Malí como cuadro renacentista
El tunecino Wahib Chehata explora la pintura clásica a través de la fotografía con personajes malienses
Entre las muchas maneras de conceptualizar este gran continente, el tunecino Wahib Chehata eligió la de África como tema pictórico. Dice que el azar lo llevó a Malí y allí se instaló, a explorar –en este caso, a través de la fotografía– las representaciones de las emociones universales. “Necesito ser honesto y tener tiempo para conocer a la gente. Tengo un amigo en Malí, entonces me instalé en el seno de una familia, cuyos miembros son los personajes de la serie Renacimiento. Yo no quería llegar en modo arrogante, a comprar cuerpos para representar una cierta miseria. Yo quería que ellos comprendieran mi pintura, a través de su piel y su cultura, porque son los actores esenciales de mi teatro”, explica Chehata durante la inauguración de la exposición Presencia común, conjunta con el artista de hip hop congolés Kouka Ntadi (El guerrero bantú), en el Museo Mohammed VI de Arte Moderno y Contemporáneo de Rabat.
Alejado de otras contemplaciones y negociaciones, pero inspirado en la luz de Bacon y Turner, este artista que creció en Francia, espeta, seriamente: “No tengo nada en particular que decir sobre África, sí de inscribirla como un tema pictórico universal”. Elude, por cierto, la definirse como fotógrafo y evita otros encuadres, con el que muchos intentarían identificarle, sobre todo si han nacido africanos. Así, desliga su obra de adjetivos de pertenencia tales como lo norafricano, lo árabe, lo musulmán, etcétera.
Lo que resulta del despojo de tantas definiciones es el éxtasis frente a unas puestas en escena que son la humanidad, más bien el hombre, en singular, la mujer, sus vínculos, sus pasiones. En este caso, la familia Sangaré le da vida a los temas bíblicos representados por la pintura occidental renacentista, con una puesta en escena que deja al espectador sin aliento.
Allí están Sansón sobre alfombra de paja maliense o Abraham junto al río Níger. La piedad son dos hombres, donde la luz destaca los detalles del bordado de las telas y cada poro de la piel, como en los cuadros clásicos. Pieles africanas, cicatrices universales y algún elemento satírico toman fuerza gracias a la puesta cuidada, la perspectiva y la insoslayable dimensión de las fotos, que juega un rol preponderante.
“Yo hago puestas en escena, sí –concede Chehata– y presento un trabajo que tiene como soporte la fotografía, pero que es solo uno de los elementos de un conjunto con el que trabajo durante un cierto tiempo. Intento construir sobre el tema de la mitología que tenemos en común. En esta serie, la fotografía tiene la vocación de hablar de pintura. Entonces, esa puesta en escena es el gesto pictórico”.
En todo caso, esta “exploración de la representación”, como él la llama, resulta apabullante de belleza y verdad (¿o es que la belleza no puede ser sino verdad?).
Con lo de “mitología”, el artista se refiere a nuestros “signos de pertenencia humanos como la fe que, según la región y la religión de que se trate, se transmiten de diferente modo, aunque nuestros lazos como humanos son los mismos, y también las pasiones, tal el amor, la duda, la traición, el odio o… la incredulidad, como la de Santo Tomás frente a Cristo lacerado”, aquí representado por tres miembros de la familia en un paisaje rural nocturno.
“La piedad remite a la iconografía occidental, a la cristiandad y, más allá, es un símbolo universal de potencia, de resistencia y de compasión frente a los conflictos que hay hoy por todos lados. O exploro la figura de Job, no necesariamente el aspecto bíblico, pero sí la inspiración de una emoción, de la sumisión. Me inspiro en el cuadro de Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás, sobre la necesidad de tocar para creer… El estigma”.
Wahib Chehata dice que inscribe su trabajo en una “dimensión político-filosófica, sin poner en cuestión la Historia”. Si de algo no hay duda es de su misión estética, ineludible en esta época necesitada de brújulas éticas, que incluyan la creatividad y el cuidado. De ahí la convicción de su mecenas, la Fundación Montresso, que lo tiene como artista residente del Jardin Rouge de Marrakech, hasta el mes de mayo.
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