"No debí matarla, pero..."
La mitad de los maltratadores en prisión reúne un riesgo de reincidencia "moderadamente alto"
Hace dos años, cuando se hicieron novios, Lydia ya sabía que él estaba en la cárcel por haber matado a su mujer. "Yo le puse muchos cerrojos a la relación", reconoce, "pero él los fue abriendo uno a uno, ganándose mi confianza". Un día Lydia recibió una carta con el remite de la prisión. Él abordaba de lleno un pasado por el que hasta entonces habían andado de puntillas: "No debí matarla, me arrepiento de corazón, pero aquella mujer me estaba haciendo la vida imposible y en aquel momento no fui capaz de ver otra salida, yo era otro hombre, me cegué". Lydia, sentada en una cafetería de Pamplona, vuelve a meter la carta en el bolso como si fuera un salvoconducto, y dice: "Yo le creo, y estoy segura de que a mí nunca me pondrá una mano encima. Ya sé que puede resultar raro".
"Si no se trata a los agresores, repetirán sus conductas", asegura Mercedes Gallizo
"El reto es atraerlos a la terapia y retenerlos", dice Enrique Echeburúa
No desde luego para quienes, desde el lado de la ciencia o de la ley, trabajan con los maltratadores de mujeres. "Para un maltratador", explica Jesús, psicólogo de la prisión de Nanclares (Álava), "la crónica de su crimen siempre está incompleta. No entiende por qué el periodista que escribió lo que él le hizo a su mujer no pone también lo que ella le hizo a él: que no sabía manejar el dinero, que no lo cuidaba, que se iba más con las amigas que con él... Algunos pueden reconocer incluso que han hecho una barbaridad, pero siempre hay un pero detrás. `Pero es que yo bebía mucho en esa época, pero es que yo estaba muy nervioso...". A los funcionarios de prisiones les sigue sorprendiendo la gran cantidad de maltratadores, de homicidas incluso, que como el novio de Lydia consiguen convencer a sus nuevas parejas de que con ellas todo será distinto. "Y además", explica Mercedes Gallizo, directora general de Instituciones Penitenciarias, "desde las cárceles vemos que son muchas las mujeres que vuelven con sus agresores, bien por la baja autoestima causada por años de maltrato psicológico, por la esperanza de cambio, por la falta de recursos... Hay mujeres que insisten en poder comunicar con sus agresores pese a la existencia de órdenes de alejamiento, y no son pocas las peticiones al juez para que deje salir al marido bajo el argumento de que él ya ha cambiado o de que sus hijos lo necesitan... Si no se trabaja con los agresores terapéuticamente, estas situaciones se reproducirán en el futuro. No hay que olvidar que la privación de libertad tiene un efecto de alejamiento temporal y necesario de la víctima, pero hay que pensar en lo que sucederá cuando salgan de la cárcel. De ahí que defendamos la necesidad de tratar a los condenados para evitar agresiones futuras".
La eterna cuestión, no exenta de polémica, es si sirve de algo tratar a los maltratadores de mujeres. Mercedes Gallizo acaba de recibir el resultado de una investigación que intenta contestar a esa pregunta. Durante casi dos años y en 18 prisiones, 148 hombres de entre 19 y 71 años condenados por violencia contra las mujeres se han sometido a un estudio para evaluar en qué medida son receptivos a la ayuda psicológica que están recibiendo en prisión. El trabajo, firmado por los profesores de Psicología Enrique Echeburúa y Javier Fernández-Montalvo, concluye que "el riesgo de reincidencia es moderadamente alto" en la mitad de los reclusos examinados, y que ese riesgo sube cuando se trata de homicidas. "Más que un fenómeno cualitativo distinto", señala el informe, "el homicidio en la violencia de género es el último eslabón de una violencia continuada y de gravedad creciente".
Echeburúa y Fernandez-Montalvo subrayan la "necesidad imperiosa" de extender los programas de tratamiento a todas las cárceles donde haya maltratadores, y de aplicarlo fundamentalmente en los tramos altos de la condena, cuando la excarcelación esté más próxima. "Estos datos revelan la peligrosidad de la violencia de género, al tratarse de una conducta y de unas cogniciones muy consolidadas en el repertorio de comportamientos de estos sujetos".
Jesús, el psicólogo de Nanclares, es también coautor del programa de tratamiento que se aplica actualmente en las prisiones: "Desde luego que ni yo ni nadie puede decir que, después de recibir el curso, un hombre no va a agredir nunca más a una mujer, pero sí que va a tener que saltar obstáculos que antes no tenía. Igual se le vuelve a ocurrir pegarle una torta a su pareja, pero tendrá que saltar siete barreras y a lo mejor, con suerte, se para en alguna de ellas".
Ángel es psicólogo de la prisión de Alicante. Dice que dentro de la terapia hay dos momentos especialmente difíciles. Uno es cuando los condenados por maltrato ven la película Te doy mis ojos, de la realizadora Icíar Bollaín. "Cuando termina la película, hay una frase que triunfa sobre las demás. Prácticamente todos me dicen: `Yo no soy así?. Es el momento de meter el dedo en la llaga, de que vean que sí han sido así o, en muchos casos, incluso peores". El otro escollo es cuando tienen que escribir una carta a su víctima. Una carta que nunca será remitida, pero que servirá para ser comentada entre todos. Hay algunos que escriben: "Has aguantado lo que yo no hubiera aguantado. Te pido perdón". Y otros que, en cambio, se salen por la tangente de las frases hechas: "¿Qué tal estás? Yo bien. Aquí los días son muy largos...". La puesta en común sirve para dejar al descubierto que los que emplean la segunda fórmula siguen sin reconocer su culpa. "Al final del programa", explica Jesús, el psicólogo de Nanclares, "muchos alucinan al darse cuenta del daño que le estaban haciendo a su víctima. No eran capaces de ver el nivel de angustia que provocaban. Son analfabetos emocionales, aunque tengan una carrera universitaria y sean muy hábiles al justificar su conducta, pero son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Siguen siendo maltratadores en potencia".
Jesús y Ángel llevan años tratando a hombres condenados por violencia de género. De sus fechorías saben lo que ellos les cuentan y lo que el juez reflejó en la sentencia que los envió a prisión. En cambio, Juan Ignacio Paz, psicólogo del Instituto Andaluz de las Mujeres, vive el drama desde el lado de las víctimas. Los tres coinciden en que no existe un "perfil" del maltratador, pero sí unas pautas de conducta que se repiten en unos y en otros, a veces de forma asombrosa. "Son personas con una ideología de dominio, inseguras, machistas, incapaces de controlar la ira..., que van anulando a su víctima mediante un proceso de ensayo y error. Las estrategias que utilizan unos y otros se parecen tanto que a veces pensamos que debe haber una academia en algún sitio. No se puede hacer distingos sobre la procedencia social o económica del maltratador. Si acaso, puede haber diferencias en las formas. No es lo mismo para ellos que aparezca con un ojo morado un ama de casa de un barrio de las afueras que la mujer del fiscal o del catedrático". Juan Ignacio Paz dice que al principio todos repiten como una letanía la siguiente fórmula: "No vales para esposa, no vales para madre, no vales para amante. Los problemas son culpa tuya. Yo soy el listo y tú la torpe. Yo el que trabaja y tú la mantenida". Cuenta el caso de una mujer que era cocinera profesional. Tanto la había machacado su marido diciéndole que todo lo que guisaba era una porquería que al final era incapaz de guisar y perdió el trabajo. "Cada vez que se ponía delante de la cocina, se le agarrotaban los músculos".
Juan Ignacio Paz dice que el maltratador aplica sobre su víctima un proceso sistemático de destrucción de la personalidad. "Hay un paralelismo muy acusado con el lavado de cerebro de las sectas. Y eso tiene un problema añadido, no sólo te destroza como persona, sino que además te engancha. Provoca una dependencia emocional brutal. Quien más me gusta explicando esa dependencia es el psiquiatra Miguel Lorente. Habla del efecto bonsái. Un bonsái no es un árbol que no crezca, es un árbol al que se le impide crecer. Al que se le van cortando ramas y raíces para que no crezca. Pero a la vez se le echa la agüita justa, se le saca a que le dé el aire... Es decir, la misma persona que va destrozando el bonsái es la misma persona que le permite seguir vivo. Aquí estamos hablando de lo mismo. Como el maltrato no es continuo sino que se ajusta al ciclo de acumulación de tensión, descarga y luna de miel, la misma persona que la va anulando, que le va quitando todo, se convierte en su luz en la oscuridad. La única fuente de afecto, de ternura, de cosas positivas. Él se ha ido encargando de ir quitándole otras. Sólo le queda él. ¿Qué ocurre? Si él es la única luz en la oscuridad, ella acaba como una polilla en una bombilla. Se le ha llamado el afecto paradójico, porque cuanto más la destroza, más apego siente ella por él. Si a mí me regalan un bonsái y lo planto en el jardín, el bonsái se muere: no tiene raíces para profundizar buscando agua, no tiene hojas para hacer la fotosíntesis, no es capaz de vivir. Eso es lo que siente una mujer maltratada, que es incapaz de vivir sin su verdugo. `Es que me muero sin él?, me dicen. Pero no es amor, es dependencia. Y es una dependencia más fuerte que la heroína".
Hace 11 años, a Echeburúa le llamó poderosamente la atención un dato. "Había tratado a 300 ó 400 mujeres víctimas de malos tratos cuando comprobé que entre el 40% y el 60% de ellas seguía viviendo con el agresor. Me causó una gran perplejidad que aquellas mujeres -la mayoría por encima de los 40 años y con una experiencia de maltrato de más de 10 años- hubieran sido capaces de romper el silencio, de destapar la situación de opresión y tortura en la que vivían, pero no de romper con sus parejas. Nos dimos cuenta entonces que el tratamiento era muy limitado si las tratábamos sólo a ellas, porque hay una cosa clara: el maltrato, una vez que se establece, es una conducta crónica. Por muchas muestras de arrepentimiento que haya, el maltrato se va a repetir. Entre otras cosas porque el hombre obtiene ganancias con él. Así que decidimos tratar también a los maltratadores, sobre todo a aquellos que seguían viviendo con sus parejas".
No fue fácil entonces y sigue sin serlo ahora. De todos los que llegan a la terapia en libertad, un 40% rechaza el tratamiento o abandona antes de la tercera sesión. De los que quedan, un 65% abandona totalmente la violencia -según su testimonio y el de su pareja-. "Eso quiere decir que logramos apartar de la violencia a uno de cada tres. No es para lanzar cohetes, pero sí para albergar un optimismo razonable. El reto es desarrollar estrategias para atraerlos a la terapia y retenerlos".
Lydia sólo sabe de su novio dos cosas. Que mató a su mujer y que aún le quedan varios años en prisión hasta pagar su condena. No ha querido saber más. "Desde aquella carta en la que él me explicó por qué estaba en prisión", cuenta Lydia, de 36 años de edad y administrativa de profesión, "apenas hemos vuelto sobre el asunto. Ni yo le he preguntado ni él me ha dicho. Tampoco he querido investigar. No soy una ilusa, y quizás los detalles me envenenasen más que el delito en sí. Así que, ¿para qué? No creo que corra más riesgos que cualquier otra mujer que se enamora de un desconocido".
Malos augurios
Jesús, el psicólogo de la prisión de Nanclares, está convencido de que la piedra angular del maltrato es la inseguridad. Lo dice después de haber tratado a decenas de condenados por violencia de género. "Yo estoy seguro de que nadie es un maltratador si está seguro de sí mismo. Y en los años sesenta y setenta, el inseguro se encontraba con la complicidad de instituciones como el matrimonio o el ambiente en que vivíamos, que le hacían el trabajo. Sabían que su mujer no les iba a dejar nunca por el simple hecho de estar casada. Ahora, aunque seguimos siendo una sociedad machista, se van desmontando todos los reflejos autoritarios del pasado. Por eso, estas personas se van sintiendo cada vez menos seguras, y cuanto más inseguras, más malos tratos habrá... Estoy convencido de que la violencia de género va a ir a más. Hay gente que podrá decir, ¡pero si hoy día es todo modernísimo!, pues por eso. Porque una persona que está insegura y necesita saber que su pareja le pertenece, ya no tiene nada a lo que agarrarse. La institución del matrimonio ya no le asegura nada, culturalmente nadie le va a apoyar en esa idea machista de pertenencia... Y al final, ¿dónde se agarra? La ansiedad creciente, la sensación de descontrol de su propia inseguridad... Hay muchas personas que no han evolucionado, pero ven que la sociedad va por delante y explotan. Hasta que lleguemos a ser Suecia habrá más malos tratos. Y, por lo que yo veo aquí en prisión, hasta Suecia nos queda un ratito, como 50 o 60 años".
Hay otro factor que, a juicio de los psicólogos consultados, está haciendo aún más trágico el drama de los malos tratos. Entre un 30% o un 40% de los maltratadores beben alcohol en exceso o toman cocaína. "Y eso, unido a los celos patológicos, se convierte en un cóctel molotov".
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