bienintencionada, que tenía 10 años cuando sucedieron los hechos y que ignoraba todos los detalles. Nos entendimos bien. Pero me llamó la atención un rasgo: dirigía su propia consultora de estudios de género y serán esos temas los que llevarán el pan a su mesa los próximos años. Le pregunté sobre los peligros de la conocida figura del bombero pirómano. En Cataluña la conocemos bien debido al nacionalismo: se trata de difundir primero el miedo de que nos roban para, acto seguido, postularse como defensor indispensable a cambio de una módica cantidad vitalicia. Mucho defensor empezó con una inquietud genuina al final del franquismo, cuando se preocupaba de ser más escrupulosamente democrático, pero la pereza intelectual les deslizó hasta ese lamentable rol.

Está claro que, en los próximos años, los jóvenes van a tener que lidiar con contradicciones similares. La buena intención contará, pero también la honradez intelectual y el antidogmatismo. Nosotros lo veremos desde el escepticismo que la edad otorga, pero, si te conozco bien, sé que nunca callaremos. Por eso, cuídate la voz. Vamos a necesitarla.

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